Finalmente, alguien nos donó tres azitromicinas a punto de vencerse y están sobre la mesa como un amuleto
Medicinas no hay, no te voy a andar con rodeos. O sí hay, pero son pocas, poquísimas, y deben ser administradas con precisión de relojero y rigurosidad de contralor. Lo que quiero decir es que no vas a la farmacia con una receta y compras un tratamiento de azitromicina o de dexametasona. No.
Aun así, la gente que te quiere y no deja de llamarte y de interesarse por ti te dice que las busques y empieces lo antes posible, que con la COVID-19 no se puede perder tiempo. Las historias de quienes pensaron que era un catarro, o que no resolverían nada yendo al hospital abundan; como las de a quienes esas demoras (incluso dentro de centros asistenciales) les costaron la vida.
Pero en estos tiempos “buscar” un medicamento quiere decir otra cosa. Puede traducirse en que un amigo o un familiar lograsen vencer la larguísima carrera con obstáculos del sistema de envíos postales y, mirando al futuro, tres meses atrás echaran al correo un paquetico. Puede ser, también, que alguien con botiquín personal, de esos que van moviendo la “reserva” periódicamente, te haga la caridad. O puede ser que salgas a buscarlo a la calle, Revolico mediante, y quieras cerrar los ojos ante la apabullante realidad de que es un medicamento robado. El precio te lo dirá así de claro: estás pagando la emergencia y el riesgo.
Si no existiera la necesidad, piensas, no se robarían el rocephin. Pero esa no es toda la verdad. La verdad es que antes, cuando no había COVID-19 y un ingreso no se calculaba como se calcula hoy, sopesando a quién le urge más, también lo sacaban de contrabando para un perro, un gato, un caballo. Mercado siempre ha habido.
Pocos dilemas éticos podrían estrujarnos tanto el alma como saber que la medicina que estás comprándole a alguien sin rostro, que te pide 2 000.00, 3 000.00, 4 000.00 pesos por un blíster o un bulbo de cualquier cosa, y que podría salvarte la vida a ti o a los tuyos, es la vida que se escapa de un desconocido. ¿Cómo se sobrevive a eso?
Lo único que se me ocurre es anteponer ante todo ese horror el amor infinito de mucha gente que desde afuera y adentro ha hecho lo imposible por ayudar. Ahora mismo hay muchachos y muchachas caminando la Isla grande llevando lo que entre muchos han reunido; y hay muchachos y muchachas en muchos lugares del mundo haciéndolo posible.
Ni Eric ni yo queremos medicarnos si no lo necesitamos. Finalmente, alguien nos donó tres azitromicinas a punto de vencerse y están sobre la mesa como un amuleto. Me ha dado por pensar que mientras estén ahí nada malo nos pasará. El médico ha insistido en que en esta etapa viral no debemos tomar antibióticos y estamos cumpliendo al pie de la letra sus consejos.