Tierra, poesía y raíz

Quien tenga la idea de que hacer cerámica es apenas “vaciar” en un molde y cocer el arte, debería conocer a Roberto Ávila. Las manos son más sabias de lo que parece

Hay algo prístino en la cerámica, que lleva cociéndose al fuego desde el Neolítico. Y hay algo igual de primitivo en el recorrido instintivo y casi a tientas de Roberto Ávila por las artes visuales, una pulsión que, a veces, es más fuerte que su propia consciencia.

Él dice que quizás le viene de sangre, y agradece cuando, en la infancia, su madre le llevó a aprender guitarra y luego dibujo y pintura con el Maestro Luna, “aquí en la calle Maceo”. Suponemos que ya ella veía, con la sabiduría de las madres, lo que estaba sembrando. “Mi madre era muy sensible”, aclara él.

Haberse hecho médico puede parecer un error o un bucle innecesario en el camino hacia su verdadera vocación. Desde entonces, cuando Roberto participaba en el Movimiento de Artistas Aficionados como trovador, se le agolpaban los indicios de que no estaba en el camino definitivo.

Él sabe que no es exactamente así. “Los artistas somos muy intuitivos, y yo creo mucho en eso”.

“En ese momento no había un sistema de enseñanza como ahora”. Así que pensar en el arte como una profesión era más difícil. Por suerte, no se había graduado aún cuando tomó un curso de apreciación impartido por José Ramón Terry, un primer paso importante.

El momento en que se decidió por las artes llegó tres años después de graduarse, a su tiempo. “Pasé mi servicio social y luego trabajé en un hogar de ancianos. Pero algo me decía 'esto no es’”. Para entonces, ya tenía familia, así que no era una decisión fácil la de cambiar de ocupación.

Roberto conversa con Invasor desde el patio del Consejo Provincial de Artes Plásticas, en estos días de junio en que una bruma gris claro rellena todos los espacios. Además de médico, es diabético, lo que puede explicar que el nasobuco no me deje ver del todo la expresión de su rostro.

Entonces me concentro en sus ojos pequeños y quietos, que dicen mucho en conjunto con su sosegado tono de voz y sus modales. Sólo menciona que a la entrada hay una exposición suya porque le pido contarme de su paso por otras manifestaciones, en poco más de 25 años de carrera. Y para ver la expo tardaré un buen rato, pero valdrá la pena.

Eran los años noventa, al inicio, cuando entró a la Asociación Cubana de Artesanos y Artistas (ACAA) como aficionado, con la talla de madera como oficio. Pero los 2000 le sorprendieron con nuevas inquietudes. Entonces llegó la cerámica, cuando andaba buscando una forma de expresión más libre.

“La cerámica es muy dinámica. Te permite dibujar, pintar, esculpir, modelar. Y a mí me ha servido para eso, me fue llevando a otras manifestaciones. Probablemente no sea la palabra exacta, pero llegué a sentir en algún momento, con la talla en madera, que me estaba apabullando”.

“Recuerdo una conferencia de Alejandro Alonso —quien fuera director del Museo Nacional de la Cerámica Contemporánea Cubana— titulada “Cerámica, arte mayor”, que para mí fue un detonante. Entendí la necesidad de valorizar esa manifestación, porque es cierto que, por ejemplo, si te muestro una pieza y un cuadro de Picasso vas a escoger el cuadro”.

alfareroCortesía del entrevistado

Y precisamente la transición hacia los cuadros es lo que le ocupa ahora a Roberto las energías creativas. Desde que trabaja en el Taller de Cerámica del Fondo de Bienes Culturales (FCBC), cosechando, por cierto, excelentes, ha abandonado un poco su taller personal, en casa, y el tiempo para crear se le reduce.

“Tengo una tablilla de hojas en la cabecera de la cama y es ahí donde descargo lo que tengo en mente. Son dibujos que pueden o no darme cosas. Es algo que ‘viene pasando por allá arriba’ —señala al aire con el dedo— y yo tengo que agarrarlo. Ya he llegado a un punto en que si no dibujo y no pinto me siento mal. Y, en ocasiones, es la mano que se va moviendo sola y yo mismo me sorprendo cuando termino. Luego pueden darme o no cosas”.

En las paredes de la galería desde la que hablamos, están los dibujos que sí “dieron cosas”. Personajes interesantísimos, en tinta, sobre hojas de oficina y papel craft, con los que puedes inventarte un discurso. Como suspendidos en medio de una acción, contando secretos, a punto de caerse, fogatas, gallos, viejos, cabras, pipas, cercas, bigotes, sombreros diminutos, peleas, chismes… Un universo de pequeños garabatos que al punto se convierten en sombras, muecas, pieles… Si fueran a escribirse, serían poemas.

Roberto me acompaña y va acotando. Que para él es importante la expresión, y voy entendiendo que está por encima de la rancia concepción del arte como binomio de forma y contenido, como emisor de mensajes. Su obra puede preciarse de ser el mensaje en sí misma.

“Son muy intuitivas, pero luego las tomas en el contexto y ves que tienen un discurso”, me dice, y yo le añado que la manera en que las vemos es también intuitiva, porque antes de lograr decodificarlas ya hemos decidido si conectamos o no.

Es el punto de vista filosófico, casi una ontología hecha con las manos, el regalo que le dejaron en los genes. “Dicen que el arte tiene que ver un poco con la locura, y yo a veces me siento caminando en un filo —se ríe—. Por suerte, casi siempre tiro para el lado de los cuerdos”. Y por desgracia, del lado de los cuerdos hay un sentido pragmático que aún le cuesta asimilar.

—¿Se puede vivir del arte, desde tu experiencia?

—Sí, claro que se puede. Solo que a mí no me ha sido posible. Porque como mismo me dieron la inquietud artística, me falta algo: yo no soy buen negociante. Así que debo vivir, a veces, haciendo concesiones, produciendo piezas con otro fin que el artístico puramente. Hago un tipo de artesanías que puede ser muy complaciente. Hace poco lo hablaba con [Luis Enrique] Milán en el Taller. Yo le decía: ¿Cuánto no quisiera uno estar creando? Lo que pasa es que tenemos familia.

El currículum que le pido y finalmente me envía tiene 15 páginas. Cuento pasando el dedo por encima de las hojas y voy anotando: 71 exposiciones, 22 salones, 3 ferias, 13 eventos. Y no se ha quedado quieto. Está feliz porque le están invitando otra vez al Terracota de Santiago de Cuba, al Embarrarte de Sancti Spíritus. Y porque el Taller del FCBC va caminando y le va a ir bien, lo sabe por el ímpetu de sus compañeros.

Cuando era solo un proyecto 

De los méritos no hay dudas. Lo diría Jorge Rivas Rodríguez (critico de arte y periodista) ya en 2010: “Ávila, considerado entre los más diestros y prestigiosos ceramistas de la región central de la Isla, cuya obra ha ido ganando espacio dentro de este género del arte cubano, concibe sus cerámicas sobre la base del valor mágico que, desde los remotos tiempos del Neolítico, han poseído las vasijas de arcilla, cuyo eminente valor utilitario en la vida de las sociedades —desde que el hombre comenzó a pensar—, derivó, además, en objetos que enriquecen la espiritualidad humana”.

Cuando creo que hemos terminado, él se alista para terminar esta suerte de retrato con el retrato propiamente dicho, y es entonces que descubro un rostro para nada cansado y que no le “achacarían” a un artista. A no ser que le miraran los ojos. Esos lo dicen bien.