“Equilibristas” en tiempos de apagón

Desde hace unos cuantos meses, obreros de un sector acometen esfuerzos más allá de lo común. En situaciones de normalidad su trabajo pasa casi inadvertido, pero cuando ocurre el más mínimo fallo enseguida nos acordamos de ellos. Y no es para menos, porque en la vida moderna, sin electricidad, se dificulta en demasía la más sencilla de las labores.

A finales de junio de 2021 los primeros síntomas de una contingencia energética por déficit en las capacidades de producción de electricidad, que se extiende hasta los días que corren, se comenzaron a notar con mayor o menor intensidad. Aunque el acceso a combustibles, sobre todo el diésel, ha estado entre las causas del adverso panorama, una de las dificultades fundamentales resulta el grado de deterioro de las centrales termoeléctricas (CTE) y grupos de la generación distribuida.

La difícil situación económica del país, agravada por el recrudecimiento del bloqueo económico, comercial y financiero del gobierno estadounidense y los impactos de la pandemia, han imposibilitado efectuar los ciclos de mantenimientos parciales y capitales a estas infraestructuras.

Esa política extraterritorial —la del bloqueo— dejó a la nación sin una parte esencial de los financiamientos para los mantenimientos, reparaciones y nuevas inversiones, de ahí el deterioro tecnológico acumulado, sin posibilidad de resolverlo en poco tiempo.

Autoridades del Ministerio de Energía y Minas han explicado que esas rehabilitaciones, necesarias en muchos bloques térmicos, las han detenido por un período de cinco años, otras incluso por diez (el doble de lo permitido). Lo cual provoca constantes averías y, sumado a la mala suerte de los incendios durante los últimos meses, han hecho que se extiendan los horarios de los molestos apagones.

Difícil escenario ante el cual han tenido que reaccionar los eléctricos para, en la medida de lo posible, minimizar las horas de afectación. Hombres y mujeres que tras un turno de trabajo deben sobreponerse al cansancio y volver de inmediato a su puesto a resolver un salidero en caldera o limpiar un calentador de aire regenerativo; entrar por conductos estrechos a dar pico, para limpiar la escoria del agresivo crudo nacional, a altas temperaturas; poner en parámetros a una turbina; los que a cualquier hora deben salir a solucionar, también, desperfectos en las redes, para no incrementar molestias tras un apagón.

Los mismos a los que —por carencias de combustibles, de piezas de repuesto para su parque vehicular especializado y recursos para las redes— se les imposibilita, en ocasiones, realizar mantenimientos con vistas a evitar futuros perjuicios.

Allí están, recibiendo llamadas de nuestras quejas en un centro telefónico o en el despacho de cargas, buscando los “equilibrismos” de estos tiempos para ser lo más equitativo posible en la distribución de la energía entre todos los afectados.

Algunas personas en la sociedad les increpan, la inmensa mayoría de las veces injustamente, como si los obreros de la electricidad se sirvieran de un sistema diferente y no sufrieran las mismas carencias que toda la población.

Lo que logran en medio de difíciles condiciones económicos es obra de su talento, esfuerzo y consagración. Un sector estratégico que merece mejor remuneración ante dificultades de alimentación, transporte y salario que provocaron en 2021 un éxodo de 6612 trabajadores y, hasta julio último, otros 5769 de puestos especializados cuya preparación demora entre cinco y ocho años.

Datos que resaltan la valía de los que se quedan pese a tentadoras ofertas de empleo para llevar hogares y centros laborales un servicio que está aún lejos de ser el requerido, pero por el que se trabaja con denuedo, y sin parar, por su restablecimiento en pos del beneficio social y de la economía.


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