Matanzas, a la hora de la verdad

Matanzas duele profundo por estos días. Duele más donde ahora las llamas ceden y dejan ver un panorama desolador, bajo la nube de humo que trastrocó el acostumbrado azul en triste gris, en las familias que perdieron a sus hijos sin poder decir adiós y en las que esperan por buenas noticias en la sala de un hospital. Sin embargo, a kilómetros de allí, el dolor ajeno se comparte y no puede ser de otra forma, en una tierra en la que, a fuerza de infortunios, hemos aprendido que el estar para otros en los momentos más duros también salva.

Entonces habrá quien piense en el familiar o conocido que lleva noches durmiendo fuera de casa porque la vida es lo primero, en el colega que se arriesga para llevar la información a otros, en el que agarró lo que pudo y fue a colaborar donde más hacía falta o, sencillamente, en las imágenes de esos rostros anónimos en medio de un fuego que parece el mismo infierno y que estrujan el alma. Pensamientos y sentimientos que hacen la Cuba de estas jornadas: una ciudad a la que el fuego le ha robado el sueño y un país entero que siente y hace por ella.

Y quien dice hacer, habla ahora mismo, en Ciego de Ávila, de los 13 cirujanos, caumatólogos, ortopédicos y enfermeros que aguardan con su equipaje intacto por si hiciera falta más personal médico para atender a los lesionados, un número que nunca quisiéramos ver crecer; de los brazos que, desde el pasado fin de semana, se han extendido en los bancos de sangre de la ciudad cabecera y Morón porque el vital líquido nunca sobra; o de los choferes que este lunes, en plena noche, ponían sus rastras camino a la occidental provincia para llevar casi 40 toneladas de productos agropecuarios a hospitales matanceros.

Luego de un tornado, una pandemia que casi nos “asfixia” y la explosión de un hotel que nadie vio venir, cualquiera diría que, a estas alturas, bien sabemos cómo lidiar con las adversidades y, aunque para lo peor nunca se está preparado, reconozco que algo bueno le hemos sacado. De esos malos ratos nació la misma voluntad con la que hoy muchos se despojan de lo que no sobra, pero saben resuelve más allí. Gente que brinda su casa para acumular donaciones, su transporte para llevarlas hasta donde haga falta y sus manos para cargarlas sin más reconocimiento que el saberse útil.

Para eso han servido las redes sociales de Internet en estos tiempos, para reunir las buenas voluntades que mueven “montañas”, aunque la desinformación continúe siendo un juego sucio que place a muchos y el pánico la cuerda de la que tiran para provocar el caos. A esos, me cuesta y siempre me costará entenderlos.

Al parecer la tormenta empezará a dejarnos ver la calma y, mientras nos reponemos —porque de esta, como lo hemos hecho antes, también saldremos adelante juntos—, que la gratitud y la solidaridad, esa ayuda que no puede medirse en cantidades, no pare de llegar hasta quienes han estado desde el primer día, sin importar el peligro, el cansancio, la tensión y el dolor por los que no podrán regresar a casa. Siempre nos preguntaremos de qué están hechos esos hombres y el agradecimiento tendrá tantas formas como firmas, mas en él podrá leerse el reconocimiento de un pueblo que no necesita más demostración para saberlos valientes.

Un año atrás, cuando esta provincia era el epicentro de la pandemia y vivíamos días que parecían interminables, desde fuera llegaron muchos a hacer suyo el problema. No será diferente ahora en Matanzas, de esos capítulos hemos escrito unos cuantos, porque a esta Isla pueden faltarle otras cosas, menos personas que a la hora de la verdad, como dice la canción, vengan a ofrecer su corazón.