Construir, incluso, restaurar, es más fácil. A pesar de la escasez de constructores y arquitectos, casi siempre a través de las entidades del Estado y las mipymes “aparecen” las personas capaces de levantar o transformar paredes.
Y al cabo de cierto tiempo puede apreciarse el resultado, aunque, a decir verdad, no siempre con la calidad deseada. Sobreviene, entonces, la inauguración, y con ella, los reconocimientos y compromisos de ocasión. ¿Y después?
Han pasado los días de furor y ajetreo, en los que el pueblo y sus líderes asumieron cientos de realizaciones, casi todas pequeñas, porque la disponibilidad de recursos, incluidos los que se asignaron desde instancias superiores al calor de la proclamación de Ciego de Ávila como sede del acto central nacional por el 26 de Julio, no daba para más.
A estas alturas, la afirmación de que, en torno a la fecha que se avecinaba, el territorio avileño, y especialmente su capital, respiraron ciertos aires de renovación, embellecimiento y alegría, está a años luz de ser un simple cumplido.
El plan inicial abarcaba 685 obras, pero en la Mesa Redonda Informativa que resumió lo alcanzado, horas antes del Día de la Rebeldía Nacional, Julio Heriberto Gómez Casanova, primer secretario del Comité Provincial del Partido, dijo que se había sobrepasado las siete centenas, cuando se sumaron otras iniciativas.
Lo de más de 700 obras, sin embargo, no debe interpretarse a la ligera. En esa cifra se incluye desde la reparación de la carpintería de un establecimiento hasta la rehabilitación del Teatro Principal, un amplio diapasón en el cual se consideró todo cuanto fue posible concebir en tiempos de suma escasez.
Una valoración justa, sin sobredimensionar cuanto se hizo, puede resumirse en que se trabajó muy duro y con agilidad. En suma, “la cosecha” valió la pena.
Concluye la UEB de Terracecar la remodelación y pintura de una cuadra del Bulevar de la ciudad de Ciego de Ávila en saludo a la gesta del Moncada. Muchas felicidades a todos por los resultados!!! 👏. #UnidosXCuba #CiegoEn26 @Emp_Avilmat pic.twitter.com/ZWSw2ipdag
— Paulino Pérez Viera (@PaulinoPrezVie1) July 24, 2025
Observo ahora de punta a cabo el bulevar de la Ciudad de los Portales. Aún se respira el olor de pintura fresca que le ha devuelto una parte de la lozanía a la mayoría de los inmuebles, las jardineras tienen otro aspecto, también la identificación de los establecimientos fundamentales.
Pero ciertas manchas persisten. Siguen ahí, como enfermedad incurable, y en este dictamen “médico”, me atrevo a afirmar que el origen del mal es muy simple: no enfrentamos las causas.
Si en algún momento se aprobó un reglamento para que el citado escenario brillara por su higiene, calidad estética —algo que ahora asumimos e intentamos reducir al primitivo concepto de “cultura del detalle”—, y respeto a los valores urbanísticos y patrimoniales, ¿por qué no actualizamos el documento engavetado a la luz de las necesidades actuales y lo hacemos cumplir?
Ciclos aquí y allá, vendedores de toda laya —algunos en deplorable estado físico y hasta mental—, pululan en esa parte de la calle Independencia que no acaba de ser, del todo, la niña de los ojos de la ciudad.
Algún que otro desecho sobre la vía, o el consabido montón de cajas al pie de esta o aquella tienda, tragantes sucios, basureros que no se extinguen, una mancha sobre la columna restaurada, constituyen una parte del retablo que no quisiera presenciar jamás, pero que sigo viendo desde los tiempos lejanos en los cuales pude empezar a tener conciencia de cuánto es capaz de generar el entusiasmo popular y patriótico, y cuán fugaz puede ser el dividendo, si en mayor o menor plazo se nos escurre el resultado, como si dilapidar el dinero, los materiales y el trabajo invertido fuera, en lo ético, una actitud consecuente y responsable.
¿Cómo darnos el lujo de echar por la borda el fruto de lo que se hace con “el buchito” a mano de recursos materiales y financieros?
Reitero que construir, incluso, restaurar, es más fácil, pero… ¿y después? Habría que pensar en que lleguen otros chequeos, aún más rigurosos, los cuales, con el sello de la constancia, verifiquen in situ cada milímetro de lo conseguido.
Habría que exigir, a cada paso y en cada lugar, que los responsables, incluidos los padrinos de moda en estos tiempos, contribuyan día a día a conservar y proteger.
Habría que ampliar el diálogo decente con las personas, esto es sin gritar u ofender, rico en argumentos y paciencia, allí donde se detecta lo incorrecto. Y escuchar, además, las razones del otro, para que lo dialógico funcione a plenitud, y pueda ayudar a “desvanecer con mano piadosa la sombra que oscurece la obra bella”, para decirlo con auxilio del fervoroso discurso martiano.
Habría que acercarse y sancionar, con toda la sensibilidad y cortesía del mundo, al que profana o ensucia, al que se orina al pie de una columna o poste del alumbrado, al que profiere la palabrota, y hasta agrede físicamente, flagrantes actos de desprecio e irrespeto a los demás que no brotan de la imaginación del comentarista, pues se han puesto de moda en la medida que aprieta el cinto de las necesidades.
Habría que ampliar el diapasón educativo en cada espacio que lo demanda, y no se trata solo de tarea del maestro o profesor, ni solo de la escuela, para que los hijos y los nietos despierten con el ansia creciente de besar, hasta enamorarlos de siembras, poblados y ciudades.
Habría que hablar, escribir y orientar menos en subjuntivo, en el modo gramatical que en nuestro idioma se asocia a estado de cosas virtuales y a deseos. Hacer esto y más. Ahora mismo. Sin dilación.