Se buscan reparadores de sueños

El calor de agosto lo agobiaba mucho antes de que saliera el sol. En una calle moronense ejercía su faena de barrendero, combinada con la ayuda que pudiera prestar al que lo necesitara, y viceversa.

Con su pala, una guataca y la carretilla que lo acompañan en sus menesteres, fue haciendo varios montones de tierra y yerba suficientes para llenar un carretón.

Al preguntarle sobre el destino que le daría al material su respuesta llegó rápida y sintética: "Un vecino me pidió que lo pusiera aquí, que él lo utilizará como relleno en su solar."

La escena me recordó a mi vecino Chano, en la capital provincial, quien, en días recientes, aprovechaba que las lluvias arrastraron arena hasta el frente de su casa, y como el recurso le era necesario, lo recogió para emplearlo en la construcción.

Lamentablemente, no siempre ocurren prácticas similares, sino todo lo contrario. Abundan quienes resuelven su problema y aquello que no sirve lo dejan en plena calle, a costa de obstrucciones en la vía pública o en la red de alcantarillados.

En otros casos, los encargados de la limpieza hacen su labor a medias porque el sobrante lo lanzan en otros espacios, que con el tiempo se convierten en montículos ajenos al ornato de cualquier comunidad.

Más crítica es la situación creada por los indolentes que depositan la basura en las alcantarillas, provocando tupiciones, contaminación y grandes gastos a la hora de desobstruir.

Este fenómeno, generalizado en Cuba, evidencia que la sociedad requiere de transformaciones en la mentalidad del sector poblacional que arroja basura en cualquier lugar sin el menor pudor, y también en quienes tienen el encargo social de preservar la limpieza.

Trocar lo sucio en oro, como lo hace el reparador de sueños creado por el trovador y poeta Silvio Rodríguez, constituye una fantasía aportada por el artista al imaginario popular, la cual urge ser llevada a la realidad.

No es posible que a estas alturas del siglo XXI la basura pulule sin que surja una salida inteligente y beneficiosa para la economía y la salud.

Cierto es que algo se ha avanzado en la recuperación de algunas materias primas para su reciclaje, pero todavía falta mucho por andar en ese ámbito.

La suciedad no se limita a las ciudades. Se extiende a la mayoría de los asentamientos rurales, tristemente "adornados" por jabitas de nailon en las cercas de los potreros y abundantes piras que intentan sanear lo sucio con el fuego, sin tener en cuenta que generan otros tipos de contaminaciones.

En el poblado de San Lorenzo, colindante con la Circunvalación Norte de Ciego de Ávila, se vivió una experiencia negativa por el hecho de que en el tronco de uno de los grandes árboles ubicados en la entrada del batey se quemaba basura.

Esa negligencia adelantó la muerte del madero, que no resistió los embates de un fuerte viento. Varias personas circulaban por el lugar y quedaron boquiabiertas al ver cómo tras su paso el gigantesco madero se precipitaba.

Recientes trabajos periodísticos se refieren a iniciativas en las playas para incrementar la cultura de la limpieza y evitar que los desperdicios liquiden la belleza de los parajes. Valdría la pena que esa línea ecologista se extienda a la mayoría de los sectores de nuestra sociedad, acompañadas por reglamentos que penalicen con la mayor energía a quienes infrinjan lo establecido.

Insisto en que la solución no llegará pronto, pero desde ahora hay que prestarle el máximo de prioridad al asunto. No es necesario esperar el incremento de los brotes epidémicos y, mucho menos, adaptarnos a vivir en la insalubridad.

Nos toca darle a Cuba el valor que merece, rescatar la tradición de limpieza y, al mismo tiempo, combinar las soluciones con enfoques de ciencia y economía. No hablo de soñar sino de construir, transformar, actuar como el reparador de sueños.