Durante mi infancia y adolescencia, disfrutaba observar las nubes, especialmente aquellas que anunciaban tormentas. Desde la tranquilidad de la “placa” de mi casa, pasaba horas contemplando el movimiento de las blancas nubes. En más de una ocasión, esperé la llegada de la tormenta recostado en el techo, siendo un espectáculo fascinante para mis ojos.
Las tardes de verano eran mi momento preferido; cuando el cielo cambiaba, observaba con admiración cómo las nubes oscurecían el firmamento, anunciando la inminente lluvia. Me encantaba buscar figuras caprichosas en las nubes, como animales o rostros, dejando volar mi imaginación mientras el viento movía suavemente los cumulonimbos en el horizonte. A esto se le conoce como pareidolia, fenómeno psicológico que nos permite ver formas en objetos inanimados, en este caso, en las nubes.
Nunca he negado mi fascinación por las tormentas eléctricas, el clímax de la actividad convectiva profunda en las tardes de verano. La electricidad en el aire, el estruendo del trueno y el espectáculo de los relámpagos iluminando el cielo despertaban y siguen despertando en mí una sensación de asombro y respeto por la fuerza de la naturaleza. Confieso que, incluso ahora, con algo más de juventud acumulada, sigo mirando las nubes.
Las nubes son uno de los fenómenos naturales más fascinantes que podemos observar en el cielo. Estas formaciones de diminutas partículas de agua suspendidas en la atmósfera han capturado la imaginación de la humanidad desde tiempos inmemoriales, inspirando poetas, artistas y científicos por igual. En este artículo, desde la ciencia, exploraremos la fascinante belleza y complejidad de las nubes, así como su papel crucial en el ciclo de la vida y el tiempo meteorológico de nuestro planeta.
Una nube es un conjunto o asociación, grande o pequeña, de gotitas de agua, aunque muchas veces también lo es de gotas de agua y de cristales de hielo. La masa que forman se distingue a simple vista, suspendida en el aire, y es producto de un gran proceso de condensación de vapor de agua en la atmósfera. Este proceso ocurre cuando el aire se enfría, a medida que se asciende, y el vapor de agua se condensa alrededor de diminutas partículas de polvo o núcleos de condensación.
Estas masas se presentan con los más variados colores, aspectos y dimensiones, según las altitudes en que aparecen y las características particulares de la condensación. El tamaño de las gotitas que integran una nube varía desde unos pocos micrones hasta 100 micrones. Estas pequeñas gotas, al principio son casi esféricas, dependiendo su crecimiento del calibre y composición del núcleo de condensación, así como de la humedad del aire.
Cuando las gotitas se hacen mayores, pierden su forma esférica y toman la clásica de pera, con la que casi siempre se las representa. Cuando llega el momento en que ya no pueden sostenerse en la atmósfera, inician el camino hacia tierra.
Se considera que existen tres familias de nubes: las cumuliformes (cúmulos), las estratiformes (estratos) y las cirriformes (cirros); su formación depende de la velocidad y la turbulencia de la corriente de aire ascendente. Esta nomenclatura está basada en los nombres latinos cirrus (cabello o bucle), stratus (allanado o extendido) y cúmulos (cúmulo o montón).
Las nubes cumuliformes obedecen a la presencia de fuertes corrientes de convección y rápidas elevaciones del aire, por lo que, generalmente, su base adquiere la forma llana, horizontal, mientras que su parte superior se desarrolla sin uniformidad, presentando cúpulas, promontorios y picachos que recuerdan a una “montaña de algodón”. Estas nubes adoptan gran variedad de tamaños y espesores. En cuanto a las estratiformes, se originan cuando la corriente de aire ascendente es muy débil. La nube permanece flotando sobre una capa de aire frío y queda cubierta por aire más caliente, al producirse una inversión de temperatura. Como el aire frío que está debajo no puede ascender, las corrientes de convección, debajo de la zona de inversión de temperatura, son muy débiles. Al no poder elevarse, condensándose en forma de montaña a medida que va atravesando capas más frías, estas nubes no alcanzan gran espesor. Se extienden como un manto uniforme a lo largo del cielo.
Clasificación de las nubes según su forma o género
De acuerdo con el Atlas Internacional de Nubes, publicado por la Organización Meteorológica Mundial (OMM), las nubes se clasifican en 10 formas características, o géneros. Esta designación está basada en la apariencia que presentan las nubes vistas desde la superficie terrestre. Además, para esta clasificación se tiene en cuenta la altitud en que se forman.
La mayoría de los géneros de nubes se subdividen en especies, basadas en las particularidades en la forma de las nubes y las diferencias en su estructura interna. De las 16 especies existentes, las nubes Lenticularis son las que más captan la atención ya que no son muy comunes en comparación con otras formas de nubes. Se forman en condiciones atmosféricas específicas y suelen aparecer sobre montañas por lo que se consideran nubes orográficas. Aunque no son tan comunes como las nubes cumulus o stratus, las nubes lenticularis son altamente reconocibles y a menudo se consideran espectaculares debido a su forma única y apariencia llamativa.
Además, las nubes se clasifican en nueve variedades distintas que describen las disposiciones de los elementos a gran escala y el grado de transparencia de los diferentes tipos. En ocasiones, las nubes presentan rasgos adicionales que las acompañan o que están parcialmente unidos a ellas, lo que las hace distintivas. En el Atlas Internacional de Nubes se definen 11 rasgos suplementarios, en este apartado destaca el caso del Cumulonimbus Arcus, también conocida como Nube de Estante o “Shelf Cloud”. Rodillo denso y horizontal, con bordes más o menos deshilachados, situado en la parte delantera e inferior de ciertas nubes como los comulonimbus, que posee, cuando es extenso, el aspecto de un arco oscuro y amenazador. En ocasiones, luego del paso de esa línea, se puede presentar rachas de viento fuertes, descargas eléctricas e incluso caída de granizos.
Más allá de su belleza estética, las nubes desempeñan un papel crucial en el ciclo del agua y el clima terrestre. Actúan como reservorios temporales para el vapor de agua atmosférico, liberando este preciado recurso en forma de lluvia o nieve cuando las condiciones son propicias. Las nubes también reflejan parte de la radiación solar entrante hacia el espacio exterior, lo que contribuye a regular la temperatura global del planeta, actuando también a la inversa también generando un efecto invernadero al retener el calor cuando la radiación solar penetra la atmosfera calentando el suelo o el mar.
Las nubes son mucho más que simples adornos en el cielo; son elementos fundamentales para mantener la vida en la Tierra tal como la conocemos.
Su diversidad y belleza nos recuerdan la complejidad e interconexión de los procesos naturales que sustentan nuestro mundo. La próxima vez que mires al cielo y veas una formación caprichosa flotando sobre ti, tómate un momento para apreciar su belleza efímera y reflexionar sobre su importancia para nuestro planeta.