Es uno de los peores recuerdos de mi niñez. Ahí estaba yo, con unos 11 o 12 años de edad, subiendo las escaleras de mi edificio, cuando, en una esquina del cuarto piso, me encontré con aquel hombre masturbándose mientras miraba por las ventanas.
No estaba segura de qué estaba haciendo, pero sí muy asustada, y bajé porque sentí que la escena podría terminar mal. Mi primer encuentro con un exhibicionista fue demasiado temprano, y traumático.
Me cuesta pasar por allí. Ha vuelto a suceder, no en ese, sino en otro piso, aunque el lugar es lo menos importante. Repetir el mal momento de cuando aún usaba pañoleta roja volvió y, con ello, la sensación de vulnerabilidad, porque si te llaman de modo insistente para que los mires pueden querer seguir a otra cosa.
Solo que, ahora, ya sé que todo forma parte de algo mucho más grande y pertenezco a estadísticas e historias que refieren, a nivel mundial, la práctica del acoso en una de sus manifestaciones más grotescas. Hoy día entiendo que a eso se le llama violencia y que tiene como base esencial el sostenimiento del patriarcado y la imagen del macho que debe seguir mostrando a las mujeres eso que los identifica y, para ellos, los vuelve superiores.
Desde aquella vez, que no fue la última, temo ir por calles oscuras, o desoladas; apuro el paso cada vez que escucho el psssssssss; me sube algo frío por el estómago cuando, en el parque, veo que se sienta alguien y comienza a tocarse y a mirarme, o parquea su bicicleta, en pleno mediodía, y se masturba en el contén de la acera.
Me han dicho que estoy obsesionada con el maltrato a la mujer y que veo machismo por todas partes. Ni lo uno ni lo otro. Después de asomarme al tema, he logrado encontrarle explicación a lo que me parecía falta de respeto, impertinencia. Y es más que eso, más.
Aun cuando el exhibicionismo es repudiado a nivel social, no se logra en Cuba una normativa legal sustentada en las raíces del problema para, al menos, verlo con “espejuelos de género”. Hay países como Perú, Argentina y Bolivia que contemplan en sus códigos penales sanciones contra el acoso callejero.
Que te toquen sin querer tú, que alguien se crea con derecho a soltarte todo lo que se le antoje, a mirarte como si fueras un pedazo de carne que camina, son otras formas de acoso, que se obvian o no se les presta la atención requerida.
La comunicadora y educadora popular Karen Alonso comentaba a la periodista Lirians Gordillo algunas de estas ideas en una entrevista. Como ella, opino que hace falta una “mirada crítica para superar esa naturalización” y una educación con menos estereotipos y patrones. Argumentaba que una de las causas de la situación podría estar en la manera en que las niñas conforman su sexualidad “desde la expectativa y la espera de que el hombre se aproxime y ellas estén ahí para esperar”.
En los diferentes espacios que contribuyen a reproducir esos esquemas (familia, escuela, medios de comunicación…), se necesita entender que el acoso existe, no es natural, tiene un fondo discriminatorio y cosifica a la mujer, y hace falta erradicarlo, en cualquiera de sus formas, desde las que parecen menos agresivas (y no lo son), hasta las más traumáticas, que pueden comenzar con el pssss como sencillo y peligroso llamado de atención.