Viejos dramas en el año nuevo

Ciertos “dramas” de la vida real se trasvasan de un año a otro con toda la naturalidad del mundo

 burocracia Lo dije hace una semana: es muy ingenuo eso de esperar que el nuevo año resuelva lo que el viejo no pudo. La confirmación para ese enunciado con aires de axioma me llegó tan temprano como el 4 de enero. Sí, el primer día laboral de 2022. Acompáñeme a leer esta triste historia.

Hay una oficina de trámites y yo tengo que hacer uno. No, no crea que ya se sabe el final. Deje que lo intente.

Entonces, necesito realizar un trámite para garantizar legalidad y apego a las normas, como debe ser. Se puede vivir bastante al margen de lo establecido: tener una casa, reformarla, irte a vivir a otra, seguir comprando los mandados a kilómetros de donde resides, todo por evitarte las colas y los sellos y las firmas… Hasta un día en que se te muere tu padre, por ejemplo, y empieza el vía crucis para hacer valer derechos. Los derechos que están a la espera son los de mi madre.

A principios de diciembre último llamé al teléfono de la institución rectora de la oficina del trámite en cuestión y me explicó un funcionario muy amable que, para evitar aglomeraciones y atendiendo a la situación sanitaria provocada por la COVID-19, los turnos serían dados por teléfono. Añadió que en esa semana estarían detenidos por una visita de La Habana, pero a la siguiente reanudarían el procedimiento.

Debí desconfiar de la voz calmada y el tiempo concedido por aquel displicente compañero, mas no lo hice. Le di el beneficio de las siete jornadas de atención a la visita y, a la semana siguiente, comencé a llamar. Por gusto, daba timbre y nadie atendía. Eso me sucedió más de un día y más de una vez en el día.

Hasta que se me hizo camino pasar por la oficina de trámites y encontrarme a tres compañeras muy entretenidas en su charla, que me explicaron de medio lado y sin mucho detalle: el teléfono estaba roto y los servicios diferidos para el nuevo año. No sé lo dispuesto por el Ministerio de Trabajo y Seguridad Social en estos casos, pero allí, en una de las oficinas más concurridas de la provincia, se habían adelantado a las festividades ¿navideñas? unos 15 días, luego de un año de casi total paralización. ¡Viva la eficiencia!

• Esto es un déjà vu. En enero de 2021 Invasor abordó el mismo tema. Todo parece indicar que los inicios de año van siendo muy similares en el mundo de la “tramitología”.

Como buena ciudadana de este archipiélago me reí de mis infortunios, los puse en remojo por insolubles, y disfruté en familia el advenimiento de 2022, un tiempo nuevo para recargar las pilas… y volver a los viejos dramas. Por eso este 4 de enero, pasadas las 9:00 de la mañana, después de que el número telefónico diera timbre-ocupado-timbre, alguien tuvo a bien levantar el auricular. Habría sido mejor que no lo hiciera.

—Buenos días. Por favor, para sacar un turno.

—Mima, los turnos los están dando allá afuera y hay tremendo molote, por cierto.

—Pero si me dijeron que sería por teléfono…

—Bueno, eso no te lo dije yo.

—Pero yo llamé…

—¡Ay!, hija, aquí dicen una cosa y hacen otra, qué quieres que te diga. Vas a tener que venir. Si el teléfono estuviera más cerca podrías oír la bulla…

—No, no hace falta…, gracias.

Hay muchos peligros en esas respuestas dadas con total naturalidad el primer día laboral de un año. Un peligro evidente de multiplicar contagios de COVID-19 en molotes; molotes crecientes desde la madrugada, a la hora en que nadie les presta atención. Por supuesto, está el peligro de la credibilidad en las instituciones, con autoridad para cambiar disposiciones de un día para otro, aunque desentendidas de la realidad de puertas para afuera.

¿Cómo se convencieron de que el desorden, la bulla y la aglomeración son más sencillos de resolver que tener a una persona atendiendo un teléfono? ¿Cuánto más durará el primitivismo en los procesos, esa necesidad de que las personas deban sacar turnos presencialmente para tener el chance de plantear su problema, luego volver a la rueda de los turnos y las colas para, con suerte y agotamiento, encaminar la solución?

Y también está ese peligro inminente, descomunal, ¿invisible?; esa espontaneidad libre de remordimientos con la que cualquiera te espeta “aquí dicen una cosa y hacen otra”, y resulta que muchas veces es cierto.