Ser candiles de la casa

Mucho de tristeza y estrechez ha vivido nuestra gente en pocos años; y si seguimos ahora tirando para alante, tendrá que ser, a nivel de pueblo, mirando con luz larga

Desde cuando la pandemia de COVID-19 era cualquier cosa menos graciosa, un chiste circula por las redes sociales de Internet. Dice, más menos, que algún día, en el 2050, encontraremos un nasobuco en los bolsillos de nuestra vieja chaqueta, y nos reiremos con nostalgia... Justo antes de ponernos la máscara antigás para salir a cazar nuestra comida.

La moraleja, si fuera fábula y no meme, es que nos parece novedosa esta sucesión de olas de calor, coronavirus, viruela símica, hepatitis... Pero en realidad es el camino por el que seguirá rodando este planeta si no se implican en torcer el rumbo la ciencia, la gente y el poder. No es alarmismo: este es el momento.

¿Por qué? Porque queremos que el Caribe siga siendo azul cuando vayan a verlo nuestros nietos. Y queremos que ellos también prueben las guayabas y las piñas. Que vean alguna vez un tocororo y una jutía conga. Que pasen un poquito de frío en diciembre y no sea tan bravo el sol de agosto.

En Cuba es patrimonio de la gente achispada eso de mirar con luz larga. Tantas veces que haciendo planes o cogiendo botella nos decimos que "la luz de alante es la que alumbra", para que en las cuestiones grandes de esta vida nos quedemos "dormidos".

Luz larga es saber que si ahora sufrimos apagones, peor le irá a una Isla en vías de desarrollo cuando en el 2050 ya el petróleo sea historia. Y, por tanto, pensar que cambiar la matriz energética es una cuestión de supervivencia.

Luz larga y de la más luminosa (si semejante redundancia cabe) es saber que el Código de Familias a refrendar este 25 de septiembre tiene "ruidos" para la gente más conservadora, pero es melodioso y claro para una juventud que ya sabe vivir el amor del lado del respeto y la libertad. Coraza también para que niños y niñas tengan hogares de amor y no de violencia. Que movidos por ellos votamos. No por la resistencia al cambio.

Y ojalá nos alumbre también la certeza de que volver a la tierra y financiar una agricultura sostenible, ecológica y que no arañe sin remedio los suelos y la vida en él, es la única apuesta por alimentarnos en un futuro de enlatados e importaciones, que ya tenemos encima.

A los abuelos, que dieron la vida entera y también la luz, esto sí les preocupa. Porque sus nietos tienen cara y sueños, y son cualquier cosa menos hipotéticos. Pero no son ellos quienes deben actuar. Por ahí he leído que son los millennials (con su tan polémica dualidad entre sensibles e inteligentes) quienes más consciencia tienen de que quedan pocos años para cambiar la manera en que vivimos y pensamos. ¿La esperanza del mundo, serán?

Hay quien cree que no tiene caso. "Yo no soy un gobierno, ni una empresa ni tengo poder de decisión". "Yo llego a la casa con el papel en el bolso, y cientos lo tiran al suelo". "Yo enseño a mi hijo a respetar a las niñas y los demás padres a que presuman muchas novias".

Y es cierto que estar del lado del deber y no "del que se vive mejor" (como decía Martí) agota a veces. No queda más remedio para la gente buena y consciente que articularse. "Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo". Y eso lo dijo Eduardo Galeano, siendo ya abuelo, no yo, que al fin y al cabo soy una millennial más.