El Roberto Rodríguez, de Morón, es un mejunje de esfuerzos por domar la curva de contagios que le acapara titulares a Ciego de Ávila. El caballo de guerra contra la COVID-19, dicen unos. Un caballo de guerra con los riesgos en la barriga. Un caballo de Troya
Por mucho que se afanen estas letras, no podrían resumir la suerte de 465 pacientes y los 300 profesionales que los atienden detrás del cartel que dice Zona Roja. Seis horas de espera por un Rayos X, dos días sin cambiar una sábana, tres guaguas de enfermos que nadie quiso en otro lugar, 48 horas de guardia médica y sin relevo, dos horas pidiendo que te den el captopril, un muchachito que te asignaron hasta para bañarte si es necesario, una sensación de ahogo más común de lo que debería, una enfermera que te busca una bránula por todo el hospital, un dolor que te abre el pecho cuando tu gente se queda en el camino mientras tú sales.
El Roberto Rodríguez, de Morón, es un mejunje de esfuerzos por domar la curva de contagios que le acapara titulares a Ciego de Ávila. El caballo de guerra contra la COVID-19, dicen unos. Un caballo de guerra con los riesgos en la barriga. Un caballo de Troya.
Los más de 1 000 positivos diarios que arrastra la provincia desde hace días han puesto las necesidades del hospital en perspectiva. Son 46 camas de vigilancia intensiva con ventilación, de las que 28 tienen altas prestaciones. Siete para la sala de UCI pediátrica, y otras 73 de pediatría; 78 para embarazadas y más de 200, en total, para adultos.
Medio millar de personas adoloridas o asustadas, con sus acompañantes. Medio millar de gente que necesita ropa, comida, medicinas, un baño limpio, cinco o seis nasobucos por día, un enfermero pendiente de su historia clínica, saber el resultado de su placa, recibir el PCR en tiempo, ponerse una mascarilla de oxígeno para aliviar el ahogo.
Las carencias del hospital pudieran creerse solo en materia de medios de protección. Pero no. Son obstáculos viejos para el caballo de guerra, que ya tienen 40 años de intensa explotación. Por eso son buenísimos los 920 espejuelos, los 4 000 nasobucos N95 y los 6 000 quirúrgicos que llegaron hace poco, hasta las jeringuillas y los 100 lapiceros.
Pero enfrentar al SARS-CoV-2 requiere también de cosas más elementales y viejas. 1 200 sábanas y 500 ropas de pacientes. Soldar 35 butacas de acompañantes, 12 mesas y 31 camas, por largo tiempo rotas hasta que se pensó en que la Fábrica de Calentadores Solares de RENSOL y una brigada de cuentapropistas podían asistir a la dirección de electromedicina, donde Elviro Miranda tiene cosas más graves de qué ocuparse.
El Rayos X digital que llegó hace poco de la cayería norte para aliviar al único en explotación. El TAC Multicorte de neurocirugía que ahora ayudará a atender a los convalecientes, los equipos de clima de la sala de hemodiálisis, o la recuperación de la sala de especialidades quirúrgicas, cerrada por dos años y que ahora pudiera ampliar la nómina en 27 capacidades. La sala es, de todos, el proyecto con mejores pronósticos. A juicio del Teniente Coronel Yoel Alberto Fleites Alonso, que del servicio médico del MINFAR ha venido a comandar al hospital moronense, hay que rehacerla. Pero se está haciendo. Más que nada, el hospital necesita oxígeno y manos dispuestas a ayudar.
• El Antonio Luaces Iraola también necesita ayuda.
Secretos a voces
Detrás de cada rumor sobre el Roberto Rodríguez, que aprieta el pecho, hay una verdad reconocida, más o menos, a camisa quitada.
“Un amigo mío tuvo que comprar 12 bulbos de rocephin por 10 000.00 pesos (en Facebook alguien dice que una trabajadora los vende), responde cualquiera a quien preguntes, seguido de la retórica: “¿de dónde sale ese rocephin?” Y si la realidad de que muchos están en casa y no tienen cómo comprarlo legalmente o a precios inhumanos duele, también duele imaginarse que hay alguien que no se pone cada uno de esos bulbos.
El Teniente Coronel Fleites relata, sin asombros, como “ayer mismo” denunciaron a un trabajador por intentar sacar un bolso de antibióticos. Carlos Rolando Peña González, administrador de la Zona Roja, habla de que a su amigo ingresado en geriatría le robaron hasta la historia clínica, y asegura que no es el único. Los testimonios comunes son más leves. “Me tuve que poner duro un día para que me dieran el rocephin”, cuenta un anciano de casi 70 años, que ahora va solo a llevarle comida a su familia, pero estuvo ingresado 12 días. La hija de Luis Alberto Díaz Pérez tuvo una crisis por las más de cuatro horas que tardaron en medicarla. Tiene 18 años y ahora se recupera en casa, pero las estampas del Cuerpo de Guardia y de la sala no se le borran de la cabeza ni del celular.
