Slow Living, El gran Lebowski y la terapia antiestrés

Hoy en día es evidente que un peligroso enemigo acecha a nuestra sociedad: se trata del estrés crónico. Se refleja en los rostros y en la manera de comportarse de los habitantes. En cada centro de trabajo reina la premura, el hacer las cosas inmediatamente, la presión y los ultimátums. Hay una tendencia global que se está imponiendo, y es respaldada por un sinnúmero de “gurús” de la productividad, que divide la sociedad entre ganadores y perdedores.

Y es que Cuba no está ajena del resto del mundo y sería un engaño pensar que nuestro país no se está viendo afectado también por esa tendencia. Estamos inmersos en la rutina del pluriempleo, en el empeño de ser más eficaces y tener cuerpos más torneados, todo ello en lo que parece ser una nueva versión del viejo cuento del burro y la zanahoria.

Todos los días, en las redes sociales de Internet, estamos expuestos ante la gran marea de podcasts que nos hablan de lo que hay que hacer para ser exitosos en la vida. Y no es que esté mal querer ser mejores de lo que somos, llevar hacia delante nuestra carrera e imponernos retos que nos hagan prosperar económicamente. Todo eso está muy bien, siempre que se sepa hacer de manera adecuada, y sin dejarse influenciar por definiciones de éxito externas a nosotros mismos.

Ante esta tendencia que pretende crear “superhombres” y “supermujeres” —no a la manera nietzscheana específicamente—, toman auge en el mundo proyectos que llaman a vivir con más lentitud y con atención al momento presente.

Me refiero al movimiento SlowLiving (Vida Lenta), que procura desconectarnos de las dinámicas aceleradas de la sociedad moderna. Tiene sus raíces en el SlowFood, un movimiento que, en 1986, pretendía luchar contra la comida chatarra. Con posterioridad se extendió a la arquitectura, la moda y el turismo, para finalmente adquirir un enfoque integral y convertirse, a día de hoy, en un estilo de vida.

Se extiende a áreas como el mindfulness (mente plena), el yoga, la meditación, y abarca conceptos como el consumo consciente y la tecnología intencional. Estos se refieren a optar por productos más duraderos en el tiempo, para enfrentar las dinámicas de la sociedad de consumo, y por limitar el número de parafernalia tecnológica que incluimos en nuestra vida diaria.

Si bien esto, por momentos, puede recordarnos el Movimiento Hippie, surgido en la década de los 80 en los EE.UU., como un modo de reacción al estilo de vida norteamericano, no se trata, de ninguna manera, de una actividad aislada y sin base científica.

Actualmente, existen estudios que vinculan el Slow Living con mejoras notables en la salud mental. Una investigación citada por The New York Times revela que quienes adoptan esta filosofía de vida reportan menores niveles de cortisol, la hormona del estrés. Además de que reducir el flagelo del consumismo contribuye a la sostenibilidad en nuestro planeta. La Organización de Naciones Unidas estima que un estilo de vida minimalista podría disminuir las emisiones globales en un 20-30 por ciento.

Muchos dirán, sin embargo, que esto no es posible para un cubano, y que antes de pensar en “vida lenta” y minimalismo habría que tomar en cuenta otras prioridades de mayor importancia. Pero lo cierto es que esto no es nuevo en nuestro país, y desde hace décadas existen personas que practican yoga, taichí, artes marciales, y participan en grupos de baile; actividades que incorporan en su rutina y que no aportan otro rubro que una mejor salud emocional.

Todo esto me trae a la memoria una película de los hermanos Coen: me refiero a El gran Lebowski, la es que es considerada, por muchos críticos, como una de las mejores comedias de la historia, y ya se adelantaba dos décadas a esta problemática. En ella se nos presenta un personaje peculiar.

El Dude, nuestro gran Lebowski, un hombre que, manteniéndose al margen de la sociedad, se erige como un juez del sentido común de toda una pléyade de personajes estrafalarios que constituyen un triste examen de la sociedad moderna.

La película es ácida, inquisitiva; una crítica mordaz a mucho de lo que está mal en el mundo. Su protagonista, interpretado por el oscarizado Jeff Bridges, es un hombre moderno que se niega a caer en la trampa de la modernidad. Un antihéroe en ocasiones patético, que no parece saber, a lo largo de toda la cinta, por muchas cosas desagradables que le ocurran, lo que es el estrés.

Ocurre que el estrés es una palabra que debería escribirse siempre con letra mayúscula: ESTRÉS; porque, aunque en pequeñas dosis puede ser un motor de productividad, su cronicidad actúa como un detonante de enfermedades físicas y mentales. Estudios de la Asociación Americana de Psicología señalan que el 77 por ciento de las personas experimentan regularmente síntomas físicos derivados del estrés, mientras que la Organización Mundial de la Salud lo cataloga como la “epidemia del siglo XXI”, vinculándolo con el 60 por ciento de las consultas médicas.

Decían los estoicos que todo lo que nos ocurre debe separarse en experiencias controlables y no controlables. Aquellas que podemos controlar deben estar en nuestra lista de prioridades, pero hay cosas que tristemente no podemos cambiar y se necesita una gran voluntad para aparcarlas y dejarlas de lado.

En tal sentido, el SlowLiving no es una moda pasajera, sino una respuesta necesaria a los excesos del siglo XXI. Al redefinir el éxito no por la productividad, sino por el bienestar, ofrece un camino hacia una existencia más auténtica y sostenible.