Decir que el embarazo en la adolescencia es un problema en aumento en la provincia, al margen de cualquier acción de prevención o promoción de salud, ya no es noticia. Entonces, uno podría asimilar como normal lo que debiera ser, cuando menos, excepción.
De hecho, desde 2018 Invasor esbozó cifras que mostraban que de las 1 339 gestantes captadas en el primer trimestre del año, el 20 por ciento se correspondía con adolescentes entre 12 y 20 años de edad.
Para 2019 la tendencia al aumento se confirmó y, según registra el Anuario Demográfico de Cuba 2019, se reportaron aquí 632 nacimientos de madres entre 15 y 19 años. Incluso, el país cerró esta etapa con una elevada tasa de fecundidad adolescente, lo cual obligó a poner la lupa no solo en los riesgos de salud, sino sobre los derechos sexuales y reproductivos, y los conceptos de género que subyacen en este entramado social.
A estas alturas, cualquier aproximación al fenómeno redunda en las consecuencias perjudiciales para la salud de la madre y el recién nacido, que van desde el bajo peso al nacer hasta la prematuridad, la hipertensión durante la gestación, la desproporción cefalopélvica, la anemia y la restricción del crecimiento intrauterino.
En suelo avileño, la doctora Sara María Herrera Oliva, jefa del Servicio Provincial de Genética, agrega la variable de los defectos congénitos, los cuales persisten en madres adolescentes, aun cuando la tasa de mortalidad por esta causa se ha reducido.
Luego, habría que reconocer que se trata de niñas que llevan en su vientre a un bebé, que se desenvuelven, a veces, en entornos psocioculturales complejos y que no están preparadas sicológicamente para asumir a plenitud esta responsabilidad.
Junto a estas implicaciones para la madre está el peso que significa para el sistema de Salud la atención y seguimiento a estos embarazos de riesgo, y las connotaciones sociales derivadas de asumir el rol de madre y esposa a edades tempranas.
Como mismo la prematuridad de los embarazos enciende la alarma, debiera asustarnos la unión formal de estas niñas con hombres adultos, los que se identifican como “padre” y “esposo” con el consentimiento de las familias.
Si bien el fenómeno puede parecer distante, basta ojear el Anuario Demográfico... para descubrir otra verdad inmensa como témpano de hielo: de las 16 734 madres que dieron a luz en 2019 en el país, con edades entre 15 y 19 años, 1 077 se identificaron como casadas y 14 019 como acompañadas.
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Decisiones libres e informadas probablemente no podrán tomarse a los 15 años y, a la larga, la asimetría en la relación se hará patente, así como las inequidades de género. Sin olvidar que se limita el desarrollo de sus habilidades y capacidades, y aparece la deserción escolar como otras de las secuelas inmediatas.
Aunque el Código de Familia vigente en Cuba autoriza de manera excepcional el matrimonio infantil a partir de los 14 años en las niñas y de los 16 en los niños, los especialistas consideran que esto no es más que un rezago legislativo en materia de género que deberá ser corregido cuando vea la luz la nueva versión.
Mientras tanto, si alguna certeza debiera acompañarnos es que la conformación de una familia no corresponde a la adolescencia y que hoy es necesario hablar sin tapujos sobre reproducción, métodos anticonceptivos y enfermedades de transmisión sexual desde edades tempranas.
Llevar las estadísticas a zona de confort, desterrar estereotipos y lograr el empoderamiento de las niñas son cuestiones transversales a toda la sociedad. No hay parcelas ni contribuciones menores.
La elevada fecundidad adolescente constituye un verdadero desafío de la #saludsexual y reproductiva a nivel...
Posted by Ministerio de Salud Pública de Cuba on Wednesday, October 2, 2019