Martí sin monumentos

José Martí, retrato Fueron suficientes los bustos de José Martí manchados con sangre y las fotos publicadas en la redes sociales para que la afrenta se adueñara de cubanos de aquí y de allá, que reavivaron una imagen nítida y a la vez diversa del héroe, el hombre, el masón, el poeta, el padre y el empedernido enamorado que fuera. Hay muchas formas de luchar por una Cuba mejor, pero definitivamente ellos eligieron el peor camino y la verdad llegó como un témpano de hielo.

El hashtag #ConMartíNoTeMetas resultó apenas la punta del iceberg, porque lo que aconteció después no tuvo sutilezas ni medias tintas: se llamó a marchar con las antorchas con más convicción que nunca; a homenajearlo desde cada escuela o centro de trabajo; a desagraviar al Apóstol; y a releer a conciencia su febril periodismo, sus estampas de Asia, Latinoamérica, Norteamérica y Europa o sus crónicas sobre la literatura y las bellas artes. Al fin y al cabo, no se puede ser martiano sin haber comprendido primero la genialidad de su obra, su don de conmover y su invitación a mejorar.

Es que cuando se habla de Martí siempre falta tiempo y sobran las anécdotas, por eso, se supone que a ese hombre todos lo conocemos, tanto que nadie olvida a la piadosa Pilar, su amistad con Fermín Valdés Domínguez, el grillete en el tobillo, los intrépidos discursos y sus desacuerdos con Antonio Maceo.

Sin embargo, también puede ser tan distante y frío como el busto que calca su figura por el hecho de que hemos repetido, hasta casi transformar en consigna, su biografía en una seguidilla de acontecimientos y fechas que se desdibujan en la memoria.

Cualquiera que haya calado en sus esencias diría que no basta con recitar sus versos porque el reto está en reinterpretarlos, asumirlos en la práctica diaria y traerlos al presente. Debiéramos preocuparnos cuando las lecturas de nuestros jóvenes y adolescentes no superan los libros de texto obligados, La Edad de Oro o las estrofas más conocidas de los Versos Sencillos, cuando solo son el 28 de enero y el 19 mayo las fechas que obligan clases y eventos de todo tipo, y cuando los parques dedicados a agasajarlo devuelven una imagen maltrecha y descuidada.

Para ser exactos, Martí merece ser mucho más que un recuerdo que se sacude de enero a enero con actos, marchas y pancartas; una figura de yeso o mármol a la que saludar y dedicar una poesía, o un héroe que aprendimos tan grandilocuente que parece imposible bajarlo del pedestal e imaginarlo de carne y hueso, con virtudes y defectos.

Su actualidad y universalidad son tan extraordinarias que no caben en un busto o tarja y solo con el homenaje diario puede retribuírsele parte de lo que entregó y redescubrir ese misterio que lo acompaña y que no terminaremos de descifrar del todo. Ahora, cuando su nombre se hace más presente que nunca, vale la analogía con otros extremos que nos hacen pecar de esquemáticos si terminamos por reducir los homenajes a campañas aisladas de año en año por el Día del Educador, del Constructor, de la Ciencia…, cuando, en realidad, cualquier día es bueno para señalar lo útil del magisterio, la importancia del albañil que asegura los cimientos, del ingeniero que mantiene activa la fábrica.

No resultan suficientes el recordatorio de fechas ni el empleo de spots televisivos para exaltar lo bueno y practicarlo, incluso con los altibajos y desencantos que se entretejen en la vida. Por eso, si de aquí a unos meses nos descubrimos otra vez intentando unas líneas sobre el Apóstol, ojalá sean tan certeras como esa República que esbozó en sus textos y a la que apostó su suerte, al punto de hacer lo único que resultaba inimaginable para muchos de quienes creían que lo conocían bien: montar un caballo en Dos Ríos y tentar la muerte.