¿Cómo ayudar al Hospital de Ciego de Ávila?

Al Hospital le faltan manos y no es una metáfora esto que escribo: es una urgencia. Faltan manos para sus ascensores, para conducir camillas, para limpiar salas, para subirle el jugo a un paciente, para asistirlo en la comida o en el baño, y las enfermeras y enfermeros puedan ocuparse, entonces, de procederes que no sabrían otras manos.

Ni siquiera se trata de una plantilla incompleta en casi 300 personas, pues aunque también pudieran contratarse auxiliares de limpieza, ascensoristas, camilleros, mensajeros y asistentes sociales, también sabemos que las plantillas fueron diseñadas en tiempos donde los pasillos no eran salas, el oxígeno no se agotaba y morirse no era noticia diaria.

Hablo de voluntarios. De todos los que tenemos que pasar de preocuparnos a ocuparnos. De quienes piden ponerle corazón a Ciego de Ávila y todavía no le han puesto manos. De los fieles que podrían establecer su reino de Dios allí y hacer de la caridad, una vez más, su religión. Pienso en los jóvenes que se han ido a la papa, a la caña, al surco porque la siembra estaba atrasada o la cosecha casi en el suelo… Imagino allí a quienes se quejan con todas las razones y no cooperan con todas sus sinrazones.

Creo que con el mismo espíritu que vamos corriendo a levantar esta provincia cuando pasa un huracán, podríamos intentar devolverla a la normalidad. O, al menos, a “fase recuperativa”. ¿O qué sentido tendría entonces haber activado la Defensa Civil tantas veces para evitar una muerte, una sola? ¿En qué medida no hemos sido conscientes de que la COVID-19 es un desastre, de que nos ha devastado y amenaza con intensificarse?

Habrá quien apele al miedo, a sus ganas de vivir, a los riesgos, pero he visto cubanos salvando a semejantes en situaciones límites, sin que a los resortes de la solidaridad se le cuelguen actos, abanderamientos y cuanto protocolo de la formalidad exista. Gente sencilla que te da una amoxicilina, o te envía el gel antibacterial, a sabiendas de que aquí nada sobra; y a veces ni siquiera alcanza…

Sin embargo, nadie podría asegurar tampoco que los avileños que amanecen en ese Hospital (y los que anochecen) no sientan esos miedos, esas ganas y esos riesgos. Allí hace rato laboran personas a las que “no les toca”, que cobran por lo que hacían antes de la pandemia y no por lo de ahora, que seguramente ni precio tiene…

En el Iraola también están los que pudieron aludir a cualquier pretexto (real) para quedarse en casa con las mismas ganas de vivir y menos riesgos…y menos miedos. No hablaron de niños pequeños, ni de fatigas, ni de hipertensión…Hablaron de salvar, de ayudar. Buscaron cómo y algunos pudieron; quizás gracias a la vecina que hoy es retaguardia y cuida a sus hijos; o a la empresa que entendió que la luz no viaja solo por las redes eléctricas y prestó sus carros… pero allí están.

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Están haciendo más llevadero este rebrote, si es que el término no parece una ofensa en medio de una mortalidad sin parangón aquí, donde 82 pacientes reportados de gravedad (incluidos los críticos) parecían ayer un error de cálculo; sobre todo porque 83 había sido hasta abril el pico para Cuba y entonces nos alarmábamos y nos parecía demasiado.

Tal vez podríamos aligerarles la carga por horas, días, semanas… salvando peculiaridades y evadiendo trabas: la única condición que se nos exige es estar dispuestos. Allí están los gorros, las sobrebatas, los nasobucos, los guantes… los medios de protección que se entregarían en función de la complejidad y del área de trabajo. Han llegado equipos, medicamentos, médicos, enfermeras… pero no ha sido suficiente. Todavía no lo es.

Lo aseguraba su director Alberto Moronta Enrique, casi a las 11.00 de la noche, este lunes, mientras asistía un traslado de pacientes. 

A esa hora muchos ya dormían.

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