Ailen y su mentalidad positiva ante la COVID-19

Es más sencillo explicar qué es la solidaridad mediante ejemplos que a través de una definición. Y es que, en tiempos de la COVID-19 en el mundo, cuando muchos compartimos la fatiga, saltan a la vista muestras de apoyo incondicionales que cabrían, bien bien, en una obra de Shakespeare, Voltaire o Tolstói.

En la comunidad de Orlando González, en el municipio de Majagua, en Ciego de Ávila, trascurrieron con “absoluta calma” los meses del brote del nuevo coronavirus en la provincia (marzo, abril, mayo y junio), al no diagnosticar con la enfermedad a alguno de sus cerca de 5 000 habitantes. Sin embargo, la segunda temporada del SARS-CoV-2 acumuló 19 positivos en estas tierras, si bien desde el 21 de septiembre no reporta nuevos contagios.

Ciego de Ávila vs. COVID-19: cuarentena en Orlando González.

En plena transmisión activa, en el barrio conocido como El Callejón, la maestra Silvia Lescano tuvo que elegir entre ayudar o no ayudar a sus vecinos de enfrente, en cuya casa residían la fiebre alta, mucha tos, decaimiento…, signos y síntomas desconocidos.

Varios lustros de afecto, en los que de seguro cientos de veces ha viajado el buchito de café de una acera a la otra, significaban bastante para tomar la decisión. Allí, a escasos metros, estaba Isabel, batallando duro con los malestares de Ramón, su esposo, y también con los de Nidia, su mamá de 85 años, única fallecida a causa de la pandemia que lamenta el poblado.

Así cuenta a Invasor la hija de Silvia, Ailen Rosales Lescano, de 21 años, joven que enfermó con la COVID-19 por su mamá, pero “jamás de los jamases” le reprocharía haber asistido con un caldo o auxiliado en el baño a su vecina Nidia, pues las fuerzas en ese hogar se reducían continuamente. “Se trataba de estar al lado de los enfermos y desesperados”, confiesa la estudiante de cuarto año de Medicina, a quien la entrevista le sorprendió durante su diaria labor de pesquisaje en 45 viviendas.

Según la futura doctora, Silvia veía a Isabel muy angustiada, pues le confesaba que Ramón y Nidia estaban mal, que a ratos se levantaba y les ponía el termómetro. “Tuvo miedo, pero vio la compleja situación y fue para lo que hiciera falta.

“Isabel no pudo ver más a su mamá. Primero, se la llevaron para Morón, por la gravedad de la neumonía, y le indicaron que no podía irse con ella. Mejoró y decidieron trasladarla para Camagüey. Nos fuimos juntas en la ambulancia y no la reconocía; estaba flaquita y el color le había cambiado. Cuando le pregunté ‛¿se siente bien?’, respondió ‛sí mima, me siento bien’. Era la fuerza de voluntad tan grande que tenía.”

La muchacha, asintomática como su madre, fue aislada el 27 de agosto en Ceballos Ocho, le hicieron PCR el primero de septiembre y el resultado positivo llegó dos días después. Recuerda que, aproximadamente, a la 1:00 de la tarde supo la noticia y, ya en la noche, estaría en el Hospital Militar de Camagüey Octavio de la Concepción y de la Pedraja. Incluso, comenta ser de las que reinauguraron el combate por la vida en ese centro de Salud agramontino, luego de tres meses sin recibir avileños enfermos.

“En Ceballos Ocho la alimentación fue bastante buena. El médico nos advertía avisar a tiempo cualquier síntoma, para mandarnos para el motel Las Cañas”, subraya. Asimismo, insiste en que, de sintomatología, “nada, nada, nada”.

Rosales Lescano permaneció por poco más de una semana ingresada en Camagüey y, como tratamiento, recibió el Heberferón, cinco vacunas, un día sí y otro no, pues su condición de asintomática así lo requería. Eran tres personas en el cubículo: ella, su mamá y otra ciudadana del municipio de Ciego de Ávila.

