Antes del surgimiento oficial de la provincia de Ciego de Ávila en 1976, atletas oriundos o vinculados a este central territorio se hicieron notar en los Juegos Deportivos Centroamericanos y del Caribe. A partir de estas líneas y mediante una serie de trabajos, Invasor pretende evocarlos
Cada cuatro años los Juegos Deportivos Centroamericanos y del Caribe (JDCC) ponen a punto la sana rivalidad en los escenarios de competencia. Es el momento en el que la cita multideportiva regional más antigua del planeta favorece el encuentro de los mejores atletas de esta zona geográfica, quienes acarician el sueño de asistir a los Juegos Panamericanos y Olímpicos de turno. Ello significa que los Centrocaribes se erigen en punto de examen intermedio, muchas veces con carácter clasificatorio, al que concurren los atletas con la pretensión de incluirse, después, en la selecta lista de quienes ascienden a los más altos peldaños de la gloria hemisférica y olímpica.
Aunque estos certámenes se acercan a la celebración de su primer siglo —la primera edición aconteció en 1926—, las actuaciones de atletas locales antes del nacimiento de la provincia de Ciego de Ávila, han sido presa del olvido o de insuficientes acercamientos. Para que se tenga una idea de la magnitud de lo que pudiéramos considerar un capítulo pendiente de la historiografía deportiva del territorio, bastaría recordar que, en los meses que antecedieron a la celebración de los XIV JDCC en La Habana —agosto de 1982—, se reiteró la errónea afirmación en reportes periodísticos originados en esta provincia que la primera asistencia de avileños aconteció después del triunfo de la Revolución, cuando Kingston, la capital jamaicana, organizó la novena versión de la justa en 1962.
Sin embargo, mucho antes de ese año algunas individualidades fueron, cuando menos, coterráneos que lucharon con denuedo por la victoria, y en ocasiones, protagonistas de éxitos que los encumbraron en los podios del área. Si investigadores y aficionados se detienen en el hecho irrebatible de que la actual provincia avileña vio la luz mucho después, cabe endilgarles a tales exponentes del fascinante mundo del músculo y los récords, nacidos y formados en estos lares —y a otros radicados o vinculados a este territorio en el momento de su asistencia—, la condición de precursores del estreno oficial de la patria chica en los Juegos, en el verano de 1978.
Varios obstáculos se presentan cuando se intenta discernir detalles significativos de las actuaciones, sobre todo en el período inicial de existencia de los JDCC (1926-1954). En primer término, la escasez, la dispersión y las dificultades para el acceso a fuentes bibliográficas confiables que permitan contar con datos estadísticos esenciales y elementos de valor para justipreciar lo acontecido.
Las memorias respectivas —documento oficial editado por el Comité Olímpico Cubano con motivo de cada edición—, y otros textos generados por la propia entidad, en la mayoría de las ocasiones se limitaron a relacionar nombres y apellidos de atletas por deportes, sin precisar el territorio de origen, y cuando ese dato se encuentra en publicaciones periodísticas, se hace alusión a las seis provincias del país que se mantuvieron hasta 1976, entre las cuales Camagüey incluía en su extensa demarcación al actual territorio de Ciego de Ávila.
El 4 de julio de 1924 fue aprobada la Carta fundamental de los Juegos Centroamericanos, en cuyo artículo primero quedaba explicitado que en ellos solo serían admitidos “…ciudadanos calificados como aficionados (amateurs), conforme con las Reglas Internacionales de cada deporte”, pero en la Mayor de las Antillas los hilos del deporte aficionado eran manejados desde su creación en 1922 por la Unión Atlética Amateur de Cuba (UAAC), de evidente orientación aristocrática.
Como ha señalado el ensayista, historiador y profesor universitario Félix Julio Alfonso López en Los celosos guardianes de la moral: “el movimiento amateur cubano durante la República se mantuvo siempre intransigente en la defensa de aquello que consideraba la ‘pureza’ del deporte, accesible para las élites y algunos sectores de clases medias, pero difícilmente sostenible para los grupos más humildes de la sociedad, quienes no contaban con los recursos suficientes para practicar deportes solamente como diversión o placer”. Así se explica que las organizaciones y campeonatos del deporte rentado asimilaran a muchas de las estrellas del deporte nacional y local, a lo que habría que añadir el sesgo racista de la UAAC, rasero que repercutía en el limitado acceso a sus filas de atletas negros y mestizos, y el regionalismo que se erigía en valladar, incluso, para deportistas blancos residentes fuera de la capital.
Factores adversos hasta aquí rápidamente explicados justifican la escasa asistencia de avileños a las ediciones de los Centrocaribes antes de 1959, pero esos contados representantes ostentan el mérito histórico de abrir el camino. A partir de estas líneas y hasta tanto se descorran las imaginarias cortinas de los XXIV Juegos Centroamericanos y del Caribe, que se desarrollarán del 23 de junio al 8 de julio del presente año en San Salvador, capital de El Salvador, Invasor pretende evocar a quienes, procedentes de nuestra patria chica, en condiciones generalmente muy difíciles, coquetaron o ganaron la gloria en un pasado no tan lejano en la rueda del tiempo, como dignos embajadores y campeones del deporte local. (Continuará).