Navegar en las redes sociales es una actividad muy cotidiana desde hace años en Cuba. Sin embargo, a pesar del tiempo que llevamos en las plataformas digitales, seguimos sin comprender que nuestro uso de estas tiene normas que ignoramos no pocas veces.
Facebook es, sin dudas, la red pública más empleada entre los cubanos. Dentro de ella, la gran cantidad de personas a nuestro alcance, conocidas o no, hacen de este el espacio ideal para publicar nuestras experiencias, expandir negocios y consultar información proveniente de fuentes que consideremos confiables, pero esa constante exposición es un arma de doble filo.
“No interactúen con mi perfil, me hackearon la cuenta” es una frase que hemos escuchado más de una vez. Por cotidiana que sea, el peligro detrás de ese mensaje no puede ser subestimado.
Cuando una situación así ocurre, quien accedió a nuestro muro no solamente tiene la posibilidad de usarlo, sino que potencialmente tendrá a mano gran parte de nuestros datos personales.
Algo que no podemos ignorar es que somos responsables del hackeo en algunas ocasiones. Pensemos en cuántas veces hemos visto una publicación llamativa, con un mensaje impactante y una incitación a abrir un enlace donde presuntamente está el resto de los detalles.
En esos casos, antes de entrar, hay que pensarlo muy bien, pues muchas veces conducen a sitios web peligrosos donde parte de nuestra información queda desprotegida.
En otras circunstancias, ni siquiera es necesario caer en una trampa. Facebook está inundado de grupos de compraventa de artículos de todo tipo y es ahí donde generalmente entramos cuando tenemos necesidad de adquirir algo. Todo marcha bien hasta que alguien, buscando vender o comprar, es capaz de dar su número de teléfono, visible para toda persona que interactúe con el post.
Esto debería llevarnos a reflexionar sobre lo que consideramos riesgoso en el uso de internet, pues no todo lo negativo se resume a un ciberataque. Nuestro número telefónico hoy en día es parte de nuestra información personal, publicarlo es exponernos a estafas, llamadas telefónicas con todo tipo de propósitos e incluso acoso en cualquiera de sus variantes.
Resulta a veces tan normalizado compartir información privada en la red de redes que los bancos existentes en Cuba, así como plataformas como Transfermóvil, periódicamente se ven en la obligación de aclararle a sus consumidores que no deben hacer públicos sus números de cuentas y fotos de tarjetas, no solo porque buscan generar conciencia del riesgo que ello supone, sino porque es sabido que constantemente se realizan estafas gracias a esos descuidos.
Sin embargo, no siempre hay un organismo para alertarnos sobre otras situaciones en las que nos comportamos con demasiada desidia. Nuestra sociedad es, por lo general, muy familiar y cercana entre conocidos y amistades, por lo que nos resulta normal compartir fotografías y videos de nuestros mejores momentos. Hacer eso no está totalmente mal, pero también debemos medirnos en ciertas circunstancias.
Casi todos hemos visto la vida de un niño publicada por sus familiares, comenzando por las primeras ecografías, siguiendo con sus fotos recién nacido y luego con su crecimiento hasta el presente. Esta situación tal vez no represente un peligro grave para el infante, pero sí puede ser vista como una baja responsabilidad de quien publica.
Un niño debería estar muy lejos de parecer un influencer. Cuando lo presentamos de tal manera, ¿realmente lo hacemos porque es lo mejor para él? ¿acaso no estamos usando su imagen como si se tratara de una personalidad pública? No es que quienes lo hagan busquen hacerle daño al pequeño, pero debemos comprender que hay otros espacios privados donde es mucho más seguro y conveniente compartir con afecto y orgullo las imágenes de nuestros familiares más chicos.
Por otra parte, el acceso a la información es hoy más simple que nunca antes, pero es igual de sencillo publicar cualquier contenido, sin importar si es verídico o no. Las redes sociales son el espacio donde consumimos más tiempo de pantalla y eso las convierte en el epicentro donde noticias, anuncios y personas buscan llamar nuestra atención, a pesar de que no siempre tengan la mejor de las intenciones.
Recientemente la región oriental fue azotada por el huracán Melissa. Antes de su paso, las redes sociales cumplieron un papel crucial para mantener informados a los pobladores de ese lugar de Cuba ante la dificultad de hacerlo mediante vías tradicionales por la escasa disponibilidad energética. A pesar de ello, ese ejemplo de buen uso estuvo seguido por otros que fueron opuestos.
Recordemos que, cuando apenas Melissa salía de Cuba, se viralizó, principalmente en Facebook, que otro huracán de gran intensidad se avecinaba rápidamente. Tal fue el revuelo causado que el Instituto de Meteorología debió aclarar que se trataba de una situación alejada de la realidad, ante la gran cantidad de personas que creyó como cierta la amenaza.
En este caso existió una respuesta oportuna, pero es obvio que no es posible desmentir cada información errónea que se disperse. La mejor acción que podemos ejercer como consumidores es tener identificadas fuentes confiables, ya sea perfiles institucionales o de personas especializadas en un tema, e incluso ver la fecha de publicación de lo que leemos, pues solo unas pocas redes sociales, como X, anteriormente Twitter, muestran contenido de las últimas veinticuatro horas.
Queda claro que el uso de las redes debe ser cuidadoso para evitar cualquier inconveniente similar a los descritos o de otra índole, pero también podemos estar tranquilos siempre que hagamos un uso responsable. Esa debe ser nuestra principal aspiración, para entonces aprovechar las bondades que ellas nos ofrecen.