Si las madres en las que estoy pensando se reunieran hoy o mañana a hablar de la vida, acabarían, por supuesto, hablando de hijos. Las primeras serían las que lamentan no tenerlos cerca ni siquiera ahora que mayo obliga a hacer un alto en todo para comprar, aunque sea, una postal.
La técnica periodística quizás me llevaría a perseguir eso que llamamos valores noticia para contar primero a las doctoras que han cruzado mares con la Henry Reeve y que ahora recuerdan meses de miedos y de pecho apretado por la lejanía.
Así lo diría, si le volvieran a preguntar, Suley Ferrales, que pasó tres meses del 2020 en la terapia intensiva de un hospital público de Ciudad de México, y ni el miedo por ir al país con más muertes en el personal sanitario, ni el tembleque del sismo de magnitud 7.4 que le tocó vivir, se le comparan con las ganas que tenía de correr desbocada al Caribe, a ver a su niña. Hay amores que van más arriba en la escala de Richter.
Sería un esfuerzo fútil querer medir las añoranzas. No hay que ser doctora o hijo de doctora para que a ese acto de extrañar no lo alivien ni las videollamadas más nítidas; para que el miedo de que el niño o la abuela se contagien duela más que el pinchazo del Interferón alfa 2B.
Por eso hablaría una abuela en cualquier cola de la hija que no ve hace cuatro años y que ahora quiere venir a Cuba a toda costa, aunque ella le pida que no gaste dinero. Recordaría Magaly, la mamá de Liubin Lima Manzano, aquel febrero en que su hijo estaba apenas a 400 kilómetros de Wuhan, y ella no podía pensar en otra cosa.
Hablaría Lumey de las veces que no pudo derrumbarse delante de su hijo de tres años que esperaba que su padre regresara de Crema en un abrir y cerrar de ojos, como si despertara de un mal sueño.
A falta de responsables, este 9 de mayo habrá que pedir disculpas por tantos sobresaltos a la madre de Yohander, o de Martiniano, o de Rolando por meterse en zona roja. A las de todos.
Pero sabemos que no aceptarán la dispensa. Ellas dirán que están bien, y que nos quieren sanos. Las pandemias tienen eso, supongo. Vuelven primitivos los amores. Para que baste con que el otro esté bien. Así que hablo por todos cuando digo: mucha salud para ti, mamá, que me devuelves la calma cuando estoy al lado tuyo.