Muchas veces, más de las que creemos, escuchamos un concepto, un enunciado, una exhortación y, aunque no lo sea, nos parece algo nuevo, a lo que nunca hemos asistido, algo que jamás hemos pensado y/o hecho.
En estas semanas a muchos cubanos puede que algo así les haya sucedido, desde el momento en que Miguel Díaz-Canel, nuestro Presidente, nos mandaba a pensar como país, a que cada uno de los que habitamos y amamos esta Isla la pensáramos muy desde adentro, nos asumiéramos como pasajeros todos de un mismo barco al que queremos conducir a un mismo puerto.
Esto lo digo yo, porque qué otra cosa es pensar como país. ¿Qué es si no olvidarnos de nosotros, de los intereses individuales, hogareños, de los deseos más simples; para ir a un todo más profundo que nos aleje de individualismos, de sobresalir por encima del vecino de al lado, del que aborda el mismo ómnibus, de quien trabaja junto o para nosotros, del que tiene a su hijo en la misma escuela en que también está el nuestro; y comparte gratis el médico y la misma vacuna?
Pensar como país no es fácil, pero tampoco es algo nuevo, que nunca se haya hecho; muy por el contrario, es lo que muchísimos cubanos han conseguido hacer a lo largo de décadas y nos ha mantenido a flote. Por eso, me atrevo a afirmar que es la solución hermosa y necesaria, en medio de la adversidad, por eso se hace la exhortación urgente, porque pensar como país nos ha distinguido y fortalecido en otras circunstancias; y ahora no va a ser diferente.
No somos los cubanos seres creados en probetas, inmaculados, perfectos; tenemos nuestros propios demonios, miedos, además, por qué no, deseos mezquinos, flaquezas; pero si algo nos puede distinguir es el diseño de país que late dentro de nosotros, la Cuba que queremos vivir y que vivan nuestros hijos.
Pensar una nación no es fácil, hacerlo es más difícil todavía, muchos dejan eso en otras manos, como si todas no resultaran necesarias, como si fuera justo que alguien disfrutara, o padeciera, por aquello para lo que no tuvo el valor o la disposición de ayudar a sacar adelante.
Tal vez por eso se critica tanto, y tan duramente, lo que no sale bien o a tiempo, lo que se malogra, lo que esperamos y no llega, porque otros, solos, quizás no pudieron lograr como querían, porque faltaron mentes, manos y corazones en el empeño.
El cubano que, antes de que se hiciera efectivo el aumento salarial, ya había subido los precios de sus productos, nunca pensará como país. El que parqueó su carro porque si no es con petróleo de “la izquierda” no camina, porque lucra poco, tampoco. Aquel que todos los días paga unos precios que burlan las disposiciones que los llevaron al tope, sin chistar, por vergüenza, por temor, porque puede pagarlos y hasta por no estar atravesado, protestando, no piensa como país, aunque se sienta una víctima de otros.
• Lea aquí sobre el establecimiento de precios topados en Ciego de Ávila.
El que dice que paga la libra de bistec a como sea, porque puede hacerlo y se la quiere comer y punto, sin importarle aquel que nunca podrá pagarla, no tiene la más mínima disposición de razonar más allá de sus narices.
Todo el que acapara cualquier producto, porque “está escaso y mi amigo me ayuda porque yo lo ayudo; porque tengo viejos en mi casa, o niños, o no puedo hacer colas...”, está pensando solo en él y los suyos, está lejos de pensar en los míos y los tuyos, en este y aquel, que somos, en definitiva, los que poblamos este país y estamos llamados a pensar como tal.
Es bella y romántica la idea, a algunos que la tomen de manera festinada, incluso, podrá no salirles bien, porque no es fácil y lleva empeño, deseos, fuerzas y valor.
Sí, mucho valor, porque pensar en el bien de otros, de la mayoría, de Cuba toda, es necesario, es urgente, mas sigue siendo difícil; y por eso la exhortación inteligente y a tiempo, porque nadie nos va a pensar a Cuba como nosotros la queremos, y muchísimo menos, van a hacérnosla como nadie quiera. Por eso pensar como país sigue siendo la solución y el gran desafío.