Hay locuras de un raro lugar

La huella de Fidel Castro en la vida de Evelio Capote Castillo fue más “larga” que los 17 km de ese filón de rocas sobre el mar que un día se convirtieron en pedraplén

Hay locuras que son poesía
hay locuras de un raro lugar
(Silvio Rodríguez)

Ese cuadro del Comandante, que “lo protegía mucho a él” y fuera su altar fidelista, terminó frente a la imagen del héroe avileño que hoy es casi un altar para su familia. Ahora se miran de frente, intencionalmente colocados, aunque uno sea piedra y el otro mar.

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Su hija, Anay Capote, habla de esas coincidencias sin los adjetivos profusos de los muertos que han hecho bien la obra de sus vidas. Si lo hace en superlativo es porque Capote elogió primero y Fidel después, o al revés: porque primero hubo un Fidel, poeta y loco, que dio origen a un Capote hecho Fidel que quizás ya estaba destinado a ser lo que fue. Lo cierto es que en el orden de los elogios la admiración fue un doblesentido, ida y vuelta, y desde la vida de uno podría entenderse un poco, la del otro. Y viceversa.

Por eso la metáfora del pedraplén, hecho de piedra y mar, explicaría como ninguna el camino común de dos hombres hacia “ un raro lugar”, cuando nadie creía que en Ciego de Ávila se echaría piedras sobre aguas al Norte“ sin mirar pa´ alante”, hasta llegar a los cayos adyacentes y empatar la geografía independiente del archipiélago.

Evelio Capote Castillo haría eso, metro a metro, y hay quien dice que padecía de una clarividencia extrema, al punto de “no echen piedras ahí que se las traga”, y así mismo pasaba, o “ tú verás que cuando hagamos esto va a pasar lo que estoy diciendo”… y pasaba. Mientras hablamos Anay confirma esa visión de su padre que se le parece a las predicciones de Fidel; no dice tanto como ir al futuro y regresar para contárnoslo, pero dice que su viejo podía adivinarlo muchas veces. Y no habla de la cordillera de piedras que se hundió en el mar para dejar a flote la carretera, sino de detalles tan sobrecogedores como la hora de su muerte, unos minutos pasadas las 3:00 pm, hora en que nació, y hora en que más de una vez asegurara él que moriría… después de los 80 que le presagiara Fidel y para “descansar un poquito”. La frase de aquel cuadro fue testamento.

No obstante, Anay muestra otros para enseñarnos un parecido que, obviamente, no es físico, porque Fidel siempre fue un hombre más grande y Capote tampoco tuvo barba. El detalle está en la venda.

“Eso fue cuando el cambio de mando, mi papá se jubilaba”. La venda, sabríamos después, ocultaba la fístula y la fístula fue por varios años la puerta que le dejaba a Capote la vida entreabierta, entre una hemodiálisis y otra. Así su viejo se retiraba, de mentiritas, y en el contingente, por supuesto, nunca se lo creyeron. Entre vueltas y tareas y militancia y preocupaciones y consultas… el viejo nunca se fue del todo. ¿Ves?, de ese tipo de hombres que no podía estar sin hacer nada, le digo, y de pronto Anay no sabe de cuál de los dos hablo.

Fidel comenzaría sus Reflexiones después de una enfermedad y cuando se suponía que podía darse el lujo de no ser, siquiera, un soldado de las ideas, por haber sido antes, tanto. Y Capote pudo ahorrarse todos los madrugones y precisiones que le sobrevendrían en su jubilación, en medio del otro pedraplén que luego uniría Cayo Cruz con Cayo Coco; incluso, pudo hacer mutis, justificado en su dolor, cuando Irma destrozó su pedraplén… Pero no, ahí estuvo él de pie y a pie de obra, hasta que en menos de 72 horas se restableció el paso por esa carretera. Allí recordaría lo que casi 20 años atrás le había dicho a Larry Morales mientras escribía su libro Tirarles piedras al mar:“ las piedras tienen su lenguaje” . Pero imagino que se ahorró su versión del mejor intérprete, por modestia. En eso también se parecían.

pedraplenOsvaldo GutierrezLa obra de Capote fue “restaurada” a menos de 72 horas del destrozo

“… y en la fuerza. Papi pudo sobrevivir a medio cuerpo paralizado y lo echó a andar sin fisioterapia, con voluntad y esfuerzo”, agrega Anay, convencida, como muchos, del optimismo de su padre. Del de Fidel huelgan los ejemplos.

