¿Por qué dejarle toda la responsabilidad del bienestar colectivo a las endorfinas individuales?
Señales de prohibición. Código de Seguridad VialLos antecedentes: La señora se levantó temprano para hacer su caminata matutina. Caminar, dicen los expertos, es un ejercicio mejor, incluso, que correr. Fortalece los huesos, los músculos, los pulmones, el corazón. Es un todo incluido y los beneficios se cuentan por decenas, sin importar si uno es joven o viejo. Sus efectos más duraderos, sin embargo, son en el cerebro.
Al andar a paso de ejercitación las endorfinas aumentan y los niveles de estrés disminuyen significativamente. Ante la presencia de situaciones estimulantes y agradables, o, por el contrario, dolor y estrés, el hipotálamo y la hipófisis comienzan a secretar endorfinas, un neurotransmisor que se adapta a lo que el cuerpo necesita. Si se somete a un estímulo doloroso, actúa como analgésico. Si, en cambio, es un estímulo agradable, entonces produce felicidad. Caminar pone en marcha la fábrica de endorfinas y conviene no detenerse. No es que haya un plan para cumplir, pero a más cantidad de pasos, más vida.
Los hechos: La señora se levantó temprano para hacer su caminata matutina. Llevaba ya un tiempo con esa rutina al amanecer. Empezó como una indicación de su doctor, pero terminó tomándole, digamos, cariño. Salir a la hora más fresca del día le permitía dejarse llevar e ir intercalando pensamientos inevitables con otros más espontáneos. Por ejemplo, al doblar la esquina y toparse de narices con el sempiterno basurero del barrio no podía dejar de pensar en que cada vez estaba más grande y pestilente, que era una desgracia para todos, que qué lástima tan grande con tanto material reciclable, que la gente no tiene conciencia…, ni Comunales recursos.
Incluso a esa hora de la mañana sudaba copiosamente, porque lo del eterno verano en Cuba es una verdad enorme como un templo y el calor es húmedo, agobiante. Cruzó la calle y se dispuso a recorrer por enésima vez el serpenteante trillo dentro del Parque de la Ciudad. A un costado el lago y sus malanguetas, al otro la hierba verde. Ella iba y otros venían, liberaban endorfinas al ritmo de la caminata y parecían ir dejando sobre el pavimento preocupaciones y angustias, al menos momentáneamente. Hasta que pasó lo que no debía pasar. En una senda donde está prohibido el tránsito vehicular, apareció de la nada un “motorinista” trasnochado y la atropelló, dejándola sobre el suelo con el antebrazo quebrado. No hubo, siquiera, una disculpa. No hubo auxilio. No hubo tiempo de verle la cara al impune infractor.
Las consecuencias: La señora no se levantó temprano para hacer su caminata matutina. Lleva días muy adolorida, porque, además del antebrazo quebrado, le duele el cuerpo por la caída. Hipófisis e hipotálamo, las fábricas de la endorfina, han entrado en recesión y no alcanzan a desaparecer la sensación punzante en el costado. Obvio, tampoco son capaces de producir felicidad. Ha debido echar mano de la química y de las propiedades antinflamatorias del ibuprofeno. Y ahí está, dosificando analgésicos que no le quitan, sin embargo, la rabia de saberse vulnerable por la maldita circunstancia de quienes no saben vivir en sociedad.
Vivir en sociedad, según lo entiende, es acatar las normas elementales de convivencia, sobre todo aquellas que al ser incumplidas atentan contra la vida de los demás. Fue un antebrazo, pero el golpe pudo ser en una pierna, en la cabeza. Y luego, ¡qué falta de humanidad!, cómo ese joven siguió de largo, sin remordimientos…
Las preguntas: ¿Quién no sabe que dentro del Parque de la Ciudad no se puede transitar en vehículos? ¿Cuántas veces más habrá que publicar en la prensa que el Bulevar es un corredor para peatones, no para ciclistas o motoristas? ¿Hasta cuándo la precaución y el instinto de conservación nos harán mirar dos veces a ambos lados en las calles de un solo sentido, precisamente porque no faltan quienes han perdido el sentido común? ¿Por qué dejarle toda la responsabilidad del bienestar colectivo a las endorfinas individuales?