Año tras año la gente va a Palo Alto a quitarse, con el agua salada, el cansancio de las jornadas laborales o el ajetreo doméstico, porque dicen los más viejos que el mar limpia, retira impurezas, sana heridas.
Porque se lleva lo que uno no desea consigo y, a cambio, devuelve esa paz que solo él sabe dar, envuelta en arena y salitre.
Los ambientes cambian, pero él sigue siendo el mismo, solo que en Palo Alto parecen haber desaparecido los detalles o se fueron con el oleaje, para dejar en ruinas lo que un día fue un espacio de alegría, justo, a los pies del mar.
Aún queda quien se llega hasta allí…
Cuando se comparte en familia se sortean todas las piedras
¿Quién dijo que los niños no se divierten?
Y a falta de sombrillas, cuando se quiere descansar, cualquier sombra es buena
Una caldosa en la playa siempre viene bien
Allí, como quien custodia la playa, está ella, sola, subutilizada
En el puerto, la dejadez crece más que las plantas
Lo que fuera un lugar de constante tráfico por el ir y venir de barcos, espera ansioso la llegada de los visitantes
La soledad también corroe, pero más despacio que el salitre
Antes, un bar frío para prestar servicios gastronómicos; hoy, se “calienta” con el sol del verano