La noticia de un inusual “desembarco” en el Parque de la Ciudad de Ciego de Ávila, en marzo pasado, motivó la curiosidad de quienes vieron transitar un bote, primero por carretera, para luego llegar a su destino en la laguna que muchos conocemos como La Turbina.
Un reporte de la Televisión Avileña daba detalles del suceso en una entrevista. Se hablaba allí de una embarcación que causó baja del Ministerio de Turismo y se adquirió con parte del presupuesto de la contribución territorial del uno por ciento, “a un valor nada despreciable”.
La idea es convertirlo en un restaurante, como parte de la reanimación de esa zona de la cabecera provincial, y el reporte anunciaba que abriría sus puertas el 4 de abril.
Pues llegó ese día y el barco sigue encallado a una orilla del lago y nada de apertura. “La obra está atrasada y aún no hay fecha definida para su inauguración. Se espera que quizá, pudiera ser, para el 26 de Julio”, eso supe en el Consejo de la Administración Municipal hace unos días.
La frase que hace referencia al precio de compra de la embarcación es desconcertante. Me pongo a imaginar números, se rumoran algunos. No obstante, me atrevo a cuestionar si fue sabio invertir en una nueva instalación cuando el sitio, que realmente necesita volver a mejores épocas, tiene lugares casi descomercializados.
Negarse a las nuevas obras de manera rotunda tampoco es la posición. Son bienvenidas la anhelada Casa de la Décima, para muchos del sector de la Cultura, y el restaurante Carta Cuba que recientemente fue concluido. La contradicción entra cuando se intenta reanimar con lo novedoso y se mantiene rezagado lo que una vez se creó y hoy necesita rescatarse.
Los problemas han sido acumulativos y perduran. A inicios de 2018, un trabajo periodístico recalcaba la urgencia de desterrar la chapucería que caracterizó a objetos de obra, sobre todo para los niños, y llamaba a que no se perdiera en el marasmo la esencia de un lugar que vino a darle otra vida a la ciudad.
Aún se mantiene como una zona oscura en las noches, de vuelta a su mala fama como sitio peligroso, lo que hace que no muchos clientes se vean tentados a llegarse hasta allí. Eso, y que ya no todas las ofertas son atractivas, como el restaurante flotante, del que no he tenido las mejores referencias en los últimos tiempos.
La Gastronomía, en suelo avileño, no muestra su lado positivo en la actualidad, deprimida en un gran porcentaje de las instalaciones. Las nueve situadas en el Parque de la Ciudad permanecen abiertas, pero con propuestas casi extintas y con un servicio en declive también, escenas que, por desgracia, se repiten en otras unidades gastronómicas ubicadas en el centro de la urbe. El panorama actual de carencias no contribuye a revertirlo, pero eso solo ha sido un catalizador, porque viene arrastrándose, como ya decía, desde momentos con menos asfixias.
Sumarle a esto las condiciones del parque de bicicletas acuáticas y botes, encallados en la malangueta que sigue expandiéndose y a la que se le deja tomar posesión sin ponerle freno.
¿Es válido, entonces, que la reanimación vaya solo por hacer más, y seguir dejando a un lado lo que ya está y desanda un camino enrevesado?
El escepticismo no siempre es saludable, pero hasta cierto punto nos mantiene en vilo, para no confiarnos. Habrá que seguirle el rastro a la embarcación y su rumbo para que no se convierta en un naufragio más en lares turbineros. Ojalá no pase.