Cuando se llega a cierta edad hay cosas que pueden permitirse, pero Alberto Pardo Companioni, a sus 81 años, un día cualquiera en la sala de su casa, ni aspira una s ni trueca un fonema, mientras cuenta la historia de la radio avileña —que, de cierto modo, es la suya— sin obviar nombres, fechas y emociones.
Del estudiante de bachillerato del Instituto de Segunda Enseñanza, que llevaba y traía notas, al locutor de los actos de primer nivel y de programas queridísimos como El pueblo y su música, Guateque Cubano o A ritmo del Almanaque, hubo un trecho y muchísimo esfuerzo.
Antes de llegar a la radio trabajó lo mismo limpiando el Office Center que cargando sacos de sal en tiendas y almacenes de víveres, animó actividades públicas, presentó a figuras como Pancho Alonso y Orlando Vallejo, y con la anuencia del locutor Ángel Parra anunció temas musicales en la emisora Radio Cuba a la primera oportunidad.
Por esa época ya estaban ahí Roberto Aguilar, Orlando Castellanos, Manolo Sariol, Mario Héctor Miranda, Fernando Alcorta, y Cloroberto Echemendía Ulloa, considerado el primer mártir de la radiodifusión en el país. No había grabadoras y hacían todo en vivo, manipulando las revoluciones de un tocadiscos.
Al retiro del locutor Alfonso Server Rodón lo sustituye y asume de a lleno este medio de comunicación con un salario de 120.00 pesos, que no era mucho, pero sí suficiente para hacer lo que amaba. Desde entonces su voz ha sido no solo el eslogan que identifica a Radio Surco, sino arte salido del corazón.
Como si la locución fuese cuestión de herencia, o mejor, se llevara en la sangre, Pardo puede ufanarse de que sus hijos hayan heredado el “gen”. Mercy y Joaquín Pardo fueron locutores, a contrapelo de las exigencias de un padre que los imaginó estomatólogos o abogados y que nunca les enseñó ni un ápice de la técnica. El orgullo al hablar de ellos fue lo único que le entrecortó la voz.
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El 3 de febrero de 1924 el doctor Eduardo Valdés Figueroa inauguró en su propio negocio —lo que conocemos como la farmacia La Central— la primera estación transmisora de telefonía inalámbrica del territorio, denominada la 7BY. En 1939 existían ya la CMJH, CMJI y CMJO.
Ángel Cabrera Sánchez, historiador de la ciudad, confirma que el progreso de la infraestructura y el crecimiento económico del territorio fueron claves para el desarrollo de la radiodifusión. “En 1953 el censo de población reveló que casi 98 000 personas vivían aquí. Ciego de Ávila era la segunda ciudad en importancia de la entonces provincia de Camagüey”.
Los primeros años se caracterizaron por la experimentación, el uso comercial y propagandístico de la radio, y la práctica autodidacta de la locución. Es en el año 1940 cuando se crea el Colegio Nacional de Locutores, siendo el avileño Jorge Luis Nieto, quien se desempeñaba en RH Cadena Azul, uno de los impulsores de la idea.
El 10 de octubre de 1952 se funda Radio Cuba, sita en la calle República No. 61. Bajo la égida de Gustavo Cruz y Armando Andrés Jiménez se transmitía durante 18 horas con tecnología rudimentaria.
Este medio de comunicación albergó una célula del Directorio Revolucionario y movilizó a las masas frente a la tiranía. Según datos aportados por Ángel Cabrera, desde sus cabinas se transmitió, el 5 de diciembre de 1955, la toma del Instituto de Segunda Enseñanza, el sepelio de Raúl Cervantes y la huelga por el diferencial azucarero.
La audiencia creció y mejoró la preparación de los locutores, quienes llegaron a ser insignes en el panorama local y nacional. Al triunfar la Revolución se reorganiza el sistema de medios y Radio Cuba se convierte en Radio Surco, emisora provincial de Ciego de Ávila.
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Cuando se pone un pie en esa casita como de cuento, con techos altos y cerca en el portal, salta a la vista que en la sala apretada de Arquímedes Romo el radio, con antena de medio metro incluida, es el rey indiscutible.
