Pero, del dicho al hecho, ya sabemos lo que ocurre casi siempre.
Ciego de Ávila flexibilizó algunas de las medidas, aunque no en todos los territorios, luego de tanto tiempo en una dura lucha por la vida, los números demuestran que la tendencia es al control de la pandemia y, por ende, se hace necesario el regreso paulatino a la normalidad.
Por ello, a partir del 1ro. de octubre, el Grupo de Trabajo Temporal para el enfrentamiento al virus SARS-CoV-2 en la provincia aprobó, entre otras cuestiones, reabrir servicios asociados al Comercio y la Gastronomía, trámites legales, transporte y el retorno al horario habitual de los centros laborales.
De igual forma, se redujo la restricción de movimiento a partir de las 11:00 pasado meridiano, e informaron que se mantiene cerrado el acceso a playas, piscinas y ríos, así como a gimnasios y áreas de recreación infantil. Todo el territorio se mantiene en Fase de Transmisión Comunitaria, por consiguiente, es un razonamiento lógico que todavía no están creadas las condiciones ni es el momento idóneo para la ingestión de bebidas alcohólicas o aglomeraciones en espacios públicos.
Pero, del dicho al hecho, ya sabemos lo que ocurre casi siempre. Desfile de bicicletas y motorinas, música alta en distintos puntos, bebidas de todo tipo y nasobuco abajo; así se describe el ambiente de cada jornada en la entrada principal del Parque de la Ciudad (conocido como La Turbina), en la cabecera provincial, sitio donde confluyen cientos de personas (en su mayoría jóvenes), sobre todo en horario nocturno, y de este modo liberan adrenalina en ese “sano ambiente” tras una prolongada cuarentena.
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Resumen de ello: amaneceres con altos niveles de alcohol en sangre, incluso menores de edad que dejan el sitio pasadas las 8:00 antemeridiano (arriban durante toda la noche) y protagonizan en público actitudes de adultos que debían ser entre cuatro paredes; o se marchan de a tres o cuatro en cada motorina, gritería a lo western para aportar más carga dramática, y sin medios de protección.
Resulta curioso, y a la vez alarmante, que no se aprecie el efecto de medidas para contrarrestar estas manifestaciones públicas de irrespeto, y el peso de la ley sobre los infractores no se haga notar.
Las denuncias de muchos avileños conscientes se multiplican en Internet para dar fe de un fenómeno con el que convivimos hace ya más de un mes ante los ojos de todos. Cito otro ejemplo: un video que circula en las redes sociales del ciberespacio, en el que se aprecia cómo se amontonan decenas de turistas nacionales para entrar al restaurante del Hotel Pullman, en cayo Coco.
Cabría preguntarse si alguno de los presentes en los anteriores escenarios llegó al estado de gravedad debido al virus, perdió a algún familiar o si hace muy poco vio a ese pariente tan querido que el cierre de fronteras le imposibilitaba abrazar hace más de 19 meses.
El tamaño de la irresponsabilidad de quienes se involucran en estas prácticas no merece descripción, tanto desde lo institucional, como desde lo social o individual. Si no se toman cartas en el asunto, es muy probable que el control de la COVID-19 aquí sea sólo un buche de ese trago que todavía nos sabe amargo y, tarde o temprano, la enfermedad nos demostrará que es cada vez más agresiva.
Las situaciones aquí descritas atentan contra la tranquilidad de las estadísticas —y de quienes sí se protegen—, y son una muestra de falta de sensibilidad hacia todo el personal de la Salud que, con sus luces y sombras, ha hecho frente a la situación.
Más de 50 000 contagiados y una cifra superior a 700 fallecidos con el virus SARS-CoV-2 en Ciego de Ávila no son números que nos enorgullecen como provincia; y nuestros médicos, enfermeros, científicos o voluntarios tampoco merecen más horas en zonas rojas, nunca agradecidas lo suficiente.