El descenso notorio de la producción azucarera y sus demás indicadores asociados durante el último lustro en Cuba, aunque en realidad es un proceso que acontece con mayores o menores sobresaltos hace más de tres décadas, demanda respuestas urgentes. Salvar ha sido la palabra empleada por la alta dirección del país, teniendo en cuenta que el actual estado de cosas no invita al optimismo, más bien lo contrario.
Al consultar el diccionario de la Real Academia Española se encuentran entre las acepciones del citado verbo: “librar de un riesgo o peligro, poner en seguro” o “evitar un inconveniente, impedimento, dificultad o riesgo”. Una tarea titánica, pero no imposible, ante las complejidades que entraña.
El resultado de la última zafra confirma la necesidad de adoptar un grupo de acciones, pues solo se produjo el 66 por ciento del plan previsto de un millón 200 000 toneladas (t) de azúcar, cifras que para buscarlas más bajas habría que remontarse a 1902, cuando la Mayor de las Antillas elaboró 876 027 t, según la serie estadística registrada en el libro El Ingenio de Manuel Moreno Fraginals.
De enorme importancia económica y social, el sector azucarero es considerado estratégico en las proyecciones de desarrollo nacional. Por cientos de miles se cuentan las personas que trabajan en él y, por ende, los familiares que dependen de sus ingresos; muchos municipios tienen al central como el epicentro de su vida. Además, sin contar lo intrínsecamente vinculado a la historia patria desde su propio surgimiento, la proyección revolucionaria de sus hombres y mujeres demostrada en innumerables oportunidades, así como una dimensión cultural que va desde frases asumidas en el hablar cotidiano hasta técnicas y prácticas centenarias.
Pero quedarse anclado en la tradición, en la añoranza de pasadas épocas, sería algo así como asumir una derrota cuando existe el potencial para revertir el escenario actual.
Eso sí, no será de golpe y requerirá más de constancia y laboriosidad, sobre todo por el grado de descapitalización de las cooperativas cañeras, el pésimo estado financiero de muchas de ellas, que las compulsan reiteradamente a ser rescatadas por el presupuesto estatal y la asunción de vicios y dejadeces (o también pérdida de disciplina y sentido de pertenencia) en las atenciones a los cultivos o en la industria, pese a las limitaciones de recursos por el impacto del bloqueo.
En el cultivo de la dulce gramínea se centran las dificultades de mayor envergadura, que amenazan la sostenibilidad del sector. La acción combinada del cambio climático, la falta de fertilizantes, plaguicidas, combustibles y demás insumos, así como el incumplimiento de los planes de siembra, desemboca hacia un abismo en el que en cada campaña son menos los centrales, y los días de molida, por los exiguos volúmenes de materia prima.
Sobre esta base, y otras, se aprobó en el III Pleno del Comité Central del Partido, a finales del pasado año, un paquete de 93 medidas para salvar la industria azucarera cubana, sus derivados y la generación de energía. En un contexto en que se requiere de rapidez en su implementación y también de “no hacer lo mismo que hasta ahora se ha hecho” con esta estrategia de cambio, sustancial, de transformación, como señalara en la cita Miguel Díaz-Canel Bermúdez, primer secretario del Comité Central del Partido y Presidente de la República.
Se exige entonces un cambio de mentalidad, y capacitación de los directivos del sector para asumir la demandante tarea, en que la siembra de caña en cantidad y calidad reviste premisa fundamental para la obtención de azúcar y derivados.
Precisamente en estos últimos renglones reside una parte no despreciable de la eficiencia de la actividad, aparte del aporte de cadenas de valor que reportan mayores ingresos como alcoholes finos, rones, mieles, sorbitol, torula, saccharina, tableros, bagazo para la generación eléctrica…
El central Antonio Sánchez, en la provincia de Cienfuegos, es paradigma de ese encadenamiento productivo en que se aprovecha al máximo la caña de azúcar, y al que hay que dirigirse.
Por lo pronto, la presente zafra tendrá por delante retos iguales o superiores a la anterior, con una disminución de los planes de azúcar más acorde a la realidad, que aun así costará honrarlos.
La descentralización de funciones, implementada en una nueva estructura de empresas agroindustriales azucareras por cada ingenio; junto a las medidas bancarias, de financiamiento y de logística, de gestión empresarial y potencial humano, y de ciencia, tecnología e innovación, prometen convertirse en punto de giro para detener la caída libre del sector. Otra vez estará en manos de las variables tiempo y mentalidad el éxito del necesario despegue, ese que devolverá lo dulce al paladar de la economía cubana.