“Ya he escuchado tantas veces el parte de Salud Pública que me sé de memoria los municipios de Cuba”, bromea durante la espera. Andy Romo, su nieto, no tarda en llegar y, entonces, en vez de una entrevista parece más que se pusieran a conversar entre ellos sobre la vida y aquello a lo que la han consagrado: la radio.
“La diferencia entre los locutores de antes y los de ahora —arranca Arquímedes— es que en mis tiempos todos éramos empíricos. Llegábamos a la locución porque era lo que soñábamos, intentando imitar a los que ya eran estrellas. Ese método de la imitación ahora es nocivo.”
Andy no puede decir lo mismo. Su generación, que ya lleva 20 años frente a los micrófonos y las cámaras de esta provincia y de la capital, llegó arropada por una tradición de calidad que fundaron su abuelo y el resto. “Quien no supo extraer de todos ellos las mejores enseñanzas, perdió su tiempo”, dice mirando al patriarca, que no por estar jubilado deja de llamar a la cabina cada vez que su oído experto detecta errores.
“Ellos nos enseñaron a respetar el micrófono. A respetar al oyente. A entender que no es solo tu nombre el que te pesa sobre los hombros, sino el de todo el colectivo. Y quizás eso sea lo que falte ahora que se respeta más la técnica: que los nuevos no comprendan que la locución es un trabajo ingrato. De mucho esfuerzo y humildad.”
Eso es la radio. Nadie mejor que Arquímedes para decirlo: “Saber que una letra o una pausa le van a cambiar el sentido a lo que dices. Saber que en medio de un carnaval te puede tocar ser locutor en cabina y estar la noche entera diciéndole al público lo feliz que estás, disfrutando los festejos”.
Es ese sacrificio el que mantuvo el prestigio de Radio Morón cuando la música venía en cintas y a las grabadoras “había que darles para atrás con el dedo”. Es la misma dedicación con la que escucha a su nieto y le cuenta “las pifias”. Y el mismo orgullo con el que en noviembre de 1984 demostró en una ponencia que los locutores avileños “eran los que mejor hablaban en todo el país”. El empeño con que piden que su arte sea carrera.
Ahora a Arquímedes no le alcanzan los dedos para contar a sus alumnos. Incluso a los que ya son Premio Nacional de Radio. Hablar de ellos, y de su obsesivo velar por la dicción y las inflexiones, es una de las pocas cosas por las que se apaga el radio en esa casa.
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Del 15 al 17 de abril de 1993 se efectuó aquí el primer encuentro de la Cátedra Nacional de Locución del ICRT. Según el investigador Hugo Santana Labañino, en este marco Eddy Martin propone que el territorio sea sede de las actividades relacionadas con esta profesión y se acordó nombrar a Ciego de Ávila como Capital de la Locución cubana, aunque la institucionalización de tal título no se materializó hasta una década después.
El documento que avaló la distinción señaló a alrededor de 69 locutores con un desempeño ilustre en los medios de comunicación y el hecho de que esta es una de las provincias donde mejor se habla la variante cubana del español.
El primer argumento lo confirman voces como las de Orlando Castellanos, Miguel Páez, Roberto Aguilar, Eddy Martin, Héctor Rodríguez, Fernando Alcorta, Manolo Ortega, Alberto Pardo, Arquímides Romo, Ibrahím y Laritza Ulloa, Martha Yabor, Rodobaldo Hernández y Alberto Fernández Pena.
El segundo deriva de la aplicación del cuestionario del Atlas Lingüístico de Cuba en 11 de las 14 provincias del país, entre 1989 y 1995. Al respecto, la periodista Sayli Sosa Barceló, en su tesis de pregrado Un acercamiento a la historia de la locución avileña, señaló que los resultados, desde la fonética, ilustraron que más del 50 por ciento de los encuestados mantiene las variantes prestigiosas del fonema s, la omiten y asimilan en menor cuantía en relación con otras regiones. De igual modo, se pronuncian, en mayor medida, correctamente el fonema r y la consonante líquida l.
Debiéramos honrar el calificativo de Capital de la Locución Cubana no sólo con un evento anual o con una alameda, hecha de prisa y ya casi olvidada, sino con el rigor en el ejercicio de esta profesión y con la formación de nuevas generaciones para que sean más las voces que, desde aquí, lleguen al éter.