La dignidad plena, única vía para la emancipación humana, debe garantizarse a costa de todo
Los muchachos reían y conversaban animados. Él dormitaba en un banco del parque, ajeno al ruido y el tumulto de colores. O quizá sí echó un vistazo furtivo: miró los carteles, las risas, a los chicos de su misma edad, aquellos pulóveres blancos, todos iguales… Quién sabe. Debió escuchar el bullicio: voces medio aniñadas, otras más graves. Puede que haya deseado ser uno de ellos, o que le dieran igual la multitud, las cámaras, las carcajadas, y simplemente siguió durmiendo.
Mientras niños, adolescentes y jóvenes profesionales cantaban consignas sobre el futuro, él siguió boca arriba, sobre el banco del parque, adormilado y sucio en su presente; duro contraste de realidades, en una época donde aumenta la desigualdad. Por los rasgos de su cara, por su constitución física, tendrá 15 o 16 años.
El muchacho anda sin rumbo por las calles de Ciego de Ávila. Más de una tarde lo he visto dormir en los céntricos portales de la ciudad, o salir de alguna cafetería con varios billetes en la mano. Acomoda entre sus dedos a Camilo Cienfuegos, a Máximo Gómez, a Maceo: ordena y guarda en un bolsillo la dádiva, y uno siente que la imagen le quema las retinas.
No es el único, pero sí el más joven. Los demás mendigos ―deambulantes, menesterosos, indigentes, a esta altura el nombre es lo de menos― son personas de mayor edad, adultos, y desde hace años pueden verse en las calles. Beben alcohol, piden dinero a los transeúntes, “bucean” en la basura o duermen a la intemperie.
Su presencia crece en los últimos tiempos, en Ciego de Ávila y también en otras ciudades del país, como desenlace profético: más negocios privados, más riqueza para unos, pero también más pobres, porque el progreso económico ―digan lo que digan― no chorrea como helado desde las capas pudientes de la sociedad hasta los sectores precarios. En esa redistribución, el Estado juega un rol muy importante, que se ha resentido en época de crisis.
Sin embargo, el fenómeno no puede explicarse en su totalidad por el incremento de la desigualdad social, aunque esta constituya un innegable catalizador. El alcoholismo, las enfermedades psiquiátricas, las discapacidades físicas y mentales, y el abandono de estas personas por sus propias familias, resultan factores de mucho peso que deben tenerse en cuenta. Y si a lo anterior sumamos la insuficiente atención de las autoridades, ya está lista la tormenta perfecta.
Ciertamente, los centros para la atención a personas deambulantes, creados en varias provincias del país ―incluida Ciego de Ávila―, contribuyen a paliar el fenómeno, si bien no lo erradican, ni está entre sus objetivos lograrlo. Estas instituciones, pensadas para estadías cortas, se ocupan de la clasificación y la evaluación física y mental de estos individuos, con vistas a su reinserción social o su internamiento en centros asistenciales.
No obstante, mientras continúe como tarea pendiente una verdadera y efectiva articulación de las organizaciones de masas con los ministerios de Salud Pública, y Trabajo y Seguridad Social, y mientras esta no impulse la participación popular, todo esfuerzo por prevenir estas conductas y sus efectos negativos estará condenado a quedarse corto.
Urge atacar las causas del fenómeno, en lugar de centrarse en solucionar el problema cuando ya la persona está en la calle, vulnerable, rechazada. Y debemos actuar a tiempo, sin dormirnos, porque la marginalidad y la precariedad no desaparecen espontáneamente: cuando despertemos, seguirán allí, como el dinosaurio de Monterroso… Y serán mucho mayores.
La dignidad, como ley primera de la República: eso nos pidió José Martí y así aparece en las primeras páginas de la Constitución de 2019. La dignidad plena, única vía para la emancipación humana, debe garantizarse a costa de todo; y más en tiempos de precariedad económica, cuando muchas personas acaban relegadas por las lógicas del mercado.
Que nadie quede desprotegido en Cuba, que no haya mendigos en nuestras calles, que ningún muchacho duerma sus abriles en la dureza del banco de un parque, no puede ser otra preocupación, entre las numerosas que hoy afronta la gestión gubernamental: es un asunto de esencias, donde incluso está en juego el pacto social de una Revolución hecha con los humildes… y para ellos.
• Hace pocos meses, el sitio digital Cubadebate publicó un reportaje acerca de esta problemática: