Liderazgos y consensos

Nunca es tarde si la dicha es buena, dice una frase popular. Bueno, hasta cierto punto, ripostaría cualquiera, cuando la vida nos demuestra que, en incontables casos, la acción postergada no deja luego el resultado esperado. Siempre será mejor a tiempo si se trata de gobernanza, rendir cuentas al pueblo, reforzar la institucionalidad, porque en el camino se puede perder importante capital político.

La actualidad cubana, marcada por la incidencia de la COVID-19, el reforzamiento del bloqueo estadounidense y de la crisis económica, ante la marcada caída de ingresos de sectores clave como el Turismo, no admite dilaciones en la actuación certera y constante, sobre todo de quienes poseen el poder de decisión para impulsar el proyecto socialista refrendado en la Constitución de la República de Cuba.

Amplias y profundas son las demandas de la población acumuladas. Cierto es que las condiciones externas a veces dejan poco margen de maniobra, sin embargo, muchas veces la solución choca contra los muros de la apatía, la burocracia, el “no se puede”.

Los nuevos tiempos compulsan entonces a una dirección más colectiva, de una estructura político gubernamental llamada a ser continuidad y ante la ausencia física de un líder carismático e histórico de la talla de Fidel Castro. De ahí que buena parte del éxito ha de transitar invariablemente por el respeto y reforzamiento de la institucionalidad, como una de las piedras angulares en que ha de erigirse la Cuba proyectada.

Más que nunca ese liderazgo colectivo es vital para alcanzar un Poder Popular verdaderamente efectivo desde la base, ahí nos jugamos buena parte del futuro. Resulta imperativo desterrar de una vez la pérdida de credibilidad de las asambleas de rendición de cuenta, motivadas por la no solución de problemáticas, muchas veces añejas, los diálogos entre electores y delegados cargados de formalismos, así como potenciar el empoderamiento de los últimos.

Sería una verdadera lástima desaprovechar tales herramientas de la democracia socialista, vaciadas de su sentido transformador y llenadas por la desidia. Semanas atrás conversaba con una amiga y me contaba que en su localidad —de más de 1 400 habitantes— el último proceso para la selección de estos entes gubernamentales de base se saldó con una asistencia de poco más una veintena de personas. Lamentablemente, no se trata de un caso aislado.

Por estos días he visto con agrado que nuestro Presidente de la República y Primer Secretario del Comité Central del Partido, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, ha sostenido una serie de intercambios con diversos sectores de la sociedad. Amén de la formalidad de unos o de lo desenfadado de las demandas de otros, creo que por ahí va el camino de conseguir la interacción de los dirigentes con las masas que no se ha de perder nunca.

La hegemonía se construye todos los días, de nuestras acciones depende sostenerla, o podemos despertar con el dinosaurio (véase como situaciones no resueltas) del famoso relato. Se precisa tener en cuenta variables que ganan peso sobre todo en un escenario en que el consenso en torno a la Revolución se presenta más heterogéneo y deteriorado que el de los años 60 o 70 del pasado siglo.

El pueblo demanda que los dirigentes y directivos un cambio de métodos que los acerque al sentir ciudadano desde la empatía y la comprensión, que de ellos se espera como servidores públicos. Menos reuniones anodinas y más tomarle el pulso a esa Cuba que palpita en las calles, los barrios, las comunidades. No se trata tampoco de hacer siempre lo extraordinario, la sabiduría martiana nos recuerda: “Haga cada uno su parte de deber, y nada podrá vencernos”.

No obstante, a mi entender, existen aspectos a superar como la existencia de mecanismos “dedocráticos” para la elección de determinados puestos, muchas veces cuando el candidato en cuestión no tiene ascendencia popular o valores de liderazgo. Que en la búsqueda de la representatividad, no pequemos de alejarnos de lo más importante.

En nuestras manos está poner esa proa al futuro, necesariamente mejor, a un país más participativo y democrático en que el compromiso y la acción de los líderes contagie la obra movilizadora del pueblo.