Abatidos bajo el cielo de agosto: a un año del peor momento de la COVID-19 en Ciego de Ávila

Recordamos ahora a quienes no pudieron salir ilesos de la pandemia. Por ellos hay que seguir cuidándose

Hoy estás abatido / Bajo el cielo de agosto /
Como yo frente al cielo (…)
Federico García Lorca

Hace un año, la tierra se abrió bajo Ciego de Ávila y nos hizo mirar al abismo con un dolor irreparable, permanente. Hace un año, las cifras de infectados con la COVID-19 —y de fallecidos— fueron las peores de toda la epidemia aquí y marcaron ese pico temible que, parecía, ya habíamos vivido. Un año después no somos los mismos.

En agosto de 2021 se registraron 21 599 avileños enfermos, el acumulado mayor al que llegó esta provincia en un mes. Durante una semana exacta, los primeros siete días, más de 1000 personas se diagnosticaron diariamente. El 2 de agosto se instaló en la Historia reciente con un récord del que nadie quisiera acordarse: 1434 positivos.

Demasiados. Demasiados porque julio cerró con otros 16 000 y no había en Ciego de Ávila dónde encontrar consuelo…. Recuerdo haber escrito entonces ─yo, que a esas alturas ya no quería escribir nada más─: “La vuelta de tuerca que necesitaba el enfrentamiento a la pandemia en predios avileños comenzó a gestionarse con el aporte de otros cuadros de nivel nacional que ya tienen la experiencia de Matanzas, pero no hay autoridad política, administrativa o sanitaria que no apele a la conciencia individual y colectiva para frenar la transmisión, una actitud responsable y salvadora que le gane tiempo al sistema de Salud para reaccionar”.

No nos gustan palabras como colapso ni derrota, pero en días y horas puntuales de finales de julio y principios de agosto de 2021 parecía que habíamos perdido la pulseada contra la COVID-19.

La memoria, sin embargo, puede hacer cosas maravillosas. Ante un trauma fuerte, zonas inextricables del cerebro humano se convierten en búnkeres donde quedan sellados los malos recuerdos. De alguna manera el cuerpo se protege bloqueando lo que lo lastima. A los muertos, empero, no hay cómo olvidarlos.

Y aquí se nos murieron, solo en agosto, 298 padres, madres, hermanos, hermanas, abuelos, tías, hijos. 298 en papeles; y otros 261 en julio. Más muertos en 60 días que en todo un año. Más muertos de los que fueron a las estadísticas de la pandemia; únicamente los cementerios podrían dar fe de las vidas que se tragó la pandemia. Y ni siquiera pudimos despedirlos como se merecían.

Un poco de aquellas jornadas de batallar por la vida quedó en este espacio digital. Vuelven ahora hechas “recuerdos” de Facebook y se entrelazan las victorias y los descalabros diarios en centros de aislamiento, hospitales, en vacunatorios. De triunfos y reveses escribimos aquí, cuando no alcanzaron camas, ambulancias, medicamentos… oxígeno. No queremos revivir el sufrimiento, mas los recuentos, a veces, son necesarios.

Este recuento en particular nos deja ver que a la convicción de superar el escollo descomunal de una pandemia desconocida —algo que siempre se mantuvo en el discurso oficial— había que ponerle no solo ciencia, como se hizo (y allí están las Soberanas, Abdala, Jusvinza y el Interferón para comprobarlo), sino también organización y liderazgo. Definir prioridades y actuar en consecuencia. El verano del año pasado lo demostró de la peor manera aquí.

• En agosto de 2021 también yo me enfermé. En esos días me dio por escribir este Diario del Miedo

El desasosiego de esos días todavía está fresco en la memoria afectiva de este pueblo, porque, ¿qué es un año para el dolor por la pérdida de un ser querido? Un año es nada si uno siente que cualquier catarro le roba el aliento y basta con una fiebre, una tos, para que el miedo cale los huesos, otra vez.

Peor aún porque sabemos que la COVID-19 no se ha acabado.