Zalacaín el epidemiólogo

La pandemia de la COVID-19 sorprendió a Zalacaín Petgrave en el cargo de subdirector de Epidemiología del CPHEM, una posición donde no se podía titubear

El expediente laboral de Eduardo Zalacaín Petgrave habría servido también a Pío Baroja para escribir una de las 100 mejores novelas en español del siglo XX, según la lista del diario El Mundo.

Zalacaín el aventurero, dice la portada del libro, es la historia de un joven vasco y sus andanzas y fortunas durante el estallido de la Tercera Guerra Carlista. Zalacaín el epidemiólogo, digo yo, es apenas una ventana abierta a la vida de un hombre al que la guerra contra la COVID-19 no le robó el aliento, pero sí el sueño.

La suerte fue que desde que estudiaba Medicina aprendió a dosificar los períodos de vigilia para aprenderse, primero, el nombre de cada uno de los 206 huesos del cuerpo humano, y luego, mientras viajaba a Camagüey para hacer la especialidad en Epidemiología, saber al detalle de vectores, canales endémicos, protocolos de saneamiento y un largo etcétera.

Todo ese caudal de conocimientos, más los años en que fue el médico de una escuela seminterna en Morón, o epidemiólogo en el municipio de Bolivia, o colaborador en Venezuela, o recientemente jefe del Departamento de Enfermedades Trasmisibles del Centro Provincial de Higiene, Epidemiología y Microbiología (CPHEM), construyeron, de a poco, los cimientos de los últimos meses. Fueron, es un decir, sus aventuras.

Aunque se pueda conectar cada una de esas experiencias y calcular con calma sus aportes, lo cierto es que todo transcurre en otro plano, sin darnos cuenta; uno no es consciente de cómo cada “aventura” va sedimentando, hasta que se encuentra, cara a cara, con un nuevo desafío y son esos sedimentos los que salvan.

Tampoco nadie adivinó que el SARS-CoV-2 sería lo que ya sabemos que fue… y es.

La pandemia sorprendió a Zalacaín Petgrave en el cargo de subdirector de Epidemiología del CPHEM, una posición donde no se podía titubear. No es que él fuera a evitar “el golpe”, pero admitamos que el instinto de conservación siempre da sus tirones.

El primero fue el 23 de marzo, cuando, desde Villa Clara, llegó la confirmación que nadie estaba esperando o, mejor dicho, que nadie quería esperar. A partir de ahí fue salir de un susto para entrar en otro, y de los sustos a los miedos, y de los miedos a las certezas, y de las certezas a ser la cara visible de la Dirección Provincial de Salud y todas sus dependencias ante los medios de comunicación y la gente; el Doctor Durán de los avileños, nuestro Zalacaín.

¿En qué tiempo se puede “domesticar” a un epidemiólogo cerrero, de esos que pueden explicar dónde el jején puso el huevo, pero le espantan la televisión y las entrevistas? La experiencia avileña sugiere, mínimo, uno y medio mes.

En 45 días consecutivos, sábados y domingos, Zalacaín Petgrave informó y explicó estadísticas en vivo y por Internet, contabilizó PCR delante y detrás de cámaras, apuntó con precisión hacia los riesgos y vulnerabilidades de un evento pandémico sin precedentes… perdió, en fin, cualquier temor.

Sabiendo al dedillo la información, porque la trabajaba con exactitud para elaborar los reportes, al cabo del tercer mes de enfrentamiento Zalacaín el epidemiólogo terminó domesticando a las periodistas preguntonas y respondiendo casi todas las interrogantes.

Él dice que eso de salir en televisión, aunque apenas se le viera el rostro con el nasobuco, era un estrés añadido a la tensa situación que vivimos aquí a finales de marzo y principios de abril. Pero igual reconoce que fue una oportunidad de crecimiento, con todo y que su tensión arterial lo obligó a desacelerar casi al mismo tiempo que la pandemia.

“Valió la pena el estrés” y el pedazo de tela sobre su rostro no deja ver la sonrisa ni escuchar claramente el seseo que no sabe de dónde viene, porque sí, el Zalacaín suyo es vizcaíno, como el de Pío Baroja, mas el Petgrave es jamaiquino.

Pero esa es otra aventura que habrá que contar después.