En esa comparación que el Héroe del Trabajo desatara con su excepcionalidad aparecen demasiadas confluencias. “Para él la palabra de Fidel era Ley… y el pensamiento acción,” narra otra de sus hijas mientras conversa con Invasor, y construye el retrato hablado de un hombre que, en ocasiones, conviene nombrar para diferenciar de su guía mayor.

Precisamente ella, Pilar Capote, estuvo al lado de su padre en la ejecución del pedraplén y puede recordar, no solo lo que Evelio le contara, sino lo que ella misma observara: ver a Fidel aparecerse en un helicóptero, sin avisar, en medio del pedraplén, y saber que su padre desandaba cada rincón chequeando cada tarea. Ver a Fidel desayunando en piyama y sentir que Capote respondía con más naturalidad. Entender que detrás de las más de 20 veces que Fidel debió venir a Ciego de Ávila (“ y deben haber sido muchas más, porque al principio eran casi constantes”) se tejía una amistad que trascendía la “supervisión oficial de una obra con semejante envergadura”. Ser testigo, mientras, de un estilo de dirección que su padre estableciera en el contingente que hoy es la Empresa Constructora Militar El Vaquerito. Atender a quienes enfermaban, saber qué comían los trabajadores o qué problemas tenían fuera de allí…” Detallista como Fidel, dice, aunque quizás eso lo aprendiera mucho antes de empezar a caminar sobre las aguas al norte de Turiguanó.

Cuando Capote lo hacía, venía con su sombrero de guano, y nunca quiso cobijar su calvicie de otro modo; como tampoco Fidel renunciaría a su gorra verdeolivo. Las botas “embarradas de trabajo” eran las mismas, de uno y otro.

Así van sus niñas hilvanando dos cuerpos. Quedándose con el hombre sencillo, a sabiendas de que la sencillez tiene mucho que ver con el desprendimiento; que el de Capote fue el tiempo —“ todo el tiempo para el pedraplén” y que la familia tuvo que venir después, que no hubo descansos o vacaciones— y el de Fidel ya sabemos, una vida propia. Desprenderse de las comodidades de Birán fue, apenas, un amago de todo lo que vendría después.

Ambos, pudiendo presumir de una memoria prodigiosa: Fidel, con aquellas incidentales de media hora que hacían pensar que había enredado el hilo de su discurso, viniendo tres horas después a rescatar la puntada de su idea. Y Capote, sin “agenda, ni un lápiz, ni la más insignificante hoja de papel sobre su buró. Importantes decisiones, respuestas inmediatas a problemas surgidos súbitamente, sabias sentencias, opiniones, órdenes tajantes... todo fluía de su memoria como un torrente indetenible”, diría Larry Morales, el historiador que pudo retratarlo como nadie.

Sin embargo, la más triste de todas sus imágenes nunca fue escrita. Aunque Capote tuvo el valor de imaginarse en cenizas al mar y así lo dejó escrito. Dice Anay que el 25 de noviembre, cuando Dalia, la esposa de Fidel, lo llamó para darle la terrible noticia, el viejo sintió que le cayeron todos los años encima y se le resintieron sus fuerzas, al punto de que el primero de diciembre, mientras pasaba la caravana con las cenizas de Fidel por Ciego de Ávila, Capote, sencillamente, tuvo que sentarse sobre una piedra.