Del pedraplén hacia acá, Ismaray ayuda a salvar vidas

En Morón, se pone los guantes y se viste de verde tras las puertas del área roja del hospital Roberto Rodríguez.

Cuando a Ismaray Capote la llamaron para la reubicación laboral por la COVID-19, le sobró tiempo para decidirse, a pesar de que dejaba a su niña en casa y no era una reubicación cualquiera.

Ismaray es especialista en relaciones públicas del hotel Gran Muthu Imperial, del otro lado del camino de piedra que junto a muchos otros hombres construyó su padre, el Héroe del Trabajo Evelio Capote. Él puso las piedras que conectaron la cayería norte con el resto del municipio avileño de Morón para que ella las caminara años después.

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Hace días que Ismaray recorrió ese camino con dirección a casa, y hoy se pone los guantes y se viste de verde tras las puertas del área roja del hospital Roberto Rodríguez, primera línea avileña contra el coronavirus.

Dice que es una tarea humanitaria, y que por eso no podía decir que no. "De la brigada de trabajo hay solo tres que no somos de Salud. Laboramos como pantrista y auxiliares de limpieza. Ha sido todo un reto, pero de verdad nos sentimos agradecidos con nuestro equipo de salud".
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Puede parecer nimio, pero ellos son el respaldo de los doctores de la antigua sala de neurocirugía, que acogerá a los bebés contagiados del virus. Como los doctores, ellos también dormirán poco y se preocuparán por la vigilancia constante que requiere el tratamiento. Que nadie se contagie ahí dentro es un peso que cae sobre sus hombros.

El ritmo es difícil. Trabajan siete días, luego son 14 en aislamiento, y 14 más en casa, para volver otra vez. Casi no tienen tiempo, así que las respuestas de Ismaray, vía Internet, son escuetas. Pero cuenta que en los pocos ratos libres conversan mucho, hablan sobre sus vidas "para así compartirlas".

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Los días de aislamiento que le sobrevienen van a ser difíciles. El tedio, y las ganas de abrazar a su familia deben sumarse a la pizca de miedo que también sienten los valientes como ella. Pero se sobreponen.

Del otro lado de las puertas del hospital, la esperan su hija de nueve años y su mamá, que la apoyaron desde el principio. “Y mi papi, que está en el cielo, lo hubiese hecho también”, asegura ella.

Por eso Ismaray concluye, aunque no se lo pregunten, que no hay arrepentimiento ninguno, que la misión más importante es la de ayudar a salvar vidas. "Porque al final somos todos lo mismo, cubanos".