El llamado a la reflexión me lo hacen Ivania y Frank, los dependientes de la bodega donde adquiero cada mes los productos normados de la canasta básica: ¿por qué no escribes sobre la cantidad de ancianos que continúan viniendo todavía a comprar los mandados?
A pesar de las numerosas advertencias para que permanezcan en casa que diariamente vemos en la televisión, oímos en la radio o leemos en los periódicos, una realidad se impone: nuestros adultos mayores siguen en las calles.
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Como me manifestaban los bodegueros, quienes conocen bien a los integrantes de cada núcleo de sus consumidores, muchos de los ancianos que acuden a estos sitios no son aquellos que viven solos, sino que tienen jóvenes en su familia que pueden hacer estas compras.
Conocido es que muchos se acostumbraron a que nuestros mayores fueran los encargados de muchas de las diligencias de todos tipo, entre estas acudir a las bodegas, placitas, tiendas recaudadoras de divisas, adquirir el gas licuado, por solo citar algunos ejemplos.
Pero esto es algo que tenemos que evitar en tiempos de la COVID-19, que es sabido por todos, es más peligrosa para aquellos que rebasan los 60 años de edad.
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Es alarmante que, entre las personas que realizan colas en tiendas, farmacias… podemos ver aquellos que peinan canas. Los he visto lo mismo en céntricos mercados que en los puntos que expenden el gas licuado.
Tenemos que llamarnos a contribuir, desde cada hogar, a mantener protegido a este segmento tan vulnerable de la sociedad. No podemos permitir, bajo ningún concepto, que las abuelas y los abuelos corran peligro.
Y aumentar la solidaridad en los casos de los ancianos que viven solos. He sido testigo de acciones solidarias en mi cuadra de residencia, de vecinos más jóvenes que buscan el pan u otro de los productos de los mayores.
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Lo cierto hoy es que aún se mantienen ancianos en las colas, muchas veces con numerosas personas para adquirir las mercancías. Y es algo que no debiera ocurrir.