Sin tantas cintas y lazos

El regreso a la escuela no debería ser para niños y familias un desfile de “Magdalenas” y padres “Pomposos”. La situación económica ya es, para muchísimos, preocupación suficiente. Que nos acompañen los cuentos de La Edad de Oro, porque los necesitamos

Los días finales de agosto no tienen rival en el estrés de madres y padres durante todo el año. Todavía recuerdo el corre corre en mis tiempos de estudiante para comprar forros, mochila, zapatos, medias, lápices, goma, tijera cartuchera...

Nunca fue una tarea fácil ni estuvo al alcance de todos renovar el “kit” completo, sin embargo, me atrevería a asegurar que en estos días se ha hecho más difícil.

No hacía falta escuchar a la ministra de Educación, Dra. Naima Ariatne Trujillo Barreto, en el espacio televisivo Mesa Redonda, para suponer que la situación económica del país haría complicado este septiembre. Trujillo habló de una “norma ajustada de libretas”, lápices y otros materiales. Adelantó que no se han producido todos los cuadernos a emplear en las diferentes enseñanzas, y que tampoco se han producido nuevos ejemplares de libros, puesto que se espera introducir toda la colección de libros y cuadernos correspondientes al último perfeccionamiento del sistema educativo.

Hace más de un curso Invasor había explicado que esto no suponía, para ninguna familia, la indicación de imprimir libros o cuadernos por su cuenta, pero sí variantes como consultarlos online, compartirlos entre niños, o confeccionar cuadernos en libretas. En resumen, una pequeña carga extra para aquellos interesados en la educación de sus hijos, de quienes, por supuesto, una parte sí correrá a imprimir, para ahorrarse tiempo y esfuerzo.

Así, las aulas ya son tan heterogéneas como las familias. El niño con mochila y zapatos nuevos. La niña de los libros forrados con barbies. El que usa los zapatos que se le quedaron al hermano. La que lleva la misma mochila que el curso anterior, con refuerzos en las asas.

La mamá que calcula todos los gastos, compra un refresco Zuko y prepara los cinco pomitos de la semana, con un poquito extra de azúcar, para que no quede aguado. El papá que lleva a pegar los zapatos viejitos, para la educación física, porque los nuevos no se pueden coger para eso.

Mientras todo eso pasa, hay dos iniciativas que he visto extenderse por las redes sociales de Internet, entre madres y padres. La primera es intercambiar útiles escolares: una mochila “de niña” que ya no se usa por un par de zapatos de uso que se le quedaron al hijo. Un merendero por un par de camisetas... Un “dono esta mochila, solo hay que lavarla y cambiarle un zipper”.

Y luego este texto, que copian y pegan muchas madres en sus muros de Facebook: “Este año como otros años, decidí no comprarle todo nuevo a mi hija para arrancar las clases... La mochila es nueva, el merendero quedó impecable, colores tiene un montón, unos más grandes, otros más chicos, pero son colores al fin...

“No es más ni menos por llevar todos los útiles nuevos cada año, y así por lo menos aprende que las cosas a los padres nos cuestan; que lo que tenemos debemos valorarlo, hay niños que ni siquiera tienen colores usados para empezar.

“Quiero que mi hija cuando sea grande sea responsable y no consuma por moda, sino por necesidad”.

Ciertamente, sería magnífico que todas las familias estuvieran en la situación de “puedo, pero no quiero” comprarle todo nuevo, y sabemos que no lo están. Pero es algo válido y hermoso que este tipo de conciencia se extienda, porque, queramos o no, sí hay niños de “todo nuevo” y de “todo usado”. Y para unos y otros la experiencia de la escuela es muy diferente.

Si ya hace tiempo tenemos escuela, maestros y oportunidades de educación para todos, si puede llegar a universitario cualquier niño, con el apoyo suficiente, nos toca, como padres, maestros y sociedad toda, una segunda lección: educarles con consciencia de clase, para no pensar que se es mejor o se vale más por llevar mochilas nuevas, o que las entendederas tienen algo que ver con la marca de los zapatos.