“Es mucha la responsabilidad y la presión que tengo encima”, manifiesta Idania Ramírez, desde la primera línea de enfrentamiento a la COVID-19 en la Empresa Eléctrica de Ciego de Ávila
Cuando Idania Ramírez Galeano asumió las obligaciones de auxiliar general de servicios, o simplemente carpetera, del Centro de Capacitación de la Empresa Eléctrica de Ciego de Ávila, hace un año y tres meses atrás, tal vez no imaginó que en estos tiempos de pandemia estaría en la primera línea de enfrentamiento al peligroso virus.
Los contagios llegaron temprano y tocaron bien de cerca a los eléctricos avileños. Es ahí que surge la necesidad de crear capacidades para el aislamiento de contactos en la misma entidad.
Muchas de las compañeras de trabajo de Idania fueron declaradas vulnerables, al padecer enfermedades de base. No es su caso, goza de buena salud, su disposición parte de allí, además de la importancia de la tarea en los momentos actuales. “Es mucha la responsabilidad y la presión que tengo encima, pero di el paso al frente a pesar de los riesgos.”
Peligros siempre latentes que no han sido pocos en este tiempo atípico de nuestras vidas. De abril de 2020 a la fecha, por la Empresa han pasado ocho grupos de personas asociadas a eventos o focos de transmisión del nuevo coronavirus, de los cuales salieron seis casos positivos.
En los períodos de eventos la jornada empieza temprano en la mañana, con el desayuno, y no acaba hasta la noche al entregarles a los pacientes la comida. Una jornada que parece interminable, más desde la soledad en estas funciones del centro de aislamiento, y a la que se entrega Idania, quien supera por poco las cinco décadas de vida.
Idania llegó a atender hasta 27 contactos al mismo tiempo
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Los cuidados son entonces pocos, al decir de ella misma, por permanecer tanto tiempo en área roja. No obstante, son asumidos con disciplina y conciencia de no convertirse en la fuente de infección para sus seres queridos. A quienes los tiene tan presente desde los primeros compases de esta conversación, como su nietecito de dos años, pendiente de una intervención quirúrgica a causa de una cardiopatía, o su mamá de 76 años, preocupada constantemente por el cumplimiento de las medidas de bioseguridad.
Entonces la preocupación y la alerta se trasladan a casa, donde, como una especie de ritual, no se quita el nasobuco, se baña y lava la ropa inmediatamente, limita al máximo el contacto y la cercanía con sus familiares.
Pero queda la esperanza del final de la pandemia, en el que nuevamente pueda abrazar a su nieto o besar a su madre sin que intervenga el miedo. En lo que llega el retorno normal a la vida, Idania afronta con valor y sacrificio estas jornadas, para dejar de ser la mujer de rostro oculto tras mascarilla y careta protectora que atiende a los huéspedes involuntarios a la espera de un PCR, y regresar a la condición de trabajadora, hasta ahora casi sin tiempo de familiarizarse con sus nuevas funciones.