Más que juzgar, educar

¿Cuántos revoltosos de la Secundaria Básica no se convirtieron, al paso de unos pocos años, en los héroes de la COVID-19, los que entraron a la zona roja y se jugaron los pulmones por todos nosotros? Miremos a la adolescencia sin prejuicios y ayudemos a crecer

Todos los mediodías salen de la escuela con un barullo tremendo. Ríen, se empujan, gritan, sueltan alguna palabrota y conversan ensimismados sin fijarse en las personas que caminan en sentido contrario. La turba adolescente invade los portales avileños, ese corredor público por el que transitan tantas personas. Van en manada, y tú, indefenso y solitario caminante, debes hacerte a un lado y esperar a que pasen todos, si no quieres que te tumben. En la retaguardia del grupo siempre encuentras a uno o dos chicos en bicicleta, también encima de los portales. Y la escena se repite de lunes a viernes, todas las semanas.

Por supuesto, el pasaje descrito no implica el fin del mundo ni tiene por objetivo regañar a nadie. La inmadurez y los cambios que se producen en esa edad, y no el deseo de fastidiar a la gente, explican el comportamiento de estos muchachos. La mayoría, cuando acabe la Secundaria Básica, crecerá mental y emocionalmente, y dejará atrás las chiquilladas de hoy.

Si tuviera que regañar a alguien (y, repito, no es el caso) sería a los padres y los maestros de esos estudiantes. Y mucho más a los primeros que a los segundos. Sí, porque a veces los adultos somos pésimos ejemplos para los niños y adolescentes. Mucho discursito de que la juventud está perdida, pero luego los familiares no son capaces de enseñarles en casa, desde bien temprano, lecciones de educación formal a los suyos. Peor: a veces ni siquiera son un buen ejemplo.

Esa pérdida de la educación formal y del sentido de lo correcto puede resultar también un síntoma de decadencia, de que las cosas no andan bien a nivel social y, por eso, se producen cambios profundos en los valores y la cultura de las personas. Habría que detenerse a reflexionar en ello. En los momentos de crisis, la sociedad tiende a perder de vista ciertas normas.

Al final, a uno no le queda de otra que creer —igual que Martí— en el mejoramiento humano. Más que juzgar, toca educar. Y ponerse en la piel de los demás. Es verdad que algunos de esos muchachos son, en el argot popular, un batido de grampas, y que se saltan unas cuantas reglas básicas de civilidad. Pero también es cierto que en medio de esa hecatombe de hormonas y energía está la semilla del futuro; semilla que, por supuesto, hay que saber regar.

¿Cuántos revoltosos de la Secundaria Básica no se convirtieron, al paso de unos pocos años, en los héroes de la COVID-19, los que entraron a la zona roja y se jugaron los pulmones por todos nosotros? ¿Cuántos habrán ido a pelear a Angola? ¿Cuántos alfabetizaron? ¿Cuántos médicos, enfermeras, bomberos, científicos, fueron, en su momento, adolescentes rebeldes?

➖😷🤩 Resultados negativos que son noticias positivas. 😱 Secretos que puede que salgan a la luz... 😉 Acómpañanos mañana...

Posted by Teleserie Valientes on Monday, December 12, 2022

No se trata de mirar con indulgencia un mal comportamiento, pero sí de asumir que cada uno de nosotros tiene una cuota de responsabilidad en la formación de la niñez y la adolescencia. Y que no todo es gris, como lo demuestra Alejandro, quien quizá haya formado parte de ese tumulto de mediodía (o no), pero que a su corta edad siente orgullo por compartir genes con un mambí eternamente joven: el general Ignacio Agramonte.

Cuando los veo pasar, con las risotadas, los gritos y hasta alguna que otra palabra vulgar, me pregunto si la próxima vez que este país necesite de sus jóvenes, serán algunos de estos bulleros quienes den el paso al frente. No me extrañaría.