Internet Casi todo trabajo periodístico requiere de la utilización de cifras estadísticas, al menos, para ser consultadas por quien investiga. Para esta que les propongo, sin embargo, las muestras se presentan tan profusas y dispersas en el espacio que resultan imposibles de tabular.
Se relacionan con un fenómeno social que, a fuerza de lo cotidiano, es prácticamente aceptado como algo normal. Me refiero al creciente mal comportamiento ciudadano, sin que la persona que ha incurrido en la falta o delito reciba la sanción o pena por su accionar.
Y esta relajación en la aplicación de lo estipulado, cuando se sucede a largo plazo, se convierte en sentimiento de impunidad, muy difícil de rectificar en el tiempo.
Pasa uno revista al universo donde los cubanos nos relacionarnos cada día, y los excesos, por parte de quienes se desentienden del orden, saltan a la vista. Lo que es doblemente lamentable, por el incumplidor y porque, además, la sociedad está estructurada de modo tal que, para enfrentar toda mala manifestación, existe, la mayoría de las veces, más de una autoridad u organización instituida.
¿Cuántas muestras se discutirían la “preeminencia” de encabezar la relación? Citemos aquella que, a los ojos del transeúnte, exhibe a un constante ir de “apacibles” bicicleteros o bicitaxistas, por calles de la capital avileña, como República o Carretera Central, donde existen señales de prohibición de circulación para este tipo de medios. ¿Cómo resolverían el dilema, después, los encargados de aplicar las leyes, si un vehículo, que tiene toda la vía para él, arrollara a uno de esos ciclos?
Pero en materia de seguridad vial eso no es todo, ¿quién no ha tenido ante sí una señal de tránsito jorobada, desbaratada, cercenada o arrancada? Una descarga de mala intención contra algo que ocupa espacio como garantía de seguridad de la vida, tanto del que las cuida como del que las destruye. Algo tan absurdo como común, más en el territorio de Ciego de Ávila, donde hace unos cuantos años no se sanciona a nadie por ese hecho; y recuerdo que, cuando se hizo, se aplacó bastante el problema.
Tocaría a especialistas de la Sicología o de la Sociología ofrecer una explicación más acabada de esos comportamientos sociales que, a la luz de la lógica, resultan inexplicables. No obstante, el día a día viene a confirmar que estos, al menos, tienen una de las raíces en el proceder por campañas.
Repaso las vivencias colectivas y me viene a la memoria el curso de la existencia del bulevar del municipio de Ciego de Ávila. De nuevo, a finales de la primera década del presente siglo, resultaba pecaminoso hasta intentar ingresar en él en bicicleta, “ni de manos”. Había un reglamento dictado por la Asamblea Municipal del Poder Popular que se ocupaba de su aplicación, y que los medios de prensa replicaron en el momento oportuno, con algún que otro caso de vecinos y transeúnte sancionado por incumplirlo. Así, el paseo peatonal se mantuvo cuidado, admirable e impecable por unos años.
Mas, después, todos fuimos testigos de lo que sucedió. Alguien a quien conozco, vino en 2017 de La Habana con otra persona a enseñarle las maravillas del bulevar, y se sorprendió de lo que había hallado, “lo han cambiado por otro”, no atinaba a otra justificación. Por fortuna, ese estado de dejadez, va quedando ahora detrás; lo cual, con su saldo en esfuerzos y dinero, nos dejará una nueva perspectiva.
Esos son, únicamente, trazos de un comportamiento impune que se ha ido arraigando, y va “de la mano” de muchos. Me refiero no solo a las grandes acciones, públicas o en las sombras, como el desvío de los recursos estatales que existen inadvertidos ante la Ley.
A no dudarlo, la felicidad individual pasa, también, por el hecho de acatar las normas elementales de convivencia. Quién no valora al que llega a la cola de un establecimiento de prestación de servicios, pide el último y permanece a la espera como muestra de respeto a los que estaban delante; incluso, cuando todos sepamos que lo agitado de la vida de hoy nos impone otros códigos y otros ritmos.