Pan nuestro, sin dilaciones ni equívocos

Quien no haya comido alguna vez un pan duro, de coloración dudosa, textura rugosa o poliforme, quizás forme parte de una minoría ajena a uno de los debates más encarnados de nuestro día a día: el de su calidad e inocuidad. Pocos temas han sido tan llevados y traídos en Cuba como este, sin que las inspecciones, las asambleas de rendición de cuentas, o algún otro mecanismo, haya podido apaciguar las quejas y eliminar las violaciones al interior de las panaderías y bodegas.

Lo cierto es que el problema siempre ha estado ahí —como el dinosaurio—, pero con la implementación de la Tarea Ordenamiento se hizo más evidente que nunca la inconformidad y la ausencia de una relación coherente entre el precio y la calidad. La prueba fue que este año arrancó con miles de consumidores que dejaron de adquirir este producto.

Cuando hablamos de gramaje, color, textura y sabor, está claro que muchos factores influyen, desde la materia prima hasta la obsolescencia tecnológica de los equipos, pero que cuestiones organizativas y de higiene, de obligatorio cumplimiento y exacerbadas ante el avance de la COVID-19 en la provincia, hagan mella en el resultado final, es casi un mal chiste.

Pareciera que lo más difícil es mantener los estándares de importación de trigo, garantizar la producción nacional de harina de trigo e, incluso, experimentar con la utilización de pulpa de viandas en un 20 por ciento; cuando la cadena anterior falla o se ve menguada para garantizar que llegue a un mayor número de consumidores.

Sin embargo, basta una ojeada para toparse de frente con malas prácticas en el trasiego y distribución, las cuales pueden afectar la calidad de este alimento o terminar de sentenciar su degustación.

En el momento en que las cajas con el alimento se apilan una encima de otra sin nada que tape o separe las superficies contaminadas, se trasladan a deshora en un carretón sin proteger el contenido, se lanzan al azar en una bodega, se arrastran por el piso, y la manipulación y el cobro la lleva a cabo la misma persona sin guantes o instrumentos de por medio, se viola de punta acabo lo establecido en materia de calidad e inocuidad.

Las quejas llegadas a Invasor actúan como termómetro del descontento y, a su vez, denuncian irregularidades en este sentido; por ejemplo, en las bodegas situadas en la calle Marcial Gómez esquina Eduardo Mármol y Chicho Torres, respectivamente. Aunque, para ser exactos, tampoco es exclusivo de estos establecimientos y bien pudieran ser solo botón de muestra.

Así lo confirma Eduardo Trejo López, director provincial de la Oficina Nacional de Inspección Estatal (ONIE), quien advierte que “la manipulación adicional que implica mover el pan desde las panaderías hasta las bodegas de los consejos populares puede atentar contra su calidad e inocuidad”.

Eso sin olvidar las otras violaciones que este cuerpo de inspectores ha señalado con anterioridad en los establecimientos de elaboración; entre ellas, los cruzamientos en la producción y el no cumplimiento del principio de la marcha hacia adelante, sobre todo, por tratarse de locales readaptados, los cuales contravienen, también, la Norma Cubana 512/ 2018, que regula los requisitos constructivos y sanitarios generales en los establecimientos de alimentos.

El directivo ilustra con ejemplos la realidad del municipio cabecera y va de las panaderías La Moderna, en Micro C; La Ideal, en Indalecio Montejo y El Vaquerito, en Morón, exentas de multas y con un producto de calidad a pesar de no contar con todos los recursos y condiciones; hasta El Ritz y La Avileña, con reiteradas violaciones en las cartas tecnológicas y falta de higiene.

Con la salida del pan de estos centros, el asunto no termina, más bien se complica si pensamos en las condiciones del trasiego y la manipulación hasta llegar a las bodegas.

Cuando faltan muchas otras cosas en la mesa del cubano, tener un pedazo de pan puede ser una dicha, y es por eso que su adquisición y consumo es un asunto de extrema sensibilidad que no merece dilaciones ni equívocos.