Hay una matemática mucho menos compleja que sacar la cuenta de cómo podemos repartirnos los bienes en medio de una crisis sanitaria y, por ende, económica. Cuando el SARS-CoV-2 pretendía azotarnos por “ignorantes” y no estábamos del todo preparados para sacarle nuestra cara más guerrillera, la matemática se resumía en ¿cuánto tengo para acabar con el “bicho”?
Y, por supuesto, no era solo cuestión de reunir ahorros para llenar el refrigerador y las gavetas por si la “cosa” se ponía mala (lo mismo ocurría a nivel de país). Hace solo un mes, el futuro pintaba más incierto que en otras ocasiones. Las estadísticas y la pantalla visualizada al mundo nos ponían los pelos de punta. Pero, han pasado los días y ya el miedo es un lujo que no nos podemos permitir. Muchas veces me pregunté si saldríamos de esta. Hoy me lo pregunto menos.
La solución ante la COVID-19 presume ser el aislamiento social —todavía—, pero no es la única.
Los seres humanos, los que habitamos esta Isla rodeada de “agua por todas partes”, hemos encontrado, como muchos otros, una solución más inmediata e instantánea: la solidaridad.
La fuerza de la colectividad ha sacado su mejor brillo. Los egoísmos han tenido que reservarse para otras circunstancias y ojalá (esas) nunca lleguen. Hay que sacar, tan solo, unos cálculos.
Si sumamos que a solo más de un mes, cuando nadie sabía muy bien como operaba el “bicho” y las autoridades sanitarias recomendaban el uso del tapabocas, muchas personas voluntariamente, entonces, ofrecieron gratis a sus convecinos sus telas y máquinas de coser que en otro tiempo usaban para aportar unos cuantos kilos a la economía familiar.
Además, algunas instituciones como el Fondo Cubano de Bienes Culturales confeccionaron juguetes para los niños a partir de las “reservas de materias primas que permanecían en inventario o del acervo de los propios artistas”.
También, los artistas avileños, sin más pretensiones que las de animar a través del arte, se lanzaron en una suerte de campaña por las redes sociales para exhortar a la permanencia en casa. También, como bálsamo al aislamiento, decidieron hacer recitales poéticos y conciertos streaming.
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Los creadores también aportan en Ciego de Ávila
Por otra parte, cuentapropistas, desde sus negocios, han ofrecido servicio de distribución de alimentos a los ancianos, y pequeños agricultores en varias ocasiones han hecho donaciones a centros de aislamiento.
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De ese ingenio colectivo también hemos apreciado la confección de caretas artesanales para reforzar la seguridad del personal de salud y la posibilidad de que “los de bata blanca” compren de primeros en una cola de más de 60, 70 y hasta 100 personas. Aunque todavía hay a quienes lo inhumano les ha carcomido el sentido común.
La hora de los aplausos se ha convertido en un rito. Y, para ser justos, hay que reconocer que no se trata del fruto de una convocatoria gubernamental. Los aplausos fueron el resultado del agradecimiento de miles de ciudadanos italianos, chinos, españoles y de otras partes del mundo y esta vez los cubanos, espontáneamente, hicimos un mimo a esta práctica.
La matemática de esta crisis, entonces, es obvia.