Desde este diciembre me toca vivir de lejos el Día del Educador, en casa, redactando, en una cobertura periodística, ¡quién sabe!, apartado de las aulas en lugar de estar con ellos, quienes me formaron.
Para hablar de mis maestros tengo que remitirme a los tiempos en que el uniforme aún no exhibía la primera pañoleta, la pizarra tenía líneas y experimentaba coloraciones al mezclar plastilinas. Allí estaba Georgina, mi maestra de las vías no formales y preescolar. Dice mami que hace un tiempo la vio y se acordó de mí, ¡y mira que ha llovido!, aunque, por increíble que parezca, el pequeño de seis años tampoco ha cambiado mucho.
A Gladys, la maestra de primer grado, le tuve miedo. Miedo a no saber responderle algo, porque era rigurosa a la hora de enseñar los números y las letras, y hasta otros compañeros de aula se sentían cohibidos a veces.
En la primaria también estuvo Roberto; en realidad nunca me impartió clases, pero la devoción por su santo “San Yo” me hizo comprender desde temprana edad que debemos trazarnos metas objetivas y que las formas verbales tienen sus tonalidades. Le recuerdo mucho, porque él creía en todo y, a la vez, en nada, y así fue hasta el día en que se despidió del mundo de los vivos.
• En 2019 fueron agasajados los educadores en su día.
Mi paso por la secundaria básica fue marcado, sin duda alguna, por Gretel, aunque ahora no estoy seguro de si su “Gretel” se escribe así, pero nunca olvidaré que a su primer nombre le siguen María Portal Cabrera; ella nos inculcó reflexiones y enseñanzas a través de las fábulas de Esopo. Gretel, aunque nunca se lo dije, me marcó mucho, por ser un ejemplo de superación, de vida.
Del politécnico (sí, soy también Técnico Medio en Informática) hay muchas memorias y creo recordar la mayoría, desde la profe de Español más pequeña que yo, ¡y eso es mucho decir!, hasta Niurdes, la de Matemática, a la que siempre le agradeceré mi entendimiento con los números, aunque mi vocación eran las letras.
Con Zunilda, la de Cultura Política, se nos hacía difícil, porque las concepciones de Anaxímenes y Anaximandro nos salían “hasta en la sopa”; y, si fuese por Elier, nuestro promedio de la enseñanza habría terminado muy bajo: desaprobar para él era “cero, porque el dos acumula puntos”.
• Le sugerimos: Ser profe (desde la mirada de una joven avileña).
Si de no ausentarse jamás al aula se tratara, la medalla sería para Miguel Ángel, el profe que, en el primer año de la Universidad, enseñó a digerir mejor la gramática española y tampoco tenía compasión con los números a la hora de las evaluaciones.
Varona hizo que la filosofía no fuese una mera reproducción de libros y planes de estudio; él puso a pensar a todos los incipientes periodistas de mi grupo, a cuestionarnos, a razonar, a discernir…, porque las concepciones de la vida no solo se miran desde una perspectiva académica.
Finalmente, encontré a esa profe que sabe llegar más allá de un mero compromiso pedagógico, porque a todo le agrega un plus. Karla te abraza como un hijo, comparte cama cuando un fin de semana el transporte se pone “pesao” y, estando a más de 100 kilómetros, no puedes viajar a casa; también es la de los cumpleaños juntos y los consejos oportunos.
De tantos años de estudios tengo montones de historias alojadas en mi corazón, que en realidad no está del todo frío por tenerlos lejos, porque mis profes creen en su “efecto mariposa”, y yo en ellos.