Un sábado cualquiera el parque Martí de la ciudad capital es un hormiguero de gente que baila, canta y bebe. La muchedumbre toma posiciones lo mismo alrededor de la estatua que en los bajos del edificio de 12 plantas, y el bullicio se extiende hasta bien entrada la madrugada.
Para ser exactos, durante mucho tiempo ha sido así. El parque es ese corazón que late en el centro de la ciudad, donde se recala después de una fiesta o se reúnen quienes todavía no tienen la edad suficiente para entrar a un centro nocturno.
Tampoco son nuevos los reclamos de más opciones culturales, la necesidad de diversificar las ofertas y los intentos por complacer exigencias y necesidades, incluso, con la amenaza y las secuelas de la COVID-19 gravitando sobre nosotros.
Sin embargo, un sábado bajo los términos impuestos por esta enfermedad, en medio de la segunda fase de la etapa recuperativa y con la experiencia vivida en carne propia de que las segundas partes de una pandemia son peores, sucede más o menos lo mismo, en contra de toda lógica y de las medidas sanitarias vigentes.
Así lo comprobó Invasor mientras recorría, el sábado pasado, apenas una fracción del centro de la ciudad, sin previo aviso y con la cámara en la mano. Cuando el flash nos delató ya no hubo tiempo para acomodar el nasobuco ni, muchísimo menos, intentar una distancia prudente en medio de la multitud, más parecida a un carnaval que a cualquier otro sinónimo.
Está claro que nadie pediría a una pareja o a un pequeño grupo de amigos la separación de dos metros al aire libre, aunque el asunto es diferente cuando es imposible determinar dónde empieza o termina la masa amorfa de personas.
En las afueras de El Rápido El Danubio
Digamos que en El Rápido El Danubio se cumplía con la normativa de las mesas separadas a un metro de distancia y se respetaba el cupo del 50 por ciento de la capacidad, mientras que, puertas afuera, las personas se apiñaban en la cola o golpeaban el cristal constantemente para pedir un café. A unos metros el panorama no era diferente y la atención la captaban las bocinas itinerantes y los bailadores que se aglomeraban.
En el café Cacharrito el servicio se prestaba con disciplina y se cumplía con las medidas elementales, al menos en el lapso de tiempo en que fueron enfocados por el lente; y si el paneo no se hizo más agudo fue porque centros nocturnos estatales como el Patio de Artex, el Centro Cultural Piña Colada, el café Barquito, el Bar Casablanca, el cabaret Bohemio y el Patio de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba permanecían cerrados, a contrapelo, por ejemplo, de un bar Rezaka que mantenía uniformado de manera correcta a su portero, mientras los clientes entraban y salían.
Café Cacharrito
Precisamente una de las preocupaciones expuestas por el Grupo Temporal de Trabajo Económico Social señaló que en esta segunda fase el sector no estatal ha podido operar con la licencia de bar y recreación, cumpliendo los requerimientos del 50 por ciento de la capacidad y potenciando el servicio para llevar a domicilio, salvedad que, en el afán de extremar la protección y el rigor, no han tenido los centros nocturnos estatales.
Dicho de otro modo, ni estas entidades aportan al presupuesto del Estado ni por estar cerradas las personas se quedan en casa o renuncian a la diversión de un sábado en la noche. Sin competencia aparente, la opción a mano son los bares.
Entonces han venido a ser otro eslabón suelto del control y así lo confirmó una visita sorpresa de la Policía Nacional Revolucionaria a diferentes establecimientos, donde quedó claro que en los bares del sector no estatal no todas las medidas sanitarias se cumplen y que este servicio, puesto en contexto, se parece demasiado al de una discoteca.
En la cuerda de las violaciones —según trascendió en reunión del Grupo Temporal de Trabajo Económico Social efectuada el lunes último— están el Hotel Rueda y cuatro entidades del sector de la Cultura, que debieron rendir cuentas por incidencias la pasada semana relacionadas con la ausencia de pasos podálicos y disoluciones desinfectantes, que son, en la práctica, las primeras “barreras de contención” del virus y las más fáciles de establecer.
Concordemos que luego de meses con una rutina de vida circunscripta a las cuatro paredes de una casa, de un verano atípico y de un rebrote de miedo, llegar a la normalidad y retomar las costumbres de siempre han sido deseos exponenciales, pero también es cierto que evitar el contagio depende, ahora más que nunca, de la conciencia individual y, como ensayo de lo que debiera ser, faltan disciplina y coordinación.
Ni podemos reclamar a la fase dos lo que toca a la normalidad ni ser tan imprudentes como para echar por tierra la posibilidad de un fin de año sin sustos por COVID-19.