Simbolismos no echan raíces

Me pregunto: ¿cuántos árboles habremos sembrado en saludo a esto o aquello, y jamás hemos vuelto por el lugar para cuidarlos? Este texto pertenece a un post, que fue lo primero que se me ocurrió al ver, también en Facebook, la publicación de un grupo de personas de X entidad que plantaba un arbolito “en saludo a… para que sea un día inolvidable”.

Y lo primero que casi siempre se olvida es la pequeña planta que, aunque no pueda decírnoslo, al menos en nuestro lenguaje, sí lo hace desde esa otra manera de expresarse la naturaleza. Sucede que muchas veces, a los pocos días, los signos de una muerte segura son más que evidentes.

El asunto se parece a las promesas, o sea, a las falsas promesas. Que falsos son quienes las incumplen. Una clásica: “esto será para siempre”. Y siempre es un adverbio de tiempo. Y con el tiempo se borra la huella. Eso creen algunos.

Tengo en mi mente las tantas ocasiones que, en mis años como estudiante, plantamos árboles que, también en muchas oportunidades, ni sabíamos a qué especie pertenecían; y todo porque había una efeméride, una dedicatoria especial, un motivo…, que ahora interpreto como una justificación para mover emociones —algo muy necesario—, aunque sin evaluar el resultado a largo plazo.

Es común escuchar en actos de índole diversa, sobre todo graduaciones de los distintos niveles escolares: “(…) plantaremos el árbol del graduado, el cual crecerá como hemos crecido nosotros, estudiantes de la graduación dedicada a…”.

Ahí aparecen los simbolismos, reconocidos como “(…) las diferentes formas de expresión que utilizan símbolos para representar ideas y hechos. En este sentido, es sumamente importante relacionar la realidad del símbolo, es decir, relacionar claramente un significante y un significado determinado”.

Términos nuevos. Significante y significado. El primero es la traducción fónica de un concepto; el segundo es el correlato mental del significante. Pero más allá de teorías y significados, quiero detenerme en las significaciones, que son el sentido de una palabra o de una frase y el objeto que se significa.

El árbol de la amistad, el del graduado o el que plantamos en un Bosque martiano no pueden ser acto pasional, de un día, sino un suceso que requiere mayor respeto, al que debemos (y podemos) regresar por la conexión que tiene con un momento de nuestras vidas; igual por la unción que merecen aquellos hechos, casi siempre vinculados con la Historia, o las circunstancias a los cuales se les dedicó.

Se me ocurre otro análisis. Una publicación de la página web de Televisión Avileña, con fecha 20 de junio de 2020, daba cuenta que “Ciego de Ávila posee 140 847 héctareas de bosques, de ellos 13 036 son bosques naturales, con un índice aproximado de boscosidad de 21,66 por ciento, lo que representa un 0,5 por ciento superior al año anterior”.

Es obvio que estos datos ilustran lo incluido en áreas destinadas a la repoblación forestal, sin embargo, y ahora calcule conmigo: ubiquémonos en la cantidad de graduaciones o actos realizados en la provincia en los últimos 30 años. ¿Cuánto beneficio podrían representar para la purificación del aire que respiramos? ¿Cuántos recuerdos colgarían de sus ramas para miles de avileños? ¿Y cuánto sentimiento nacionalista nos llenaría el pecho al saber que nuestra dedicatoria aún vive y puede ser parte de la historia de esta porción de la Isla?

Más allá de promesas (y prometedores), que, entonces, no se conviertan en post o en fotografías para guardar las intenciones de darle valor a lo que realmente lo tiene por lo que simboliza.