Rescatar valores como el respeto hacia la propiedad social, el buen comportamiento ciudadano, el cumplimiento de las normas de cortesía y la solidaridad con el prójimo, no es un eslogan más
Culpa sin rostro como incentivo para enfermarse de rechazo irreflexivo. Tomo de referencia la canción del dúo Buena Fe para llamar la atención sobre la falta de responsabilidad para con la sociedad, que hoy contamina el comportamiento de algunas personas cual enfermedad infecciosa.
Como si viviéramos en un mundo etéreo e inanimado, a nuestro alrededor se suceden cada día situaciones y acciones indolentes, sin que parezca molestarnos o, al menos, hacernos reaccionar.
La manida y recurrente actitud de no buscarse problemas, no solo hace proliferar los males, sino que acaba convirtiéndose en un trastorno social.
Si alguien derriba la señal de tránsito, echa los escombros en el primer lugar que encuentra o llena el vertedero colectivo de desperdicios de alimentos o animales muertos, aunque sea a la vista de otros, no encuentra resistencia alguna ni siquiera una frase que apele a su conciencia.
Detrás de tales actitudes, por desgracia, más frecuentes cada día, hay un marcado egoísmo y menosprecio por la propiedad social, que hace a los individuos comportarse como si fueran los amos y señores de cuanto les rodea.
Pero la proliferación de tales actitudes encuentra caldo de cultivo en la pérdida de protagonismo de organizaciones de masas e instituciones estatales que, anteriormente, ejercían una influencia positiva sobre los ciudadanos y los exhortaba al respeto y la cooperación.
¿Qué esperar de un edificio multifamiliar donde no existe Consejo de Vecinos, o una cuadra donde casi nadie conoce al presidente del Comité de Defensa de la Revolución, o de aquella circunscripción en la que el delegado solo es visible el día de la asamblea de rendición de cuentas?
Como si estuvieran en tierra de nadie, algunos individuos sacan a la luz sus rasgaduras morales y convierten el barrio en un antro donde abundan palabras obscenas, los espacios públicos se usan con fines individuales, las mascotas andan sin control, la basura se esparce por la calle y las áreas verdes crecen a su antojo.
Cada quien se refugia de la puerta de su casa para adentro, y deja a la espontaneidad el control de la higiene comunal y las buenas costumbres; sin embargo, no son pocas las veces en que los principales culpables son los primeros en criticar y poner en tela de juicio el rol de las instituciones estatales.
Sobran ejemplos del actuar indolente de ciudadanos que violan las normas de convivencia, permitiendo a sus mascotas hacer las necesidades fisiológicas frente al garaje del vecino, pican la calle sin permiso y establecen conexiones ilegales de agua. Ante la vista de todos, con el silencio como el mejor aliado.
Serían interminables los ejemplos que, al calor de los nuevos tiempos, bajo el manto de Don Dinero, entronizan el “sálvese quien pueda y a como dé lugar”, con menosprecio absoluto de lo social y colectivo.
Pero, más que detenernos a enumerar los desafueros de quienes nos rodean, debemos llamarnos a la reflexión sobre la manera en que contribuimos a revertir el escenario socioeconómico actual, o cuánto más podemos hacer para que el barrio sea ese espacio tranquilo, de confluencia con amigos, al que deseamos regresar cada día después de una jornada de estudio o trabajo.
Huérfana culpa vuela sin dueños, donde se pose nunca crecerán los sueños, canta Buena Fe. Pongámosle nombre a los responsables y exijamos a quien corresponde la acción consecuente y oportuna para frenar la desidia que, como un bumerán, se vuelve contra nosotros mismos.
Rescatar valores como el respeto hacia la propiedad social, el buen comportamiento ciudadano, el cumplimiento de las normas de cortesía y la solidaridad con el prójimo, no es un eslogan más, sino un imperativo inaplazable para impedir que sucumban esas cualidades que nos han hecho fuertes y resistentes a cualquier adversidad.
Denme la culpa de estallar cuando se arrime la cobardía con disfraz de tolerancia. Como reflejo de la dialéctica, el país se mueve hacia cambios irreversibles en el entramado de la economía, que, por lógica, tienen un impacto en el resto de las estructuras sociales, pero en ese espiral hacia lo nuevo tiene que conservar lo mejor de todo lo logrado hasta hoy, dígase la cultura de su pueblo y la valentía de sus ciudadanos para defenderla.
Sin lugar a dudas, la culpa de lo que suceda mañana la tenemos todos.