Dicen que aquella frase célebre la pronunció el astrónomo, ingeniero, matemático y físico para decirse a sí mismo que la Tierra no era —no es—, el centro del universo, sino un planeta que gira alrededor del Sol.
Cuentan que otro italiano, Giuseppe Baretti, escribió mucho después, en 1757: “En el momento en que fue puesto en libertad, miró hacia el cielo y hasta el suelo, y, pateando con el pie, en un estado de ánimo contemplativo, dijo: Eppur si muove. ‘Aún se mueve’, es decir, la Tierra”.
Más de un siglo atrás, en 1633, al astrónomo Galileo Galilei no le había quedado otra alternativa que abjurar de su visión heliocéntrica del mundo ante el tribunal de la Santa Inquisición, so pena de terminar literalmente frito en la hoguera. Y si después pronunció la frase, a todas luces hipotética, debió musitarla a solas.
Pero con el transcurrir de los siglos, “Y, sin embargo, se mueve” se utiliza para asegurar que un hecho o acontecimiento es verídico, aunque se niegue su veracidad.
Pese a que un tribunal de incrédulos y mal intencionados, y una corte de admiradores nada despreciable, diga y hasta grite a los cuatro vientos que en esta provincia no pasa nada, opino que el territorio eppur si muove, a pesar de que sobrevive en el centro de un país satanizado y perseguido hasta lo indecible.
Puedo entender a los negadores, meterme en la piel de estos, desde el momento en punto en que se clasifican entre aquellos que se han cansado de las frases hechas y rotundas, llenas de pueril optimismo, en las que, año tras año, se anuncia lo que después no será, o lo será a medias, algo que tristemente puede comprobarse en el lugar del supuesto acontecimiento.
Pero también lo niegan aquellos que aspiran a transformaciones raigales que podrían redundar en precios razonables, una oferta variada y suficiente de comestibles, y quién sabe cuántas demandas más, sin obviar las que están de moda: abasto sistemático de agua potable y energía eléctrica.
Con los pies sobre la Tierra, que por cierto sigue en movimiento, esta central provincia protagoniza la fiebre de pinturas y retoques con las cuales colorea su rostro hasta donde es posible, en la medida que se acerca el 26 de julio.
Y digo “hasta donde es posible” porque en las actuales circunstancias las 685 obras previstas no llenan, no pueden llenar todas las expectativas, pero, al menos, ponen una pizca de alegría en medio de la canícula de un verano que amenaza con batir todos los récords de altas temperaturas.
Mas de ahí a que no pase nada dista un trecho considerable, ¿o es que acaso el inmovilismo hace acto de presencia en los trabajadores que aceleran las acciones para entregar, antes o el mismo 26 de julio, el parque solar fotovoltaico que contribuirá a mejores saldos productivos en la Empresa Agropecuaria La Cuba, entidad que amplía y diversifica los cultivos y en la que se aspira este año a igualar o mejorar la mayor cantidad histórica de superficie plantada en sus campos?
¿No pasa nada porque no llueve? ¿Y el ir y venir de quienes continúan abogando por el cambio de la matriz energética de modo que el agua se extraiga en las fuentes sureñas, en virtud de que las situadas en el norte del territorio se encuentran bien deprimidas, incrementan las estaciones de bombeo, forman grupos de trabajo que controlan la manipulación adecuada de las válvulas para que el líquido llegue a la mayor parte de los necesitados, o refuerzan el abasto mediante pipas en aquellos lugares donde no cuentan con el servicio de acueducto?
Si el inmovilismo fuera el sello distintivo de este pueblo y de quienes tienen el deber y la obligación de conducir sus esfuerzos, ¿cómo incluir en ese imaginario saco a quienes machete en mano rescataron del marabú los 28 estanques del centro de alevinaje situado en La Teresa, el que inexplicablemente nunca ha funcionado a plena capacidad en el municipio de Venezuela?
¿O a los que han establecido una fórmula negociadora para recuperar la producción de huevos? Suerte de yunta en la que productores individuales garantizan el pienso y la Empresa Avícola se encarga del manejo, y al final, se asegura, al menos, ese alimento para el consumo social.
En el pináculo de las valoraciones injustas, no faltan los que injurian a los decisores de la rehabilitación integral del Teatro Principal, mientras el Coliseo avileño vuelve a la vida al cabo de 98 años de existencia, después de un lustro de letargo que ningún defensor de la cultura le deseó, y de que para el 25 venidero se anuncie la reapertura de sus añosas puertas a la gala político-cultural que antecederá al Día de la Rebeldía Nacional.
He mencionado algunos, pero huelgan los buenos ejemplos. Los detractores, o simplemente los que no compartan estas líneas, podrán decirme que estoy pintando un mundo ideal. A ellos y ellas les digo que no.
Me molesto como muchos, tanto con los errores de toda laya y la chapucería, como con los malos tratos, pues también por estos lares asoma la cabeza peluda de los insensibles, de los que echan en el mismo saco a todos, cuando hace buen rato comenzaron a acentuarse las diferencias, y el virus de la pobreza afincó su dolorosa presencia en los sectores e individuos más vulnerables.
Pero no creo en los lamentos y el pesimismo como panaceas de lo que está mal, sino en el diálogo público, en el debate sin cortapisas para encarar manquedades y errores, y más, a corruptos y traidores, y en la participación organizada del pueblo en acciones que redunden en beneficios y mayor calidad de vida.
Ahora mismo puede que algún soñador de los que ya no abundan, tararee algún que otro bolero mientras, esperanzado, aviste que cambia su cuadra o centro de trabajo, que la pizca de las 685 obras con las que de modo discreto se recuerda la heroica gesta del 26 de julio de 1953, entorna, otra vez, la ventana de la fe y la confianza en Ciego de Ávila.
Alguien que, quizá sin saberlo, avanza de la mano de un canto sempiterno que le dice al oído: “Y sin embargo, se mueve”.