#Atención Al inicio de su reunión de #Hoy, el Grupo Temporal de Enfrentamiento a la #COVID2019 en #CiegodeAvila anuncia...
Posted by Luis Raul Vazquez Muñoz on Friday, August 6, 2021
“Tenemos problemas de disciplina porque este hospital tiene muchos accesos”, explica el Teniente Coronel Fleites. Hay acompañantes que suben y bajan, que han llegado hasta Terapia Intensiva sin que nadie les pregunte a dónde van. Yoan Alemán, por ejemplo, subió tres veces a la Zona Roja el día que falleció su tío, hasta que el certificado de defunción estuvo bien hecho. “A mí nadie me preguntó tan siquiera a dónde yo iba”, excepto una enfermera que, arrastrando los pies del cansancio por sus 48 horas de guardia, lo compadeció: “Ay, pipo, no estés aquí”.
Para el vice primer ministro Jorge Luis Tapia las decisiones están claras: el mismo viernes 6, cuando chequeó el trabajo del hospital, indicó al director municipal de la Empresa de Seguridad y Protección que su oficina ahora tiene que estar en el Roberto Rodríguez, para dirigir en persona a su personal y subordinarse a la dirección de la institución. “Nadie puede entrar al hospital. A los familiares hay que darles información y facilitarles mensajeros. Nadie les dice que no les traigan comida a sus enfermos.”
Pero si la cuestión fuera solo de control y disciplina, y no también de ética y compasión, el rumor de que se venden camas hospitalarias (hasta el precio, se dice, de 3 000.00 pesos) no cabría aquí. No pudimos confirmarlo, pero por alguna razón seria es que la licenciada Rafaela García, jefa de Registros Médicos y Estadísticas, ha tenido que ponerse fuerte y endurecer el engranaje de los ingresos.
Se trabaja por lograr la mejor transparencia en el sistema
Rafaela trae dos nasobucos y unos espejuelos gruesos que le ayudan a llevar a punta de lápiz la gestión de capacidades del centro. Dice que han dispuesto un cuño y la firma del doctor del área de admisión con la que entra cada paciente, carné de identidad en mano. Ha tenido, incluso, que enseñar “cómo chequear una sala, para que no engañen” a quienes suben a comprobar la disponibilidad de camas, y de vez en cuando “le entra el loco” y sube ella misma, a comprobar “cama contra historia clínica”. Todo el mundo tiene que pasar por el sistema estadístico, o sea, por sus manos. Así es como “lo hemos acorralado bastante”.
A veces no alcanza
Nada es ahora mismo más importante en esta provincia que el dolor de Yunier Sánchez. Yunier Sánchez puede ser cualquiera. En este caso es alguien que se toca la llaga para contar su parte: “Supe que a mi primo lo perdimos por problemas con el oxígeno en la Terapia. No fue él solo”.
• Lea: Crónica de una provincia enferma.
Lo que él llama problemas con el oxígeno es el dolor de cabeza más grande para Elviro Miranda, ingeniero al frente de electromedicina. La explicación es simple: el sistema de gases medicinales de un hospital no se construye pensando en una pandemia en la que uno de cada cinco pacientes puede necesitar ventilación. Hay una presión de oxígeno límite (4 bares) para que trabajen los ventiladores mecánicos, y la gran cantidad de gente acoplada por la vía no invasiva hace caer la presión (a 3 bares) cada tres horas por debajo de ese límite, por lo que los pacientes entran en apnea y hay que correr. Se dice fácil.
• No deje de leer: La (otra) presión del oxígeno.
Para Elviro tampoco hay nada más importante que eso en todo el hospital. En estos días, cuando se consume un promedio de 2 220 litros diarios, gracias a que taparon salideros y llegaron 23 concentradores de oxígeno, él tiene que enfriar el sistema con agua, activar mecanismos de respaldo para que las averías duren poco y preparar botellones que alivien la carga del sistema.