“Fue una maravilla de cuidados médicos. Respondían todo el tiempo al teléfono: ‘¡ordene!’, que yo los escuchaba. Iban a vernos un clínico, epidemiólogo, médico general integral y dos o tres enfermeras; estas últimas cada cinco minutos preguntaban si sentíamos algo.”

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Amaury: “No estoy solo”.

La COVID-19 no es parte de la familia.

Para Ailen, sin visitar la residencia de enfrente, es difícil hablar de fuente de infección y prefiere dejar ver que su mamá arrimó el hombro a sus vecinos, en un acto de solidaridad, tan arriesgado como hermoso. “Los médicos apuntaban que Ramón y Nidia tenían neumonía y por eso estuvieron muchos días en casa, con tratamiento, hasta que los aislaron, al tener procesos respiratorios. Después, Nidia salió positiva. Ambos estuvieron malitos malitos.

“En Camagüey, estuve atenta a la abuelita, porque los dos cubículos compartían el mismo baño. Mi mamá le preguntaba ‛está bien Nidia’, ella levantaba la mano y expresaba ‛sí, estoy bien Silvia’. Veía cuando el médico la auscultaba y opinaba: ‛tendrá la COVID-19, pero también tiene una gran bronconeumonía’.”

Aclara que ella, cuando el virus se estacionó en Orlando González, estaba en el municipio de Venezuela y dio varios contactos de allá, aunque sabía que no lo había contraído en aquel lugar de visita. “De mis contactos, nadie dio positivo, y de mi mamá, tampoco.”

Pero hay más de Ailen. Desde marzo hasta julio cumplió su responsabilidad con la pesquisa diaria, posteriormente hubo un receso y luego enfermó. “Firmé un papel que indicaba que no podía salir en 30 días de la casa, por lo que empecé a pesquisar de nuevo hace poco.

“Yo no sé lo que es sufrir con la enfermedad, pero sí sé que el asintomático es un peligro para los demás. Sufro a Isabel, a Ramón, que los he visto bajar de peso, y todavía no se recuperan totalmente. Hablo con ella, desde lo que de sicología conozco, trato de que lo supere, pero es complejo si pensamos en lo que le ha pasado y perdido.

“Cuando cumplí el tiempo en que no podía salir de la casa, vino un médico, me dijo que si podía donar plasma y le respondí: ¡cómo no! Creé anticuerpos contra la enfermedad y mi plasma sanguíneo servía a las personas positivas graves. Doné 600 mililitros de sangre, que equivale a salvar dos vidas. Ya comenté que estoy de acuerdo con donar más.” Por eso, espera a que la vuelvan a citar, al ser una de las dos personas de Orlando González que reúnen los requisitos.

Y Silvia, ¿cómo lo pasó?, inquirí, aunque sabía de antemano que también fue asintomática. “Mi mamá tuvo un sangramiento menstrual por 20 días, le diagnosticaron allá un fibroma, se desmayó y dio un golpe fuerte en la cabeza. Tenía anemia, le bajó la hemoglobina a 7 g/dl y hubo que transfundirla.” En ese momento, el nasobuco secó sus lágrimas, que caían despacio.

Por lo escuchado, la única satisfacción en esas semanas de incertidumbre fue que su hermano Remso Alián y su papá Rafael no lo contrajeron, aunque el pequeño se quedó con una vecina que después resultó positiva. “A los contactos de nosotras les hicieron hasta tres PCR, cada tres y cuatro jornadas, todos negativos.”

Una vez más, el cubano demuestra que su hogar no termina en la puerta que da a la calle, por lo que casi siempre tiene un “¿está en mis manos?” para alguien, interrogante que manifiesta, incluso, “si no está, algo hago”. La pandemia no ha sido la excepción para tal conducta y no pocos han hecho por otros, en acción solidaria que, por mínima que parezca —y no es el caso narrado—, ha puesto en riesgo sus vidas.

De cuando quitaron la cuarentena en la comunidad de Orlando González, el 7 de octubre.