A mal tiempo, buena cara. Así reza un dicho popular de esos que nunca pasan de moda y que la tradición oral se ocupa de conservar. Pero, entre la sabiduría de la frase y las respuestas no siempre sabias del día a día ante el impacto del apagón, los altos precios de los alimentos o el medicamento en falta, puede mandar el abismo; ahora que el “mal tiempo” persiste sobre el archipiélago que habitamos.
Porque, en medio del prolongado “temporal”, no faltan desde las malas caras hasta otras reacciones negativas, como si las múltiples variantes de agresividad pudieran conducirnos a la solución de cada problema. Hablo de esos que castigan a todos, y sentencian que el país y todos estamos irremediablemente perdidos porque absolutamente todo se ha ido a bolina. Profiriendo expresiones cuando menos groseras, afirman que no hay tabla de salvación posible. Así, en medio del día a día en el que necesitamos algo más que oxígeno; ofensas, difamación y hasta agresiones aún más graves tienden un cerco irrespirable, sobre todo, para los más débiles.
Aquellos que vierten cuanto desencanto individual o comunitario sea posible en las redes sociales en Internet se incluyen en esta peligrosa tendencia, pero en esos casos, conscientes o no, se juntan con quienes invierten millones dentro y fuera de Cuba para organizar y difundir las campañas de odio que en sus diversas variantes descargan sobre el país y quienes trabajan para levantarlo.
No voy a negar en estas líneas ni una sola de nuestras carencias materiales, ni los lunares de nuestra sociedad, ni a quienes no hacen lo que por deber les corresponde, pero tampoco creo que el camino sea el del ataque ciego, a toda hora y en todas partes, como solo pueden hacerlo los aliados de la desesperanza, aunque en ocasiones no se percaten del manto de pesimismo y tristeza que ofrecen a cuantos le rodean, desde los hijos y amigos hasta los que a una mayor distancia afectiva los escuchan.
Sin embargo, eso de que todo está perdido y de que “esto no hay quien lo arregle”, en referencia a la realidad de un país al que no queremos verle el cerco que lo atenaza, es una reverente falacia. Lo percibo en las reacciones de conocidos y desconocidos, en el comportamiento cotidiano de quienes tienden manos y recursos, los que pueden y los que, incluso, aun cuando atraviesan momentos difíciles, no dudan en hacerlo. No me alcanzarían estas líneas para citar todos y cada uno de los ejemplos de individuos y colectivos.
En días recientes supe que la mayoría de los conductores que se subordinan a la Agencia de Taxis Ciego de Ávila, perteneciente a la Empresa Taxis Cuba, están dispuestos a llevar de modo gratuito a enfermos de graves enfermedades a hospitales de provincias vecinas una vez cada mes. Fue una iniciativa que partió de una llamada telefónica de un chofer al director de la entidad y que ya suma 13 familias favorecidas con igual número de viajes en los primeros meses del año. Decidieron hacerlo en tiempos en que un neumático, una pieza de repuesto, una gota de combustible, cuestan bien caro.
Claro que el anterior no es un caso único y excepcional, ni se trata exclusivamente de acciones que demandan un gasto financiero. Una llamada telefónica a la hora en que la angustia aprieta la cuerda de la existencia, un consejo que abre caminos, un gesto que destruye rencores, pueden ser bálsamo y espuela.
En lugar de un “aguacero” de agresividad, no faltan ni faltarán, los que se entregan porque la necesidad de seguir amándonos y de cuidarnos nunca va a escasear, porque la utilidad de la virtud en la que creía nuestro José Martí es capaz de vencer obstáculos aparentemente insalvables. Más allá de la crisis global y de las restantes crisis, que no son pocas, se impone seguir tejiendo el alma de la Patria con lo que mejor emana de cada persona buena. Servir es deber. Y alimento para salir adelante. No existe mejor camino.