Ciego de Ávila: Los amarillos se destiñen

Este lunes en la tarde el amarillo que se para por el restaurante Paradiso (que todavía es Moscú para algunos), en la capital provincial, hizo virar un carro cuando anotó su chapa en el tablonario de incidencias. Me lo contó orgulloso Pascual, el amarillo que pronto será azul porque les cambiaron el uniforme. Pero del cambio me había contado otro, que ya anda de azul, el que se para a la salida de La Habana y se llama Yudiesby. Él cree que con el nuevo uniforme los respetarán más al confundirlos con los inspectores de Transporte. Lo dice feliz, y Carlos Pedro, el amarillo que embarca a los avileños en la salida para Ceballos, no lo cree tanto, mientras habla de un respeto que no tiene que ver con el color. Y otro Carlos, Carlos Alberto Díaz, el amarillo del Piñacito, pone ejemplos…

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Entre todos van redondeando una opinión hasta tenerla casi acabada: necesitan más respeto, más stop. La solidaridad no debería tener frenos impuestos —ni ser “inducida” con la policía motorizada, el Inspector de Transporte, el amarillo ( azul, en breve) o una coyuntura que, en términos de transporte, no comenzó con la escasez de combustible, pues desde hace años permanece la gente “ botada” en la carretera—; pero la presión de las autoridades nos hizo pensar que los choferes finalmente entenderían dos cosas: hay que frenar por las buenas, y por las malas.

Por eso lo genuino de la solidaridad fue de alguna manera cuestionado; no se sabía si los carros paraban convencidos o vencidos por una “fuerza mayor”. Y ahora algunos ya han ido descubriéndolo.

Comentario en la web de InvasorAunque desde antes algunos comentarios en Invasor dejaban entreverlo

Para sorpresa de Invasor, la propia Dirección Municipal de Transporte ha contribuido “sin querer” a una impunidad que puede ser cíclica. Las chapas de los carros que han seguido de largo se archivan, sin embargo, “no ha habido tiempo de analizarlas para mirar las reincidentes y tomar medidas”. Y para tomar medidas, según el Jefe de brigada, de los nueve puntos de embarque que existen en la ciudad, habría que ir hasta las empresas de cada infractor para que allí definan qué hacer. Y para ir hasta ellas habría que tener transporte y eso es lo primero que, paradójicamente, dice que allí no tienen. O lo segundo, porque una podría cuestionarse si la lista de chapas no podría caer en manos del Gobierno, y hasta de la prensa, para que el irrespeto no sepa a impunidad y los amarillos recuperen, de paso, la autoridad. La falta de voluntad los hace lucir, también, desteñidos.

Alcanzan su extremo, incluso, cuando Invasor les pide las chapas que yacían en su tabloncillo y dictan con descrédito B093737, B067637, B093358, B078875, B093941, B094863, B008520, B200628… creyendo que tales matrículas tampoco terminarán en análisis. Y yo les daría la razón, sobre todo, negándome al escarmiento que, a veces, suele darse con lo que sale en los periódicos, desconociendo lo que no decimos. La teoría del iceberg tendría que advertirles que estas chapas son la punta, que debajo hay meses de listas y reincidencias con las que nadie ha hecho nada, según admitieran desde el Departamento Técnico de la Dirección Municipal de Transporte.

Aunque uno podría suponer que ni siquiera allí lo saben todo porque uno de los amarillos habla de “un inspector de Transporte, uno calvo, que no sé como se llama, que es una fiera, fue hasta Chambas por una guagua que no paró y se mete por 9 de abril, por donde cogen los carros pa´ burlar el punto de la salida de Ceballos y los hace virar”. No obstante, las excepciones nunca han sido reglas y a estas alturas deberían haberse nombrado, al menos, a los que conducen por la vía (y la vida) sin mirar a los lados; ya que no hablamos de espontaneidad, hablamos de severidad.

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Digamos de soslayo que los organismos no definen a quién montar, que un carro que para en un punto de recogida no es para trabajadores del organismo al que pertenece el vehículo que esperan, sino para los primeros en la cola, que esperan desde antes; que las pepillas que se ubican a 50 metros del punto de recogida son conscientes de que se las llevarán primero y los choferes de que no pasará nada por recoger fuera de parada; que las alcancías son minúsculas y al repletarse se frena la recaudación o se recauda para otra parte…, pero digamos, sobre todo, que los amarillos se nos destiñen y estamos sentados, a la sombra, viendo como palidecen.