Así opinaba un lector sobre las dificultades asociadas al oxígeno en la provincia
“Si el consumo por las noches es el doble, es porque hay ciertas indisciplinas”, decía el vice primer ministro Jorge Luis Tapia, el viernes 6 de agosto, a la dirección del centro hospitalario. ¿Qué indisciplinas?, le preguntó Invasor al Teniente Coronel Fleites, a lo que él explica que, en primer lugar, hay pacientes a los que los médicos les indican una presión de oxígeno superior a la que necesitan. O que se quedan dormidos y se quitan las mascarillas, mientras el oxígeno se “bota”. Es un panorama que habla, principalmente, de salas sin supervisar por las noches, aunque él asegure que desde hace unas semanas duerme un médico en cada una.
El desperdicio de oxígeno no es nada nuevo, los salideros y la escasez de manómetros, tampoco. El problema es que ahora son de vida o muerte. Por eso, la meta es bajar hasta los 1 500 litros diarios, sin quitarle a nadie lo que necesite, sino regulando que no se desperdicie ni una bocanada.
De los esfuerzos
El martes 3 de agosto se aparecieron tres guaguas Girón en la puerta de atrás del Roberto Rodríguez, llenas a tope. Dice Rafaela García que abrieron las puertas y el mar de gente empezó a entrar y que cuando salieron a ver les decían “y no nos vamos, que no nos quieren en ninguna parte”. Más de 100 personas de Chambas, Primero de Enero y otros municipios, cargadas con maletines, cubos y ventiladores. Cargadas, también, con el desespero de necesitar atención médica y no caber en ninguno de los centros de aislamiento en los que pararon.
Rafaela no sabe cómo fueron a dar hasta allí, pero en ese momento no preguntó. Lo que hizo fue cambiar su guardia y quedarse hasta que toda esa gente tuviera cama. No sabe cómo lograron ingresar en el hospital a una parte y en centros de asilamiento a la otra. Cuando acabaron Rafaela puso una almohada encima del buró y durmió con la incomodidad que nunca había sentido en su vida.
Casi cualquier recuento de la consulta de IRA del Cuerpo de Guardia en el mes de julio es más o menos así. Personas esperando por horas y días. Una sala de vigilancia ambulatoria que se convirtió en unidad de cuidados permanentes para los que no cabían arriba, pero tampoco se podían despegar del oxígeno. Entonces, una mesa coordinadora provincial decidía los ingresos del día, y podían trasladarse tres pacientes graves, pero estabilizados, mientras 20 empeoraban en Urgencias.
• Más sobre la experiencia del desasosiego de un paciente.
Cortesía de Yoan Alemán Un día promedio en urgencias
Ahora el Teniente Coronel Fleites y Niuris Martín, vicedirectora de asistencia médica, dicen que sí puede haber pacientes esperando por horas, pero que el área de Urgencias no se parece a la de días atrás. De dos consultas de IRA pasaron a seis, con una pediatra y un especialista en medicina interna. Cuatro médicos de guardia cada noche. Entre todos atienden de 100 a 150 pacientes al día.
Para él, el gran problema del hospital es que no ha logrado poner a sus jefes de sala, a sus especialistas, a trabajar contra el virus. Hoy, del personal implicado, hay 135 colaboradores y otros 40 de los servicios médicos del MINFAR.
Liliams Pérez Zamora, jefa del servicio de anestesiología, dice que hace unas semanas se vieron en una situación bien difícil, porque se enfermaron varios médicos o sus familias. La brigada de colaboradores alivió la situación, pero aún el gran número de pacientes graves se queda al cuidado de solo dos intensivistas y un anestesiólogo. El resto de las salas está cubierto, en su mayoría, por residentes y colaboradores, pero los médicos a cargo de las UCI no pueden redoblar esfuerzos, aunque quieran.
Cortesía de Liliams Pérez“Son pacientes que requieren mucha atención”, dice la doctora
Mientras se vacía el Cuerpo de Guardia, en Zona Roja todavía hay pacientes que llaman y el médico responsable no se asoma a mirarlos, reconoce Fleites. Mientras Rafaela no duerme buscándole cama al que llega sin esperanza, todavía alguien “guarda” una cama arriba. Mientras la enfermera que atendió a Nancy Hernández Mesa abría los bulbos delante del paciente, y el médico la auscultaba cada día con tremenda calma, todavía alguien piensa en sacar un blíster de azitromicina. Mientras Liliams Pérez Zamora lidera un equipo de anestesiología exhausto, hay 369 de medicina y enfermería sin entrar a Zona Roja.
“Es verdad que el pueblo se siente desamparado. Y eso no va a cambiar en dos días”, dice el Teniente Coronel, y le preocupa qué va a pasar cuando la ayuda tenga que irse. El trabajo de estos días empieza a dar frutos, y el impulso tiene que “contagiar” cada vez a más gente, porque al Roberto Rodríguez le queda mucha guerra por dar. La pandemia tampoco se va a acabar en dos días.