Religión Yoruba: prácticas más amigables

Cuando observé aquella expresión religiosa al pie de la ceiba, una más, entré en un debate sobre los vínculos entre la cosmovisión Yoruba (grupo étnico del oeste africano), el medio ambiente y los desafíos que enfrentan las ciudades cubanas en materia de saneamiento. Acto seguido, pensé en los Principios Fundamentales de la Constitución de la República de Cuba, y especialmente en su Artículo 15, en el cual se explicita que “el Estado reconoce, respeta y garantiza la libertad religiosa”.

En muchos espacios públicos de Ciego de Ávila, sumado a la situación con la recogida de desechos sólidos, apreciamos un incremento de la colocación de ofrendas religiosas, las que contienen, incluso, cadáveres de animales, enmarcadas dentro de la popularmente llamada santería.

Babalawos, sacerdotes y practicantes discuten sobre la esencia proambiental de las religiones africanas, sin dejar de reconocer que se asumen prácticas contraproducentes. Entonces, los padrinos (guías religiosos), más allá de poseer cada uno sus propios manuales, debieran orientar y exigir un ebbó (ofrenda) consecuente con la idea de que la relación con la naturaleza debe ser respetuosa.

Además, el Artículo 45 de nuestra Carta Magna, en el acápite de los Derechos, deberes y garantías constitucionales, dice que “el ejercicio de los derechos de las personas solo está limitado por los derechos de los demás, la seguridad colectiva, el bienestar general, el respeto al orden público, a la Constitución y a las leyes”.

Dicho así, que en escenarios como las terminales, parques, cuatro esquinas, carreteras, líneas de ferrocarriles…, aparezcan los restos de un ebbó, no siempre de igual tamaño ni compuesto por lo mismo, o alatares expulsados a la calle, implica afectaciones al entorno “de los demás” y dejan a los trabajadores de Comunales el difícil encargo de recoger esos cumplidos, misticismos mediante.

Otras manifestaciones —las del ritual de iniciación Yoruba— suponen una agresión a las especies, como atravesar palmas reales y ceibas con clavos y railes, o colocar animales que luego se descomponen en las carreteras, próximos a círculos infantiles, escuelas, instituciones de salud o viviendas, con el consiguiente riesgo de proliferación de enfermedades y contaminación.

Que el Estado reconozca, respete y garantice la libertad religiosa no se traduce en dar vía libre a la expansión pública de ritos santeros que conduzcan a indisciplinas sociales y violen derechos de otros. Imagine un día de paseo por el Parque de la Ciudad y su hijo le pregunte por una gallina muerta con las patas atadas y sin cabeza o por una lengua de vaca cosida de alfileres de vudú.

“Es molesto ver esas cosas. ¿Cómo se las explico a mis nietos? Respeto todas las religiones, pero no cuando se hacen rituales en un lugar público”, comenta el amigo Raúl. Al respecto, Agustín Orta Alonso, presidente de la Asociación Yoruba en Ciego de Ávila, dijo a Televisión Avileña que no se deben hacer dentro de la ciudad, por donde transitan personas, y aconseja lugares apartados, que comuniquen respeto y organización.

Si la naturaleza es el aspecto más importante de las religiones africanas, educarse en su cuidado es sinónimo de adecuarse a la convivencia. Promover que las ofrendas u objetos litúrgicos no se coloquen en lugares inadecuados ni que las plantas para las consagraciones se colecten de manera indiscriminada, es lograr en los no practicantes un respeto hacia esas tradiciones y sus voces.

Una errónea interpretación —incluso, los practicantes así lo refieren— afecta la propia religiosidad y las representaciones sociales, por lo que, aquellos hechos en sí mismos, requieren soluciones de más protección hacia los animales, el medio ambiente y la sociedad, basadas en la inmensa sabiduría que encarnan estas creencias.