Lupa sobre la demencia

El 21 de septiembre y el 1ro. de octubre son fechas señaladas para pensar sobre la adultez y la demencia, Invasor hace un repaso de las políticas públicas cubanas y los factores que ponen a esa quinta parte de la nación en desventaja

El día que mi mamá me oyó decirle a otra niña que mi abuelo estaba loco, fue la primera vez que le escuché la palabra Alzheimer y entendí que la enfermedad lo obligaba a hacer cosas que él nunca hubiera querido.

Ahora sé que su desorientación constante y el desconsuelo con que despertaba a medianoche llamando a personas que ya no estaban, son indicios de la fase avanzada de la demencia, cuando ya se han dejado atrás los tiempos de olvidar nombres y palabras o los de ser incapaz de cocinar y de pagar una factura.

Con algún tipo de demencia, causada por Alzheimer, Síndrome de Parkinson y otras patologías, viven 50 millones de personas en todo el mundo. Más de la mitad está en países pobres o en vías de desarrollo, estadística que se entiende si tenemos en cuenta que alimentarse mal y tener estilos de vida poco saludables son factores de riesgo importantísimos. Solo en América, el Alzheimer y otras formas de demencia constituyen la tercera causa de muerte, y las mujeres lo sufren aún más. En Cuba, se estima un total de 170 000 pacientes que la sufren.

Los planes globales de respuesta a la demencia, impulsados por la Organización Mundial de la Salud (OMS), y la Estrategia Nacional para la Enfermedad de Alzheimer coinciden en que el control de la enfermedad tiene dos puntos esenciales: el diagnóstico temprano y el cuidado. En ambos casos, a Cuba el envejecimiento poblacional le “enreda la pita”.

En primer lugar porque es una creencia común la de asociar el deterioro cognitivo a una consecuencia inevitable de la vejez, cuando no lo es. Se trata de una discapacidad que, con el tiempo, vuelve a la persona dependiente de los demás. En teoría, es en esa primera fase, cuando los abuelos olvidan con quién hablaron ayer, o el nombre de la visita, en la que se debe acudir a las llamadas consultas de memoria, instaladas en los hospitales psiquiátricos y que llegan a 45 municipios del país. ¿Dónde está el problema? En que municipios son 168, y trasladar a ancianos en el transporte público no es tarea fácil. La meta con las discapacidades siempre es acercar los servicios, y con esta dolencia la apuesta es empezar a tratarla como una discapacidad.

Sobre los cuidados es mejor leer al doctor Rodolfo Bosch Bayard, del Departamento de Estudios del Alzheimer en la Universidad de Ciencias Médicas de La Habana, que decía a Granma, en 2015, lo siguiente: “Los estudios realizados en la población cubana, muestran que por cada paciente hay dos familiares afectados por el cuidado, el 40 por ciento tiene que abandonar de modo total o parcial su trabajo para cuidar al enfermo y el 50 por ciento de estos cuidadores presenta alguna afectación psicológica”.

Con 157 hogares de ancianos y 300 casas de abuelos, Cuba tiene capacidad para atender en instituciones a poco más de 20 000 ancianos, lo que deja al 90 por ciento (de acuerdo con el doctor Bosch) de los pacientes con Alzheimer en casa. Y entonces hay que imaginarse un ejército de cuidadoras, mujeres en sus 40 o 50 años, con hijos, trabajo, tareas domésticas y afecciones de salud propias. Por eso la OMS insiste en que la demencia es también un problema de género.

Si se cree que el número de enfermos será espantosamente mayor para 2025 y 2030, no hay otro remedio que potenciar las respuestas institucionales, y no dejar la prevención solo en manos del Sistema de Atención Primaria de Salud.

Los propios ancianos que respondieron a la encuesta nacional sobre envejecimiento poblacional de 2017 permitieron concluir que el 35 por ciento tiene afectaciones en la vivienda, el 40 por ciento no recibe ayuda diaria con los gastos y los quehaceres domésticos por parte de otros miembros del hogar y casi la mitad considera que vive en un ambiente social regular o malo (indicadores que empeoraron con respecto a la encuesta de 2011).

Entonces sí, necesitaremos de los servicios de referencia de Geriatría en cada hospital provincial, y de más y mejores casas de abuelos; pero en un país que va hacia la vejez también necesitaremos más casas de cuidado, espacios para el deporte, la cultura y la recreación de nuestros ancianos, mayor garantía de sus medicamentos y alimentos, y hasta de los servicios de mensajería que trajo la pandemia cuando nos dimos cuenta de las muchas colas que hacían los mayores de 60. A fin de cuentas, envejecer, sobrevivir, no debería ser algo triste.