Pocas veces, el regreso a casa ha venido acompañado de tantos presagios, sentimientos encontrados y caras agridulces como ahora, cuando 8 000 médicos cubanos que prestaban servicios en Brasil han empacado sus maletas con la zozobra de una decisión, que, hasta la fecha, nadie hubiese imaginado, y no por eso es menos dolorosa.
Era ya una certeza que el discurso ultraderechista de Jair Bolsonaro no tendría miramientos con el programa Más Médicos para Brasil, sin embargo, lo que, quizás, escapó a sus estadísticas de estratega, fue el hecho de que Cuba, una vez más y en honor a la tradición, no se doblegaría.
En un “aluvión de discordia” habló de esclavos modernos, cuestionó la calidad y formación de estos profesionales, denunció la apropiación de sus salarios y que a sus familiares no se les permitía viajar. Además, exigió la reválida del título y la contratación individual, en franco desacato de los acuerdos establecidos y ratificados en 2016 por la Organización Panamericana de la Salud (OPS), Brasil y Cuba.
Como negociar no congenia con insolencias, falsedades y presiones, con serenidad implacable se difundió el comunicado que anunciaba al mundo la decisión e ilustraba el saldo positivo de la cooperación: “durante estos cinco años de trabajo fueron atendidos cerca de 113 millones 359 000 pacientes, en más de 3 600 municipios, alcanzando un universo de hasta 60 millones de brasileños, en un momento en que los profesionales cubanos constituían el 80 por ciento de los participantes en el programa”.
Las agencias internacionales se hicieron eco de la noticia y se sucedieron aplausos y cuestionamientos ante una verdad inmensa como un muro de concreto: el pueblo brasileño y el programa perderían las piedras angulares del sostén de su buena salud.
Vinieron, también, las muestras de voluntad para ofrecer asilo, que pudieran entenderse como robo de cerebros, y la reválida del título como un ofrecimiento que obvia el hecho de que solo ocho de cada 100 médicos son probados por el Colegio Médico Brasileño, según declaraciones a Cubadebate del ministro de Salud Pública, José Ángel Portal Miranda.
A lo que se suma lo absurdo de probar con exámenes lo que ya han demostrado nuestros indicadores de salud en los que por más de una década se ha mantenido la mortalidad infantil por debajo de cinco por cada 1 000 nacidos vivos, reducciones en los índices de mortalidad por cáncer, la eliminación de la transmisión materno-infantil del VIH/SIDA, una esperanza de vida que supera los 78 años, y procedimientos y técnicas de tratamientos comparables con los estándares del Primer Mundo.
Estar exceptos de la reválida no es una exclusividad de los cubanos, sino que otros 451 médicos extranjeros de 15 países han gozado de esta “excepcionalidad”, al menos durante tres años de servicio, conforme establece la Ley 13.333, prorrogada por el gobierno del Gigante Sudamericano.
En lo adelante, los contratistas brasileños deberán mostrar propuestas más suculentas y conquistar voluntades si quieren suplir el déficit de atención médica que se generará, porque nuestros profesionales estaban, precisamente, donde no quería estar el resto; prueba categórica de que, para Cuba, la Medicina es mucho más que dinero y política.