Trueque de intereses

Uno escucha en la calle que, aun con capacidades suficientes, conseguir trabajo está difícil. Martillea en la cabeza la sentencia hasta que se ubica en contexto y se le descubre la polisemia, porque lo cierto es que plazas disponibles no faltan en ramas como la construcción o la agricultura, que marchan a media máquina en la provincia por falta de mano de obra.

Entonces el diálogo se torna extenso y me aclaran “nos referimos a los trabajos buenos” y el calificativo se complementa con un montón de argumentos que van desde la mejor remuneración, las buenas condiciones laborales, la estimulación y hasta las posibilidades de superación en empresas y organismos que tienen hoy un papel decisivo en la economía avileña, donde las jugosas cifras hablan muy por encima de los 816.00 pesos establecidos como salario medio y, a veces, hasta más.

Aunque no siempre es así, porque en algunas nóminas las ganancias se perciben muy por debajo de estos guarismos, sin embargo, contrario a lo que pudiera pensarse, en la práctica se codicia más ser almacenero que maestro.

Vuelvo a perder el hilo y lo retomo justo cuando la explicación va en el cómo se llega a integrar ¿oficialmente? la plantilla de algunos de estos centros, y la imagen me devuelve un sabor agridulce que se enturbia con los vericuetos de una legalidad bien pensada, pero que hoy puede verse en ciertos sitios horadada por la corrupción, las prebendas y el oportunismo.

Contratos demorados, plazas que nunca se anuncian en convocatoria, cursos de habilitación que completan su plantilla cuando todavía figuran como proyectos, y bolsas y reservas de las que se sale solo con un buen empujón, dibujan un panorama donde no siempre se premia el talento y las capacidades.

Los empleos y su demanda se mueven en un amplio espectro que va desde almaceneros, estibadores o directo a la producción, en centros que generan ingresos importantes.

A veces son altos precios, otras basta con la influencia necesaria o el regalito oportuno, pero lo cierto es que pagar para trabajar ha entrado en el terreno del mercadeo clandestino y se ha instalado en algunas entidades del sector estatal para venir a destapar una suerte de caja de Pandora o un círculo vicioso en el que entran amigos y los dispuestos a saldar el coste.

Los perjudicados son los mismos de siempre: aquellos que respetan las normas y siguen el cauce establecido, confiando en que los buenos agüeros les devolverán un mejor empleo para recompensar su espera y, por qué no, su idoneidad.

El “ayúdame, que yo te ayudaré” abre muchas puertas; en cambio, con la combinación errónea y sobre la misma cuerda se tambalea la moral y la dignidad de quienes asumen estas reglas del juego. Lo peligroso sería que este trueque de intereses, por suerte todavía sin dimensiones abrumadoras, termine por dejarnos desarmados y tuerza, incluso, a quienes anhelan permanecer erguidos.